Año Caxacius, Mes de la Hoguera, día 30
14:22 horas
Desde pequeños, a los mellizos se les había enseñado a defenderse, entrenando sus cuerpos como armas y a cuidarse como templos, con una parte del entrenamiento dedicada a que no permitieran que los encerraran o, dependiendo de la situación, a escapar.
Y en ese momento, a pesar de que sus sentidos estaban algo opacados, los tres hombres frente a ella no representaban una amenaza real.
Su labio se curvó de una manera imperceptible, y de algún lugar en la parte trasera de su vestido sacó un par de pequeñas y filosas dagas de cerámica, pero no enseñó sus manos.
Guardó silencio, su rostro mostrando una leve confusión.
El que tenía la sonrisa que le incomodaba caminó entorno a ella, manteniéndose lo suficientemente lejos como para no tocarla, pero ella pudo detallarlo notando que, efectivamente, el color negro ocupaba sus ojos por completo. Tal vez tentaba mucho la situación, pero…
—Podemos divertirnos un poco, ¿cierto? –le preguntó el hombre a sus compañeros, dándole otra nueva y maliciosa mirada.
Una mirada peculiar y perturbadora. Asquerosa. Los tres.
—Ni hablar. Debemos entregarla en una pieza –se negó uno de ellos, y el primero se colocó a un poco más de un metro de distancia a su espalda.
Ella se movió ligeramente, manteniendo a los tres hombres en su campo visual.
El tercero de ellos lucía pensativo al observarla fijamente.
—El jefe tenía razón, es imposible equivocarse –dijo-. Tiene ojos de tormentas, relámpagos encerrados en cristales.
Ella se tensó, pero mientras ellos continuaban hablando tuvo la certeza de que pensaban que ella era incapaz de entender o escuchar lo que decían.
Aprovechó su ineptitud para robarles información.
—Esta es la que se hace llamar Annelisa, ¿cierto? Y el otro mocoso es Bastian.
—Sí, espero que la recompensa sea buena. Encontrar a estos niños y usar estos frágiles cuerpos ha sido una verdadera molestia.
Bien, ella no desbordaba paciencia y ya había sido suficiente.
—¿Quién los envió a buscarme? –exigió ella, provocando un sobresalto en los tres.
Pero rápidamente la sorpresa se convirtió en arrogancia, llevándolos a adelantarse un paso cerca de ella, mirándose entre sí.
—Bueno, puede que esto sea un problema. Pensé que estaba en algún tipo de trance.
Eran idiotas.
—O muy desorientada para darse cuenta de cualquier cosa.
Idiotas ignorantes.
—Da igual, no vamos a responder a tu pregunta, pequeña, se nos acaba el tiempo. Pero te puedo adelantar algo: para fortuna tuya y de tu hermano, pronto se reunirán son sus padres.
Una oleada de frío la recorrió de pies a cabeza, aquella energía en sus venas saltando y quemando diferentes puntos en su cuerpo, exigiéndole que la usara. Ella no le permitió hacer más ruido, controlando su cuerpo y manteniéndolo firme, al pendiente de cada uno de los movimientos a su alrededor.
Sin embargo, supo que estaban mal informados.
Lucían realmente despreocupados al tenerla rodeada, pequeña e indefensa entre ellos. Un gesto muy humano, el de levantar sus mentones de esa manera, mientras hablaban como si fueran huéspedes en esos cuerpos.
Fuese como fuese, quien sea que los contrató para ir tras ella y su hermano no les dio detalles sobre ellos, no los suficientes.
Si así hubiera sido, esos tres tendrían una actitud mucho más cautelosa.
De igual manera, había mucho que ella no sabía.
¿Cómo era que ella y su gemelo no se habían dado cuenta de que iban tras ellos, o Asher, si es que tenían tiempo siguiéndolos?
¿Por qué ahora?
—Annelisa, ¿estás bien?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por una profunda y masculina voz que llenó el callejón, reclamando cada centímetro del espacio, el sonido atravesando sus huesos. Los reclamaba, también.
Ella levantó la mirada hacia la entrada del callejón, parpadeando.
Los hombres que la rodeaban también miraron, paralizándose un momento después, evidentemente asustados.
Había una alta e imponente figura allí de pie, su postura despreocupada, y ella lo reconoció como al mismo al que se había encontrado en la calle minutos antes, con el corazón saltándose un latido.
Al bajarse la capucha se reveló el rostro de un hombre joven, con pómulos elegantes aun cuando sus facciones eran duras, alternando una mirada entre ella y los tipos que la rodeaban. Esa mirada, en definitiva sin esforzarse en lo más mínimo, era intimidante.
Únicamente verlo ya podía notar que era una persona capaz de meterse y acabar fácilmente con cualquier persona u obstáculo, mirar sin perturbarse mientras prendía en fuego alguna ciudad. Era la postura y mirada de un soldado altamente entrenado.
Pero no lo miró mucho más. Desvió su atención a los tipos que, parecían haberse acobardado ante la presencia del desconocido.
¿Le temían?
Las cejas de ella se arquearon, y recordó que el desconocido le había hablado directamente a ella, pero tampoco le respondió.
—Señor, esto no es asunto suyo –dijo uno de ellos con un tono que se agudizó con nervios.
—Manténgase alejado –dijo otro, su voz temblando aun mientras intentaba parecer autoritario-. Nos la llevamos.
Ella se enderezó, una sonrisa tirando de una de las comisuras de sus labios, y el desconocido la miró.
—Inténtenlo -murmuró ella, y uno de los tipos se abalanzó hacia ella como si fuera a tomarla por la cintura.
Ella se salió de su camino y golpeó el costado del sujeto, haciendo que con el mismo impulso chocara contra la pared y dejó escapar un corto grito.
Algo le decía que no era buena idea simplemente noquearlo, por lo que cuando el segundo se abalanzó hacia ella, muy consciente de los ojos completamente negros que tenían, con un giro de una de sus manos una daga voló y se incrustó profundamente en el cuello del primer caído, y cuando ella giró hacia el otro, en un movimiento de la daga había rasgado su garganta.
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Editado: 13.06.2023