Sé que debo sentirme mal por lo que hice, pero no, no lo siento. Sentir remordimiento por la sangre que hacía correr, por los padres y madres de familia que les arrebaté a los niños o por todos los hijos, nietos y sobrinos que arranque de sus hogares, en ningún caso ocurrió, no existió remordimiento. A veces lo intentaba. Intentaba buscar ese buen corazón, el que mi padre recordaba y mi madre invocaba, tomando a niños cada vez más pequeños y a personas cada vez más ancianas, pero no ocurría. Ni una chispa de misericordia, dolor o sentimiento. Por el contrario, me sentía vivo y ansioso. Ansioso de más intensidad. La mejor droga que saturaba mis venas, era la adrenalina que sentía al tener en mis manos la vida de alguien, escuchar sus peticiones de piedad y que dependía de los siguientes minutos, su futuro. El resto de nuestras vidas. Ellos no la tendrían o tendrían una muy paranoica, si llegaban a tener suerte, y yo debía agregar otro nombre, lugar e historia, a mi larga lista. Ahora es mi turno, mis letras fluyen desde una condena a muerte. Hoy no he quitado vidas, pero sí he robado lágrimas. Muchas de las mejillas que rozan ya las conocía, pero hoy caen las más ácidas, las de mi familia, al ver toda mi realidad, y mi final. Hasta hoy haré lo que quiera, hasta hoy haré el mal a la humanidad, hasta hoy por fin, caigo sintiendo el beso de la muerte.
#Freddy
#Besos
#Muerte
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✒: Mare Durán / @mareduranv