“La muerte no es más que un cambio de misión” (León Tolstoi)
¿Dónde estoy?
Me encuentro en una especie de urbe flotante. Un mundo completamente diferente, creo que puedo sentir las nubes muy cerca, casi encima de mí. Hay demás edificios plateados brillantes, sin nada de publicidad, sólo pantallas enormes en cada esquina. No hay carreteras, la gente camina por las veredas como si nada, preocupadas sólo en sus pensamientos. Parece que estuviera en futurama o algo así. Camino y nada es normal, parece una planta redonda de tecnología. Me llama la atención que esta “ciudad flotante” esté rodeada de naturaleza en todos sus bordes y caminos.
Las personas también son raras, hasta ahora sólo he visto personas jóvenes y visten sin colores, sólo utilizan el blanco, el negro y unas mezclas de tonos grises y beige, parecen todos estar muy ocupados moviéndose de un lado a otro. No sé hacia dónde dirigirme.
¿Y si de verdad enloquecí y esto es una de mis lagunas mentales?
Esto no puede ser real. Tampoco puedo hablar con nadie. No sé qué hacer.
Estoy muy inquieto y mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas. En las pantallas gigantes puedo visualizar a una chica pelirroja y muy hermosa hablando sobre algo que se llama “La Fase Reivindicadora”, la verdad no comprendo nada de lo que está diciendo, pero habla muy seriamente sobre que los nuevos que serán “juzgados” deben dirigirse a la Corte de Justicia para pagar sus cometidos. No entiendo nada.
Le doy otro vistazo a la ciudad, puedo caminar bastante sin cansarme. Las personas van de aquí para allá sin reír ni chistar, sólo concentrados en lo que van haciendo y además actúan de una forma extraña. También he notado que todos utilizan unos brazaletes de color negro y los de otros son grises.
Sabe Dios en dónde vine a parar.
Logro escuchar una conversación de dos chicas sobre que “la Tercera” y “el Cuarto” se dirigen a la oficina principal.
–Estamos cerca de La Torre –dice una chica–. Si nos apresuramos podemos llegar a verlos. –habla como si tuviera asuntos que arreglar con ellos.
Entonces él es una persona importante aquí. Bueno, yo si tengo un asunto que arreglar con el tal Cuarto así que también iré para allá.
¡Necesito verlo!
Obviamente para que me diga lo que está pasando.
Aprieto los puños y sigo a las chicas, tratando que no se den cuenta de que las estoy siguiendo, sería de mal gusto.
Seguimos caminando y llegamos al edificio central, es el más grande de todos, con un modelo fascinante y tecnológico. Me pregunto cuánto tiempo habré estado inconsciente realmente.
Para llegar a la entrada hay que subir varias escaleras, luego pasar por dos puertas enormes de vidrio que están abiertas al público. El espacio es gigante, todo es fino, pulido y brillante en tonos blancos y marrones, completamente amueblado y con cuadros interesantes, referentes a la justicia divina, ángeles y el reino de los cielos. A continuación hay que subir otras escaleras de madera, no tan largas para poder llegar a lo que parece ser la recepción, en la que se encuentra una mujer rubia detrás de la división de pared.
Al llegar me encuentro con las dos chicas que me trajeron hasta aquí, las que he venido siguiendo, me acerco a ellas con la intención de hacerles señas para que me den algo para escribir.
–¡Ese es el muchacho que nos ha estado siguiendo por un buen rato! –acusa una de las chicas a la recepcionista.
–¿Eres doctor? –me pregunta la rubia y niego con la cabeza–. ¿Entonces que deseas? –me pregunta insistentemente.
Mi plan falló. No sé cómo explicar que no puedo hablar.
–¿Quién eres entonces? –me vuelve a preguntar con impaciencia–. Voy a llamar a seguridad. –dice por fin.
No quiero. Seguramente me volverán a llevar a ese hospital.
Me doy la vuelta para irme y mientras camino siento los latidos de mi corazón acelerándose en mi pecho. De nuevo esa extraña taquicardia. Pretendo bajar las escaleras y cuando me paro en el borde lo veo.
¡Es el Cuarto!
Viene entrando con la chica pelirroja que estaba hace rato en la pantalla. Mis ojos brillan, parecen dioses juntos, con esa actitud y esa aura que desprenden. Él lleva un traje blanco de lino que lo hace relucir definitivamente, y ella viste completamente de negro, chaqueta y zapatos altos del mismo color.
Él alza la mirada y se da cuenta de mi presencia, yo sin dejar de sentir esa molestia en mi pecho bajo rápidamente las escaleras y casi sin darme cuenta tropiezo en los dos últimos escalones. Fue tan rápido que no logro meter las manos y me impacto en la boca contra el piso.
Como el perfecto idiota que aún soy.
El dolor me entumece la boca pero igual trato de levantarme, siento las manos del Cuarto sobre mí ayudándome a levantar.
–Parece que estás mucho mejor –me dice intentando no reírse de mi situación, todavía sosteniendo mis brazos.
Me encojo de hombros y percibo un líquido brotar de mis labios.
Editado: 02.06.2018