“Si la muerte no fuera el preludio a otra vida, La vida presente sería una burla cruel” (Mahatma Gandhi)
Estoy sumergido entre las tinieblas, impulsado hacia algún lugar sin voluntad propia. No estoy cayendo ni ascendiendo, sólo estoy siendo conducido por una corriente de aire frío. Me siento totalmente inmovilizado. Escucho voces susurrando en la distancia vocablos que no puedo lograr entender.
¿Será esta la muerte?
¿Será este el final?
Ya ha pasado mucho tiempo creo, aunque es indescifrable, no puedo saber si han pasado muchas horas o pocos segundos, sólo sé que estoy atrapado en una especie de portal, sumergido en esta oscuridad que no quiere terminar nunca.
Sigo escuchando palabras suaves, logro distinguir que son voces de mujeres, esta vez las escucho más cercanas, pero no entiendo nada, es como si estuvieran hablando en otro idioma. Esta vez siento que mi cuerpo se detiene, no estoy flotando, sólo estoy acostado en algún sitio helado.
Comienzo a percibir mis partes sensoriales. Mis sentidos se agudizan, escucho pasos muy cercanos, unos que otros ruidos; ninguno fuera de lo común. Mi cuerpo empieza a sentir picor y siento perfectamente mi pesada respiración transitando por mis fosas nasales.
Entonces… ¿No morí?
No puedo abrir mis ojos; por más esfuerzos que hago mentalmente no puedo moverme de donde estoy.
¿Estado vegetal?
Por mi mente pasa la idea de haber quedado en coma, pero en ese caso estaría dormido, no paralizado. No entiendo nada. Se me hace familiar el olor a hospital, así que debería estar en un cuarto de hospital. Tengo otro pequeño problema.
¿Quién soy?
No tengo mis ideas claras, me siento muy confundido. Trato de forzar mi mente. Estaba enfermo, creo. Estaba muy mal de salud, no recuerdo claramente. Creo que tengo diecisiete, no claro que no. Tengo dieciocho. Ahora siento dolor en mi cabeza por tratar de forzar recuerdos. Sintiendo este nuevo dolor en la cabeza me doy cuenta que no me duele ninguna otra parte del cuerpo. Sin querer me quedo dormido por el esfuerzo que tuve que hacer y vuelvo a los brazos de las sombras.
Despierto nuevamente sin poder moverme. No intento abrir los ojos pero la claridad me hace despegar lentamente mis parpados y acertar en mi presunción de estar en una habitación de hospital. Lo único que mis ojos pueden vislumbrar es el color blanco. Blanco en las paredes, techo y muebles tapizados del mismo color. Todo pulcro, inánime, fluorescente.
Percibo una molestia en mi brazo y me doy cuenta que tengo una vía conectada pasándome lo que parece ser suero de una bolsa transparente colgada en un tubo de metal. Ya estoy acostumbrado a esto. También estoy usando una bata blanca por lo que veo, con razón el frío. Escucho pasos que vienen hacía a mí y es una joven enfermera de piel morena y largas pestañas, ella está muy tranquila revisando la vía del suero y se sobresalta al ver que la estoy mirando. Sin decir nada camina apresuradamente hacía la puerta, la abre y llama en voz alta:
–¡Karla! ¡El muchacho despertó ya! –exclama con voz preocupada, como si fuera muy importante que despertara rápidamente.
Al momento entra la otra enfermera, también joven y algo inquietada. Me evalúa con la mirada y pregunta:
–¿Puedes moverte?
Intento decir que no pero no puedo. No puedo mover mi boca para articular ninguna palabra.
–Al parecer no puede ni hablar. –le dice a la otra enfermera.
–Hoy abrió los ojos al menos, de cinco días que lleva aquí. Su ritmo cardiaco está un poco bajo –le responde la otra.
¿Cinco días? ¿Me cambiaron de hospital?
–¿Ya avisaron esto a la oficina principal? –pregunta expectante la chica morena.
–Sí –responde la otra–. El jefe está al tanto. –le informa mientras acerca una luz a mis ojos.
–¿Eso quiere decir que el Cuarto…?
–Sí –la interrumpe–. El Cuarto se hará cargo de la situación. Asegúrate de estarle cambiando el suero, para él es fundamental mantenerlos a todos con vida.
¿El Cuarto…? No entiendo nada.
El tiempo pasa raro, no tengo noción del día ni de la noche; ni horas, ni minutos. Sólo sé que amanece y oscurece. No sé en donde estoy, ni que hago aquí. Tengo recuerdos confusos y borrosos, pero sé que son tristes y desde luego tengo hambre y mucha sed, mi boca está seca, creo que puedo mover mi lengua, pero muy lentamente.
Recuerdo cosas como una bicicleta que me regaló mamá cuando cumplí doce. Sí, ese día fue uno de los mejores. Luego recuerdo que no la pude usar más, me enfermé del corazón. Mamá estaba muy preocupada, soy su único hijo. De ahí recuerdo los medicamentos, muchas pastillas, dolor en el pecho, hospitalizaciones, operaciones. En realidad no recuerdo detalles de las cosas, sólo imágenes lejanas y turbias. Nuevamente por el esfuerzo de recordar me vuelvo a quedar dormido profundamente, sin saber que pasará o que está pasando con mi vida.
Me despierto sobresaltado, no soy yo, es mi corazón. Siento taquicardia, mi ritmo cardiaco está acelerado, como si hubiera corrido una manzana entera. Abro los ojos y me está mirando un tipo. Es un hombre muy joven que está vestido de blanco y acompañado de las enfermeras.
Editado: 02.06.2018