Albert asintió y bajo con Samantha dos pisos. Se posicionaron frente a una puerta que en letras itálicas mostraba un versículo bíblico: “Mas por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras.” (Romanos 2:5,6)
Sam tocó el timbre y en pocos segundos salió a la puerta una sonriente mujer.
-¡Hola mi pequeña! Pasen, estoy preparando un postre.
Alberti inmediatamente se percató que el departamento había sido adornado por alguien que evidentemente tenía excelente gusto.
-Él es Albert, ¿verdad?
-Sí, lo invite para que sepa donde vivimos. ¡Ah!, por cierto, ya somos amigos declarados.
Joven, disculpe mi atrevimiento, pero mi hija no deja de hablar de lo extraordinario que eres.
-Albert volteo a ver a Sam dándose cuenta que se mostraba un poco avergonzada y nerviosa.
-Me encanta saber que mi pequeña al fin tiene un amigo. Desde hace mucho, pero mucho tiempo, Sam no logra cultivar amistades. Supongo que es por el distanciamiento de su padre con ella. Ella continuamente lo buscaba, pero él siempre cerraba la puerta de la comunicación.
-¡Mami, por favor! Albert dirá que soy una persona con densos problemas psicológicos.
-Lo sé mi Sami, pero si Albert realmente es un auténtico amigo sabrá que es un punto donde él, probablemente, pueda confortarte.
-Albert, ¿tu amistad es sincera?
-No te quepa la mínima duda Sam.
Rápidamente Samantha se abalanzo sobre él sin importarle que su madre estuviera presente. Albert sentía como el cuerpo de ella se ceñía al suyo con tanta ternura que por un momento imagino que era su novia.
-No estrujes a Albert, pensará que estás muy necesitada de cariño y, por lo que sé, no das tu amistad a cualquiera.
Rozaban las veintiuna horas cuando Alberti decidió despedirse.
-Gracias madame por todas las atenciones hacia mi persona. Es un deleitable gusto conocerla.
-No es nada, cuando lo desees solo ven y visítanos.
-Regreso madre, encamino a Alberti hasta la salida del edificio.
Ambos salieron del departamento de madame Kelsie – así se llamaba la madre de Sam – para ingresar al elevador.
-Muchas gracias por venir, eres un amor.
-No tienes que decirlo, si somos amigos es lo menos que puedo hacer.
Albert tomo la mano de Sam para decir adiós, pero ella dijo:
-¿Puedo darte un beso en la frente?
-Es que …
Antes que él pudiera concluir la frase ella se levantó de puntillas imprimiéndole un beso tierno y suave. Albert procedió a sonreír y emprendió el retorno a su hogar.