Reina Efímera

Mi ángel

Me moví y toqué su cuerpo tibio. Me levanté de un brinco, Jon estaba sentado, había tocado parte de su brazo fornido.

Sus ojos inescrutables me observaban sin mover nada en su rostro, pero esa mirada iluminaba, brillaba como ninguna otra vista en mi vida.

—Hola, Princesa.

Le sonreí muy contenta.

—Hola Jon, ¿cómo se siente?

—Vivo.

Sus ojos me avistaban con profunda alegría y ternura. Temía que fuera a causa de lo ocurrido la noche anterior.

—Lamento mucho lo de anoche, Jon, no tenía idea que…

Para mi suerte esa hermosa sonrisa se asomó, arqueándose perfectamente.

—Descuide, estamos bien. Lo que me preocupa es que la iniciaron gracias a mi descuido, ahora es una de ellas.

—No. No es así Jon, siempre lo he sido. Simplemente no lo sabía. Tenía razón los rituales son raros y hacen que hagamos ciertas estupideces.

Rió a carcajadas.

—Después de todo sólo somos hombres, a noche lo notó, ¿cierto?

Se me escapó otra sonrisa. Recordarlo al hablarme con tanta sinceridad y con tanta pasión me hizo sentir mil mariposas en la barriga. Traté de encubrir cierto gozo y nerviosismo.

—Creo que eso está aprueba a cada instante.

Asintió con la cabeza, totalmente satisfecho.

—Así es. 

Nos pusimos en pie en cuanto varias mujeres se acercaron en compañía de Carmina y Nigromante. Aquella mujer fuerte e indomable conversaba de maravilla con Nigromante, le sonreía animada.

—No tenía idea, eres muy gentil al mostrarnos esa manera de hacerlo— Mencionó Carmina en referencia a Nigromante, se volteó a nosotros sonriendo —Alexia, ¿qué has decidido?

Por un momento tuve la tentación de aceptar y quedarme con ellas, pero sabía que de igual manera Jon y Nigromante se marcharían, tenía que aceptar y continuar con el viaje.

—Debemos irnos y seguir con nuestro camino.

—Acepto tu decisión, Alexia. Sin embargo, debo decirles que, aunque se han ganado su libertad como hombres, hay algo que deben dar antes de irse.

Tanto Jon y Nigromante nos deslumbraban a todas con esas figuras descomunales.

Aquellas mujeres eran grandes y voluptuosas, pero era evidente la diferencia en la fuerza de los cuerpos de mis adorados acompañantes; a duras penas les llegaban a los hombros, y yo tristemente al pecho.

—¿Cuál es tu nombre guerrero?

—Jon.

Ella lo veía sin parpadear.

—Jon has demostrado en compañía de tu amigo, que hay excepciones en la naturaleza masculina, quizá de vez en cuando buenos hombres acompañan a buenas mujeres. Te has ganado el respeto de nuestra tribu al respetar como un hombre de verdad a tu acompañante a pesar de tus deseos y condición masculina. Siempre serás bienvenido tú, nuestra hermana Alexia, y tu hermano Nigromante por si algún día logramos encontrarnos en el camino.

Jon mostró una respetuosa reverencia. Todas dieron de aullidos y gritos. 

—Como reina y líder de esta tribu, Jon no puedo dejar que se marchen sin que mi ley se cumpla, debes dejar herencia en nuestro linaje, tú o tu hermano.

Jon abrió los ojos a más no poder. Nigromante se pasó a nuestro lado y se puso muy serio. 

—Respeto las leyes, Reina Carmina, pero no podemos dejar sucesión, ni mi hermano ni yo. Ser sincero es mi única intensión, estamos bajo juramento.

Ella sonrió satisfecha.

—Desprecias mi ley, guerrero, sin embargo, sé que me salvaste la espalda por eso concedo tu deseo, es un acto que debe tener recompensa.

Me quedé estupefacta en cuanto se asomó a Nigromante, y con dulzura acarició su lacio cabello, desde su coronilla hasta el pecho, donde descansaba el cenizo mechón. Todo aquel cuerpo era un agasajo a la vista sin duda alguna. Se pasó al lado de Jon y lo vio fijamente.

—Son hombres dotados de hermosura por el lado perceptible e intangible. ¡Qué suerte tiene nuestra hermana! Vayan en paz.

Nos devolvieron algunas cosas, Jon recibió su espada, y las otras armas que llevaba usualmente consigo. Ambos volvieron a mostrar una venia. En ese instante cubrieron nuestros rostros y nos guiaron por un rato, sentí el agua mojarnos y cuando nos descubrieron estábamos ante la cascada del otro lado. 

Hizo una seña colocando una de sus manos a la frente y luego hacia nosotros. Entendí que era un código de saludo, los tres hicimos lo mismo, hasta entonces seguimos con nuestro camino. 

Jon y Nigromante estaban desvestidos del torso, con las sayas de piel, descalzos y yo vestida como ellas, mostraba mis piernas, abdomen, brazos y parte del pecho con prendas de cuero muy cómodas, con botas de piel a mis rodillas, mi cabello tenía plumas y seguía muy bien trenzado, al igual que el cabello de Jon y el de Nigromante.

—¡Qué noche Jon! Bailas bien —Mencionó Nigromante sonriendo.




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