—Debí de haber hecho prisionero a ese cabeza de chorlito —se quejó Daría mientras se sentaba en una silla frente al fuego, dentro del palacio de Namtar—. Especialmente después de que se atrevió a decirme que yo no sería la reina. ¿Está listo nuestro ejército?
—Creo que sí... Tsog, ¡ven aquí! —dijo Namtar.
Las paredes del palacio empezaron a temblar ligeramente al compás de unas pisadas que se acercaban: un enorme grifo marrón caminaba por el pasillo hacía el salón donde se encontraban Namtar y Daría. Al entrar, hizo una reverencia ante ambos y dijo dócilmente: —Sí, mi amo, ¿en qué puedo servirle?
—¿Está todo listo para la batalla?
—Sí, mi señor, todo está como usted lo pidió —contestó Tsog—. Grifos, demonios, humanos malvados... todos están listos para hacer su voluntad, mi amo.
Tsog era un grifo leal al nigromante, muy fuerte, malvado y astuto, razón por la que había sido nombrado general encargado de dirigir a su ejército de criaturas y seres infames. El grifo había estado al lado de Namtar desde hacía ya más de trescientos años, sirviendo al nigromante, ayudándole en todo lo necesario hasta que llegara el momento de la profecía y, entonces, Namtar recuperara el poder que había perdido cuando fue derrotado.
Namtar sonrió complacido. —¡Perfecto!
Daría se incorporó y caminó hacia un pasillo que conducía a la parte de arriba del palacio. —Voy a subir a descansar para estar lista para la batalla. Mañana a esta hora, la victoria será nuestra y habremos conquistado Derladia.
***
El amanecer llegó lentamente. Afuera, en el bosque frente al castillo, aguardaba el ejército de Edelmar en silencio. Todos estaban muy atentos, sabían que en cualquier momento verían llegar a Daría y a Namtar junto con sus seguidores para que la terrible batalla comenzara. Todos esperaban poder vencer pronto al ejército de las sombras y dejar atrás todas las desgracias que habían ocurrido en los últimos años, pero en el fondo de sus corazones, temían que la batalla no les favorecería y que, por el contrario, pronto serían derrotados por la oscuridad.
Edelmar estaba al frente de sus hombres, montado en un hermoso caballo blanco, con la insignia de Derladia hondeando en lo alto para darles fuerza y valentía a sus caballeros. Si sentía miedo o terror, no se lo dejaba saber a los demás; por el contrario, recorría la formación ofreciéndoles palabras reconfortantes, animándolos, asegurándoles que todo estaría bien. A pesar de ser tan joven —de tan sólo catorce años—, y de haber perdido a sus padres hacía unos días, Edelmar se comportaba majestuosamente, como digno rey de Derladia.
Edelmar fue el primero en verlos. Poco a poco, los nobles del Consejo y los caballeros que lucharían se percataron de ellos también. Por entre los lugares que el sol del amanecer aún no había iluminado, el ejército de las sombras se aproximaba a ellos, rodeándolos, cerrándoles el paso. Cientos de criaturas, como las que se habían visto en la aldea, miraban al ejército de Derladia desde el otro lado del bosque y les lanzaban terribles rugidos y aullidos que les erizaban los cabellos de la nuca.
Daría montaba un caballo negro al frente de su ejército. Cuando todos hubieron tomado su posición, cabalgó hacia donde se encontraban Edelmar y los otros miembros de la Corte.
Una vez frente a ellos, Daría desmontó y les preguntó tranquilamente: —Así que, ¿cuál es su decisión?
—No nos vamos a rendir —respondió Edelmar—. Pero tal vez podamos llegar a un trato justo, ¿qué es lo que quieres?
—Conquistar Derladia, como siempre estuvimos destinados a hacerlo —irrumpió una poderosa voz que parecía emanar del suelo mismo.
Un brillante destello de luz negra los cegó. Cuando abrieron los ojos de nuevo, se encontraron con que Namtar estaba de pie junto a Daría, mirándolos, elegante y desafiante, con su larga capa hondeando tras de él.
Los nobles se quedaron estupefactos, estaban estremecidos e intimidados por la presencia del nigromante. Ya nadie dudaba de que siguiera con vida, era real y estaba parado ahí, irradiando un poder y una maldad como nunca habían sentido antes. En cuestión de segundos, la atmósfera alrededor de Namtar empezó a llenarse de miedo y odio, los nobles titubearon y estuvieron próximos a huir, sin importarles cuál fuera el destino de Derladia, sólo querían escapar y no volver a enfrentarse a una persona tan temible como Namtar.
Edelmar trató de permanecer firme frente al nigromante, pero no pudo evitar dar un paso atrás y tampoco pudo evitar que su voz temblara al decir: —No voy... no voy a permitir que conquisten Derladia.
Namtar lo miró con indiferencia, como si estuviera observando un insecto diminuto e inofensivo. —Entonces deberán librar una guerra contra nosotros —contestó Namtar, y desapareció en el viento.
Daría movió la cabeza de un lado a otro en negativa mientras montaba su caballo y decía a Edelmar: —Has tomado una pésima decisión. Pronto serás hecho prisionero.
Daría cabalgó de regreso al frente de su ejército y la batalla comenzó. Fue un desastre desde el principio.
***
Por el aire, empezaron a atacar los grifos. Aunque no tenían magia eran mucho más grandes y poderosos que todos los caballeros. Las flechas no los dañaban, pues volaban muy rápido de un lado a otro, arrojando balas de cañón y bolas de fuego a su paso, tomando a algunos caballeros prisioneros y alejándolos de la batalla, e hiriendo a otros con sus poderosas garras.
Por tierra, la defensa no fue más fácil. Cientos de demonios y caballeros negros se abalanzaron contra el ejército de Derladia. Los caballeros negros eran muy hábiles con sus espadas y, sin problemas, desarmaban a los que luchaban con Edelmar, dejándolos indefensos rápidamente. Los demonios casi no tenían fuerza física, pero sus hechizos eran letales, los caballeros que se enfrentaban a ellos sufrían terribles torturas. Había también algunos fantasmas de la obscuridad, se acercaban a los caballeros que luchaban con valentía y, astutamente, los aterrorizaban hasta que huían del campo de batalla y no podían seguir peleando.
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Editado: 08.07.2024