Año Caxacius, Mes de las Letras, día 4
18:00 horas
Los rebeldes, que se movían cautelosamente por todo Castatis y el resto de la nación, causando revuelos que, a pesar de no ser tan escandalosos, eran evidentes y ponían de los nervios a los seguidores del rey Thomas.
Humanos, que eran cazados por la guardia de Ursian desde hacía tanto tiempo por salvar a tantos feéricos como les era posible.
Personas de las que los gemelos habían intentado mantenerse alejados, no por no desear unirse a la lucha y apoyarlos, si no por pura supervivencia. Por el hecho del que el simple hecho de admitir abiertamente que deseaban unirse a ellos era una declaración que los llevaría lejos de lo que habían estado construyendo durante años. Más cerca de algo a lo que habían estado huyendo.
Pero ahora se encontraban en una de sus sedes con uno de sus líderes pidiéndoles unírseles.
La ironía no se les escapaba.
Y ese líder era el mejor amigo del príncipe de Ursian, uno de los Generales del ejército de la nación.
Alguien que formaba parte del pequeño círculo de amigos de Annelisa.
—Aquí cada quien cumple su función –dijo Clayton Rainarth, mirándolos-, pero también soy consciente de que no hay un igual para ustedes, y nos serviría de mucho su fuerza e inteligencia.
—Nos estás proponiendo meternos en la boca del lobo –contestó Bastian con los brazos cruzados sobre su pecho, frunciendo ligeramente el ceño-. No vamos a aceptar así de fácil y rápido, ni siquiera porque seas amigo de Annelisa.
La mirada de Bastian exigía respuestas, y ella no dijo nada cuando Clayton suspiró y le lanzó una mirada de reojo, buscando ayuda.
Annelisa no abrió la boca, solo lo miró.
Él era quien debía convencer a Bastian.
Se había dado cuenta de que no estaba tan sorprendida como debería, conectando los hilos que Clayton desprendía hasta sus recuerdos con él.
Las cosas que había hecho con su ejército. Cosas que sin duda eran actos de traición en contra de su rey, pero los hombres de Clayton eran totalmente leales a su General. Todos y cada uno.
Clayton seguía su corazón, y había hecho cosas horribles, podía asegurarlo. Tal vez tanto como ella. Pero Clayton le hacía pensar que, por personas como él, tal vez algún día el mundo sería como debía ser.
Aunque no estaba segura de cómo era eso exactamente, solo que como vivían no era el como debía ser que imaginaba.
Clayton, que se había ganado a cada uno de sus hombres a tan corta edad, un acto sin precedentes. Y que ahora estaba frente a ella, pidiendo su ayuda, recorriendo con su mirada a los rebeldes que los rodeaban.
Entonces recordó la mirada que le dio el día que llegó a Castatis, el brillo en sus ojos color miel desde la distancia, y lo supo. Supo lo que había pasado con el resto de su ejército, su corazón latiendo con fuerza y una nueva emoción, rellenando los huecos de la carta que le había enviado.
Desaparecidos en el bosque. Una decisión por tomar. Una solicitud inesperada.
Clayton los había ocultado para mantener a salvo aunque sea a la mitad de sus tropas, y estaba segura de que tenía planes para los que se habían quedado con él. No se había ganado su lealtad por nada.
Estaba a punto de saltar sobre él para hacerle confesar cuando al otro lado de la habitación aparecieron tres figuras, llamando su atención.
Examinaban la habitación, sus rostros al descubierto, hermosos y altivos.
Se inclinó hacia Clayton levemente, mirándolos.
—Hay feéricos, ¿qué hacen aquí? –preguntó ella, más curiosa que otra cosa.
Clayton parpadeó hacia ella y luego hacia las escaleras.
Bastian siguió la dirección de su mirada, el ceño hundiéndose aún más.
—Te diste cuenta rápido –murmuró Clayton, su gesto volviéndose sombrío-. Aunque nosotros les ayudamos a escapar de tierras humanas, algunos de ellos prefieren quedarse a luchar, así que siempre hay un par de ellos en nuestras filas.
Bajaban las escaleras y ella se enfocó nuevamente en ellos.
Eran una mujer y dos hombres, de rostros jóvenes y hermosos. La mujer sonreía hacia uno de los hombres, quien le respondió algo con un gesto sarcástico, haciendo que la mujer riera con ganas. El otro hombre los ignoraba, examinando la habitación con indiferencia, toda su figura imponente y gesto compitiendo con las costas y montañas de Herea, la nación del hielo.
Ella conocía ese rostro de ojos glaciares y misteriosos.
Como si hubiera gritado su nombre, Norian lanzó su mirada hacia donde ellos estaban sentados, sus ojos conectados a los grises de ella.
Nuevamente, aquél dolor, pero ninguno de los dos hizo un gesto de reconocimiento hacia el otro más allá de sus miradas aceradas. Aun cuando ella ocultó con toda su voluntad el escalofrío que la recorrió, teniendo la sensación de que ese sujeto, Norian, sabía demasiado sobre todo.
Ella incluida.
Una cálida mano se posó en su rodilla y ella se movió para mirar a su hermano, cuyos ojos grises estaban puestos sobre ella con seriedad, algo que le daba a entender su preocupación por estar allí, cuando debería estar burlándose de todos.
Él esperaba para tomar una decisión.
Ella asintió, y Bastian no se quejó ni un poco.
Si, ellos habían luchado para mantenerse alejados justo de situaciones así pero, ahora que se encontraban allí no podían simplemente darles la espalda.
No sin romperse el corazón y cortarse las yugulares ellos mismos.
—Clay, cuenta con nosotros –dijo ella, y en el rostro de su amigo pudo leerse claramente el alivio.
Clayton abrió la boca para responder, pero Bastian se inclinó en la mesa.
—Con condiciones –continuó su mellizo, bajando la voz con gravedad. Su rostro sin perturbarse. De alguna manera le hizo sentir orgullosa-. La primera es que, aunque vamos a trabajar con ustedes, la parte que nos toque a nosotros lo haremos a nuestra manera. No me malinterpretes, pero lo nuestro no es seguir órdenes.
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Editado: 13.06.2023