Año Caxacius, Mes de la Hoguera, día 20
16:20 horas
De pie junto a la barandilla que bordeaba el corredor frente a la entrada de la cabaña, construida con gruesos paneles de madera en algún lugar al interior del bosque, deseó que su mente encontrara en aquel fresco atardecer la tranquilidad que necesitaba.
Al haber pasado el día caminando por las calles de Castatis no había dejado de cuestionarse por qué seguía buscando algo que sabía que no encontraría. Las personas habían pasado a su alrededor, sumergidos en sus herméticos mundos e ignorando todo lo demás.
Ella no tenía ningún derecho a juzgar a la humanidad que guardaba silencio al ver la cacería brutal y sin fundamento que habían emprendido en contra de los pueblos mágicos. No cuando ella, Annelisa Vazzelort, guardaba silencio con el único propósito de sobrevivir en aquella nación.
Desistiendo de esa misión sin sentido y reprochándose, volvió a la mansión a cambiarse de ropa. Con algo más cómodo había emprendido su camino a una de las propiedades Vazzelort, bastante alejada como para estar sola y tranquila por un rato.
Pero una vez sola, era atormentada por sus pensamientos.
El recuerdo de la expresión que había visto en el rostro del General Rainarth no la abandonaba. La falta de reacciones en la población le escocía en la piel.
Después de años, todos habían aceptado esa nueva realidad. Una en la que todo lo gentil, cálido y protector de la magia era borrado del mapa como una aberración.
Todos habían asumido que la falta de la mitad de las tropas del General Rainarth era porque estaba ocupado en otras misiones.
Pero sabía que no estaba bien y algo le instaba a mirar más allá de los rostros ilegibles de los soldados.
<<Buscando reacciones...>>, pensó ella, sonriendo con ironía hacia sus manos esbeltas, con más cicatrices pálidas de lo que se esperaba de una señorita como ella.
No podía concebir una clara razón por la cual indagaba, y tampoco del deseo de hablar de ello con su hermano. Pero sabía que si iniciaba esa conversación era posible que se vieran arrastrados a lo obvio, a traspasar el umbral que siempre flotaba a centímetros de ellos.
Un umbral del cual no podrían dar un paso atrás.
Una suave brisa acarició sus mejillas y una de sus manos se movió inconscientemente hacia su pecho, donde descansaba su colgante.
Aún no podían cruzar ese umbral.
Como en respuesta a ese pensamiento, en el camino marcado en el espeso bosque hacia aquella cabaña aparecieron un par de grandes figuras cabalgando rápidamente, y ella se apartó de la barandilla, bajando un par de escalones y plantándose frente a la cabaña. Cuando las dos únicas personas que conocían con exactitud ese lugar llegaron frente a ella, arqueó las cejas, mirándolos bajarse de sus caballos.
—Y yo que pensaba que me había librado de ustedes por hoy –dijo ella a modo de saludo.
Julian entornó sus ojos, que brillaron al mirarla, y se alejó del caballo. Bastian caminó tranquilamente hacia ella.
—¿Así como te libraste de los fisgones de Asher? –preguntó Bastian, dándole un guiño y el rostro de ella era el retrato de inocencia-. Ya quisieras, hermanita.
Julian se dirigió a ellos.
—Asher nos pidió que te buscáramos...-comenzó a decir su amigo, pero Bastian se apresuró a interrumpirlo.
—Pero cuando salíamos uno de los criados me entregó esto –del bolsillo de su chaqueta sacó un pequeño sobre y se lo tendió a ella. Julian miraba hastiado a Bastian, que era demasiado impaciente para dejarlo explicar. Ella quiso reír por su expresión-. Es para ti, Anne.
Se quedó mirando a los chicos frente a ella por un momento. Julian se cruzó de brazos, luciendo tan sereno como siempre, y en el espejo de los ojos de su hermano solo brilló curiosidad.
—Así que habrían venido de igual manera –observó ella, tomando el sobre.
—Por supuesto –respondió Bastian en un tono que dejaba en claro que eso era obvio.
Ella observó el frente del sobre, en blanco y cuando dio la vuelta sus ojos se detuvieron en las letras toscamente escritas en una esquina.
Lyntieri.
Aquel apodo que habitualmente era dirigido a ella impulsado por el cariño y confianza, pero que no había esperado recibir en ese momento. Su corazón se saltó un latido y se quedó muy quieta en su lugar, haciendo que los muchachos se inquietaran en silencio.
Cuando finalmente habló, dirigiéndose a Julian, rogó que el nervioso roce de sus dedos sobre el papel pasara por alto.
—¿Debemos regresar? –pregunto ella en voz baja.
Julian carraspeó, titubeando.
—De hecho, si...
Pero ella ya les había dado la espalda, tomando los papeles del interior y desplegándolo mientras se sentaba en uno de los escalones de la entrada.
Julian y Bastian se posicionaron frente a ella, sus sombras cubriéndola, y una mirada de su hermano le confirmó que él había pensado lo mismo que ella ahora: fuera cual fuera el contenido de aquella carta, era mejor leerla lejos de miradas indiscretas.
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Editado: 13.06.2023