No todo estaba perdido, aún no. En una distante esquina de Derladia, lejos del palacio de Namtar y su hija, lejos del castillo y la aldea, existía un lugar que el mal no había tocado: el pequeño reino de Yurmeli, hogar de los elfos.
Pocas personas conocían sobre la existencia de Yurmeli. Era un reino mágico al sur, escondido en una cuenca entre las montañas que rodeaban Derladia y al que sólo era posible entrar por medio de la llamada Puerta de los Mil Robles: un acceso oculto en la cara de una de las montañas.
La Puerta de los Mil Robles había recibido este nombre porque únicamente en esta parte de Derladia crecía ese tipo de árbol. Se decía que los elfos podían preparar todo tipo de pociones y brebajes con las hojas de los robles y, por ello, los primeros elfos que llegaron a Derladia para establecer su nuevo hogar, habían traído con ellos numerosas semillas y habían creado un nuevo bosque. Era justo detrás de este bosque de robles, al toparse con las montañas, donde se encontraba la puerta secreta.
La puerta sólo podía ser abierta por aquellos que habían sido invitados directamente a entrar por el rey o la reina de Yurmeli, y los pocos que habían estado en Yurmeli pasaban años describiendo la belleza de este reino. Era un pequeño lugar soleado y pacífico, protegido de la lluvia y del viento por las montañas plateadas que le rodeaban. Sus casas habían sido construidas con un material suave y a la vez resistente, y estaban exquisitamente decoradas en colores que asemejaban un bosque cubierto de nieve. El castillo se encontraba en la esquina opuesta a la entrada, tenía paredes marfil y un techo azul intenso, con hermosas ventanas de cristal en las que se reflejaba la luz de las estrellas aún durante el día y donde, en lo alto, siempre ondeaba la bandera de la familia real.
Al principio, Yurmeli había permanecido abierto para que las personas de Derladia y otros reinos pudieran entrar libremente. Sin embargo, cuando Namtar había conquistado Derladia, hacía casi mil años, indignados ante la maldad que traía consigo, el rey de Yurmeli había decidido crear la puerta mágica para proteger a su gente. Aún después de que Namtar fue vencido, la familia real decidió dejar la protección en caso de que el mal regresara a Derladia. Por ello, habían permanecido aislados, ignorándose los unos a los otros.
La magia era mucho más común en Yurmeli que en cualquier otra parte de Derladia, ya que todos sus habitantes tenían aunque sea un poco de magos. Los miembros de la familia real, y en especial su gobernante, eran los más talentosos en este arte olvidado. Utilizaban la llamada magia azul o magia del agua que era, junto con la magia negra, la más poderosa.
***
Dos años antes de La Batalla de la Noche, Safira se encontraba dentro de su habitación en el castillo. Estaba sentada junto a la ventana en un escritorio de madera desbordado de libros y pergaminos, con algunas manchas de cera y tinta en los lados, ocasionados por torpes descuidos después de noches enteras trabajando. Su cabello azabache caía en ondas sobre su cara a unos centímetros del pergamino que leía con aparente atención. A pesar de ello, sus ojos negros permanecían en un punto fijo, indicando claramente que no estaba leyendo sino que estaba distraída, pensando en otra cosa. De su cuello pendía un amuleto de oro y plata en forma de espiral con un diamante en el centro: era el símbolo del agua, y sólo podía ser usado por el rey o la reina de Yurmeli.
—Entonces, mi señora, ¿está de acuerdo? —preguntó una mujer sentada al otro lado del escritorio. Su nombre era Iliana, consejera de la reina y una querida amiga.
Safira sacudió la cabeza desconcertada. Aclaró su garganta y trato de responder lo más segura que pudo, escondiendo que no tenía idea de lo que hablaba Iliana. —Sí, sí, creo que es una buena decisión.
Iliana sonrió. —¿Por qué no toma un descanso, Majestad? Ha estado trabajando todo el día.
—No, no hay problema, estoy bien —respondió Safira agitando la mano, golpeando sin querer una copa con agua que pronto mojó los papeles. Safira se incorporó de inmediato y, agitando de nuevo su mano, hizo un hechizo para secarlos mientras Iliana reía en silencio.
Safira había sido coronada reina hacía cinco años, cuando su padre, el viejo rey, había muerto. Aunque aún era una reina joven, se convirtió en una de las mejores líderes que Yurmeli había tenido. Era una mujer devota de su gente e interesada en hacer todo lo posible para que prosperaran. A pesar de ello, Iliana bien sabía que a Safira algunas veces le pesaba tener tanta responsabilidad sobre sus hombros, y le hubiese gustado tener más tiempo para conocer otras tierras antes de dedicarse a su pueblo.
Safira se sentó de nuevo. —De cualquier forma, no puedo salir ahora. Va a venir una comisión de Yurmeli a hablar conmigo. Parece ser que han visto criaturas en las afueras de la Puerta de los Mil Robles tratando de entrar al reino.
—¿Criaturas? — preguntó Iliana frunciendo el ceño.
—Eso dicen. Están preocupados y quieren crear nuevos hechizos sobre la entrada para protegernos.
—¿Usted cree que algo malo estará pasando en Derladia?
Safira dudó unos instantes antes de responder. Ella sabía muy bien lo que pasaba en el reino vecino, un amigo suyo se lo había confiado. Pero no podía responderle abiertamente a Iliana, pues su amigo le había suplicado que mantuviera el secreto el mayor tiempo posible.
—Tengo una vaga idea de lo que pasa, pero deseo que no sea tan grave como parece ser, especialmente porque los miembros del Consejo insisten cada día más en que no debemos entrometernos en sus asuntos, dicen que no es nuestro problema.
—Si hay criaturas en Derladia, será sólo cuestión de tiempo antes de que lleguen aquí, y entonces sí será nuestro problema.
—Es lo mismo que llevo años diciéndoles. No quieren entender que estamos interconectados y que lo que pase allá nos afecta acá, por eso debemos ayudarnos mutuamente —dijo Safira secamente. Sacudió la cabeza y añadió: —Ya veremos qué dice la comisión esta tarde.
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Editado: 08.07.2024