Reina Efímera

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En mi corazón sentía ese aviso, el presentimiento oprimía mi pecho, sabía que no quedaba mucho por estar juntos. Sólo se me ocurrió como siempre, conversar algo que me causaba curiosidad.

—Jon ¿por qué no podemos quedarnos aquí antes del anochecer? Sabe, creo que es un lugar tranquilo, quizá no sea tan malo avanzar hasta mañana.

—No Princesa, es mejor seguir con nuestro camino, quedarnos aquí sería como atraer una manada de fieras hambrientas. 

Observé a mi alrededor todavía incrédula.

—Pero aquí no hay nada más que árboles, no he visto a ninguna persona. No se ve nada espeluznante y raro como en aquella casa o ese bosque encantado.

Alzó una ceja al hablar con esa fuerte voz suya.

—Créame correría más peligro aquí que en aquellos lugares que mencionó.

—¿Qué hay aquí, entonces?  

Con mi curiosidad siempre al frente. Esa maléfica sonrisa se asomó a sus sublimes labios.

—¿De nuevo indagando?

Iba delante de él, torciendo el cuello para apreciar su rostro.

—Bueno, sí. Es que no puedo comprender que tan malo puede ser.

Jugueteó con su vista posándola hacia todos lados, una vez más pensaba antes de hablarme.

—Son seres diferentes, seres que pocos han visto. El asunto es que no quiero correr riesgos, ya me di cuenta que es muy curiosa y no quiero que se meta en más problemas.

—¿Se refiere a esas…

Me costó mucho recordar aquel raro nombre.

—Ninfas. 

Sonrió satisfecho, era como si se alegrara de que hubiera entendido sin darme tantas explicaciones.

—Sí, algo como eso.

—Recuerdo que no nos hicieron daño.

—No, pero igual no debemos desafiarles.

A mi mente volvieron a venir aquellas palabras que habían mencionado esos espíritus. 

—Por cierto, esas Ninfas parecían conocerlo…

—No, no me conocen. Simplemente tengo algo, algo que hace que no me vean como enemigo. Creyeron que ambos pertenecíamos a su misma esencia. Pero ya no pregunte cosas que no puede entender, que le baste saber que pronto estará con su padre, tal como tanto ha deseado.

Me quedé en silencio, lo cual era raro, muy raro. Logró sellarme la boca por mucho. Pensaba en la posibilidad de lanzarme de nuevo algún precipicio o regresar al río y fingir que tenía quebrada una pierna para no volver. Salí de mis ridículas ideas en cuanto escuché el llanto de algo o alguien, un momento antes que escuchara aquellos gritos Jon había hecho que Bruno fuera mucho más a prisa.

—¿Jon lo escucha? —Su rostro parecía mortificado. Asintió con la cabeza. 

—¿Parece el llanto de un niño?

Sentí el viento soplar en mi rostro mientras avanzábamos a toda velocidad entre el bosque.

—No lo parece Princesa, es el llanto de un niño recién nacido.

Abrí la boca del susto. De inmediato creí lo que Jon me había dicho de ese lugar. Su llanto me llegaba al alma.

—Jon debe ayudarlo —Supliqué con angustia.

—No deberíamos interferir.

—Pero lo hizo con aquella mujer que estaba a punto de ser sacrificada…

—Sí, pero es que este niño no está solo, está siendo custodiado por alguien, ese alguien lo protege.

El llanto retumbaba en el ambiente tranquilo del bosque. No reconocía el semblante de Jon, parecía entre asombrado y asustado. 

—¿Entonces es una trampa?

—No, no es una trampa, es un niño que de verdad llora. Llora porque tiene hambre, alguien lo lleva de regreso al pueblo.

Bruno iba a toda marcha, logró llegar a un sendero. Cambió su velocidad, por un trote lento, y luego dio varias vueltas, relinchaba; parecía emocionado o feliz.

—¿Qué le ocurre a Bruno? 

—Nada malo, Princesa.

Una amplia sonrisa se asomó a sus labios. Jon estaba igual de feliz que Bruno, no entendía el porqué de tanta alegría. Jon dio un salto maravilloso y se bajó del caballo, sin que el caballo se detuviera. Se acercó a Bruno sobándole la cabeza, siguió a nuestro lado sin dejar de ver al frente. Pasó un rato, hasta que el llanto de aquel niño se escuchaba muy cerca. Alcanzamos a alguien que iba con un manto largo cubriendo toda su figura, incluyendo la cabeza. Parecía una capa de seda, fina de color azul claro. Jon no había dejado de ver al frente desde que se había bajado. 

Aquella persona se volvió para vernos y fue entonces que quedé espantada. Ninguna de las mujeres que había visto en todo el viaje, ni en el Reino de Halvard; que todos conocen como Darrel de dónde provenía, ni en toda mi vida, podía ser comparada con esa mujer. Estaba cubierta, pero era preciosa. Tenía un rostro fino, ojos grandes almendrados, pestañas rizadas y largas, ojos profundos de un color gris claro, blanca como la nieve; todos sus rasgos delicados y preciosos. Una nariz respingada y afinada, labios carnosos de color rojo sangre; algunos mechones de cabello se asomaban por fuera de aquella capa, rizados de color rubio cenizo claro. Era una preciosidad de mujer, y eso que sólo había visto su rostro. Un diamante resaltaba en su frente de un color claro y translucido. Al vernos sonrió amablemente luego inclinó la vista y se volvió al frente.




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