En ese instante Albert estaba sumido en la angustia porque mentalmente se convencía que engañaba plenamente a Nelly con sus acciones. Intelectualmente sabía que su yerro esencial era que, sin saber cómo, sentía una atracción impetuosa por ella. Que, sin lugar a dudas, su apasionamiento podría ser condenado enérgicamente por su madre. Interiormente tomo la decisión de despedir de su mente todo pensamiento que tuviera como objetivo a Samantha. No obstante, no sería una empresa fácil porque de continuo sus pensamientos tendían a ser obsesivos.
Repentinamente todo a su alrededor le pareció inmensamente vívido y entonces recordó que la estabilidad de su mente era frágil. Alcanzo a recordar que su mente manifestó una sintomatología terrorífica cuando recién comenzó el bachillerato. Fue en verano cuando escucho voces que lo escarnecían o que lo interrogaban. En realidad, no se aterro por ellas, pero su constancia diaria lo hizo discutir consigo mismo.
Rememoraba estos eventos cuando se sintió inyectado de una energía incontenible. Sentía que era capaz de trasladar una montaña o de mover objetos con el poder de sus pensamientos. Obsesionado con la potencia que lo poseía decidió escribir. Se sentó en su estudio y sin pensarlo, redacto:
Tu dulce juego
es un espejismo tenebroso,
donde hasta el silencio delira.
En la luz
de tu ardiente boca
se consumen
las tinieblas.
Ya no deseo
los flagelos
de tus besos;
ahora
solo quiero hundirme
en el abismo.
Alguna vez fuiste
una señal luminosa,
pero en este instante eres
un naufragio
en mi garganta.
Voy por la vida
reflejando el infinito
no sea que la melancolía marchite
el horrendo cataclismo
de tus mareas caprichosas.
A veces me pregunto
donde expira la vida
de mi espíritu abrumado;
donde puedo ahogar
tu flora embalsamada.
Escribió y escribió durante horas que para él solo fueron minutos. No comprendía de donde brotaba su inspiración; detuvo su escritura cuando escucho fuertes golpes en la puerta.
-¡Albert! ¿Qué haces que no respondes?
Era la voz pesarosa de su madre. Instintivamente pensó que solo tenía que levantarse y abrir la puerta, o por lo menos alzar la voz para que su madre se tranquilizara. Sin embargo, ahora todo el poder mental que antes desplegaba parecía que se había transferido a su escritura. Cerro sus ojos y se cubrió los oídos para no oír los desesperados golpes que su madre descargaba sobre la puerta. A la par concluyo que si no respondía únicamente agrandaría la aflicción de Helen. Así que abrió sus ojos y al hacerlo no pudo evitar lanzar un grito, que, por el terror, se ahogó en su garganta.
Frente a él estaba su madre mirándolo fijamente entretanto extraía de su boca un trozo de su lengua que mostraba un color verdinoso y que escurría una sustancia gelatinosa y hedionda. Albert la veía totalmente congelado al tiempo que se esforzaba por mover sus extremidades. Helen acerco su lengua al rostro de Albert tratando de introducirla en su boca. Él solo acertó a mover su mano derecha para, con la poca fuerza que reunió, propinarle una cachetada. Se escucho un golpe seco y, al mismo tiempo, la inconfundible voz de su madre:
-¡Alberti!, ¿por qué me haces esto?
Enfoco sus ojos alcanzando a ver a Helen con el rostro rojo de ira mientras de su nariz escurría un hilillo de sangre.