Año Caxacius, Mes de las Letras, día 20
20:11 horas
A penas Asher llegó a la mansión Vazzelort los había hecho llamar a su despacho.
Ellos se habían sentado en los mullidos sillones de terciopelo escarlata frente al escritorio de Asher mientras esperaban pacientemente por él mientras rebuscaba en la estantería al fondo de la habitación.
Él le miraba en silencio, haciendo rodar el aro de plata en su dedo, aun sumido levemente en la oscuridad que le había carcomido las entrañas todo el día.
Ni siquiera dedicarse a pintar le había servido para drenar, pero lo había seguido intentando aun cuando se frustraba con su arte cuando estaba frustrado.
Nada cobraba sentido, o los colores tenían los tonos correctos.
Pero había insistido, todo con tal de no pensar demasiado.
Había sido contraproducente.
Estaba frustrado con el mundo, y su propia negatividad la había reflejado en sus pinturas.
Había algo extraño orquestándose y no tenía idea de qué era, pero tenía la total certeza de que lo arrastraría a él y a su hermana al ojo del huracán por más que intentaran evitarlo y sortear riesgos.
La idea constante de que podían perder todo por lo que habían estado trabajando por años encendía una bestia violenta y protectora a su vez que llevaba encerrada en su interior, capaz de rugir a todos los vientos de que no le iban a obligar a hacer algo que no deseaba.
Había estado tratando de tomar todas las medidas para protegerse, evaluar detalladamente sus opciones y posibles circunstancias a las que podían enfrentarse, pero sabía que, eventualmente, nada de eso serviría.
Ni siquiera toda la protección que Asher podría darles.
Y era por eso que justamente debían proteger a Asher.
Porque más temprano que tarde la vida los iba a reclamar, y no había nada que Asher podría hacer para evitarlo. Lo único que les quedaría era todo lo que él les había enseñado y el tiempo que les había dedicado.
No tenía idea de qué podría suceder en las próximas semanas, las posibilidades eran infinitas con los rebeldes, el rey Thomas, el príncipe Gallen y el General Rainarth.
Para su sorpresa, los últimos dos resultaban ser una clase de aliados, cortesía de su hermana.
Por alguna razón –que le hacía sospechar abiertamente de lo dudosamente puras que eran-, se negaban a dejar atrás a Annelisa y estaban protegiéndola a su manera.
Aunque la misma bestia en su interior quería patearles el trasero por tener la osadía de considerar siquiera que podían proteger a su hermana, darse el lujo de pretender ser su compañía, no podía si no apreciar secretamente el gesto.
Desde que tenía uso de razón, había visto que sus padres habían temido por su melliza. Por ella y de ella, incluso, así que había tomado la tarea de siempre estar para protegerla de cualquier cosa.
Aunque había veces que no podía protegerla de ella misma, y otras veces él se asustaba de ella, aunque se odiara por ello.
Pero nada de eso importaba.
Ni sus temores ni nada más.
Era su hermana. Si lo necesitaba, iba a estar para ella.
Si no lo necesitaba, también.
Era una avenida que iba en ambos sentidos, inquebrantable e inamovible como el puente que compartían sus consciencias.
No hacía falta recordar con certeza aquél viejo juramento que habían hecho siendo unos pequeños, aunque lo recordara como si hubiera sido ese mismo día.
No hacía falta el recuerdo de sus padres.
Incluso después de ellos, Asher sabía del juramento y les había hecho repetirlo unas cuantas veces a lo largo de los años.
No hacía falta nada de eso, era algo arraigado en lo más profundo de su alma.
Siempre se protegerían e irían juntos a donde fuera que los llevara la vida, a pesar de todo el dolor y golpes que llevaran en el camino. Si estaban juntos, eran invencibles.
Incluso cuando el mundo, sus padres, los Antiguos Dioses dijeran que el camino de Annelisa la llevaría a un lugar a donde no podía seguirla.
Algo se deslizó en sus venas, ardiente y furioso ante la idea. El anillo de plata de repente le quemaba en el dedo pero apretó los dientes y se aferró a él. Se aferró al dolor.
Lo saboreó como un recordatorio de que podía sentir, levantarse, empuñar una jodida arma y luchar.
La usualmente apacible energía en sus venas, clara y fría, se convirtió en un vendaval ardiente, la total certeza de todas sus habilidades adhiriéndose a su piel mientras Asher seguía moviéndose en su despacho.
Se movía con fluidez, dándoles la espalda e ignorando la tormenta que llevaba él en su interior, e incluso había olvidado dónde estaba.
Que estaba junto a Annelisa, quien envió un siseo de advertencia a través del puente entre ellos, confundida por la manera en que su energía le hacía vibrar.
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Editado: 13.06.2023