Reina Efímera

Mi esposo

Después de avanzar entre hermosas praderas y campos llenos de sémola, supe que tendríamos que encontrarnos con algunas viviendas.

Jon no mencionó nada. En mi caso, me sentía muy a gusto a su lado, era toda una fortuna contar con su protección. Creo que me preocupaba el hecho de que en el momento menos esperado nuestro viaje podría terminar más que, alguien me atacara o algo por el estilo.

Conforme avanzábamos por lugares tan hermosos, me daba cuenta de lo maravilloso que resultaba estar tan lejos de casa, peligroso, pero me encantaba la sensación de libertad en todo momento.

Tal como lo había pensado, al lado de una laguna había varias viviendas. Eran a lo mucho, unas veinticinco casas, todas como enterradas en el verde forraje. Solamente se asomaban las pequeñas puertas con muchas piedras sobre lo que parecían ser sus techos, con broza encima también; al avanzar era más fácil contemplar pormenores. El caballo trotó más a prisa. En una de las viviendas más cercanas a la laguna el caballo se detuvo.

—Princesa, quédese aquí por favor, tengo que conseguir algunas cosas.

Moví la cabeza, aceptando su amable orden. Se desmontó rápidamente. Caminó a grandes pasos una distancia considerable, se dirigía a un grupo de hombres. Todos aquellos hombres eran robustos, vestían pieles por el pecho, se encontraban sentados sobre un espeso herbaje, trabajaban con esmero tallando algo en madera. Observaba a Jon conversar con ellos.

—Hola, eres nueva por aquí…

Me volví de prisa al escuchar su voz.

—Hola, mmm sí…

Era un sujeto alto, con el cabello largo. Lo supuse al ver ese cabello trenzado en dos partes hasta el pecho, barbudo y con bigotes largos, ojos grandes de un color verde azulado. Vestía con pieles oscuras, a mi escaso vistazo todo en aquel hombre era agradable, no era nada feo, todo desde su cabello hasta su barba era de color cobrizo claro, sus rasgos eran fuertes y prominentes. Me sonreía afectuosamente. 

—¡Qué bien! No teníamos visitantes desde hace mucho. ¿Vienes con él?

Asomó la vista al frente.

—Sí.

Mis ojos se perdían en su inigualable figura al frente, seguía con aquellos hombres. De pronto Jon me echó la mirada, observó al hombre que conversaba conmigo luego volvió su vista a uno de los hombres que estaban junto a él.

—¿Cómo te llamas? El mío es Ulises.

—Ana.

Fue imposible no sonreírle apenada, en realidad no era tan buena conversadora, o había perdido el hábito.

—Supongo que has de ser de muy lejos.

Me sonrió del mismo modo.

—Sí, Ulises, viajamos desde muy lejos.

La mirada de Ulises se posó al frente y noté en su expresión desconcierto. Me volví al frente también con curiosidad.

Jon estaba de pie a un lado del caballo, serio como nunca antes lo había visto, y eso que Jon era un hombre insufrible; por lo general bastante serio. Su apacible mirada estaba enmarcada por un gran ceño, lo fulminaba con sus intensos ojos.

—Ana, ¿quién es él? —Preguntó Ulises señalándolo.

Estaba por responderle, pero Jon habló primero.

—¿Por qué no me lo preguntas a mí? —Jon seguía con esa imparcialidad en su semblante.

Ulises sonrió ampliamente.

—Ya me iba.

Se dio la vuelta sin dejar de sonreír, me echó un vistazo y se alejó. Aún estaba atónita observando a Jon, quien no le quitaba la vista de encima al pobre de Ulises. A mí me había parecido muy agradable, no entendía la repentina aversión de Jon.

—¿Jon que ocurre?  

Su vista se fijó en mí suavizando el semblante.

—Nada. Conseguí que aceptaran nuestra estadía por esta noche.

—¿Pasaremos la noche aquí? —Quise saber, con el ánimo renovado.

Al notar que su vista se clavaba en mí con cierta seriedad me hice la desentendida.

—Sí, y será únicamente por esta noche.

Su respuesta fue adusta. Sujetó las riendas del caballo, nos quedamos a la puerta de una casa más amplia, daba la impresión de ser algún tipo de taller, había herraje y pesadas armas por el suelo con piezas faltantes a la entrada.

Con esa seriedad suya volvió a ayudarme a bajar del potro. Desacomodó del lomo de su caballo dos pesadas bolsas de cuero que estaban muy bien sujetadas, las dejó en el suelo un momento para poder sobarle la espesa crin a su querido caballo. Observé que le susurró algo cerca de la oreja, pero no alcancé a entender nada.

—¿Nos quedaremos aquí?

Se volvió a mí frunciendo la mirada.

—Sí, es el único lugar disponible.

Sujetó las bolsas con una facilidad natural. A unos pasos se encontraba la entrada; se asomó al umbral, inspeccionó con la vista adentro e ingresó.

Apareció de nuevo al cabo de un momento en la entrada, clavándome la vista. Antes que me dijera algo, preferí seguirlo.




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