Relatos

El espejo mágico

Era el 17 de octubre de 1898. La guerra hispanoamericana había acabado. El pueblo de Zahara estaba celebrando el acontecimiento. Todo el mundo que podía hacer el recorrido hasta la estación del ferrocarril, se volcó en ella para dar la bienvenida a los voluntarios que volvían de la guerra.

La banda de los bomberos estaba tocando. Y los niños, saltando llenos de alegría, regaban flores y rutas sobre la carretera, altamente limpio. Todos hablaban y reían. No era con mucha frecuencia que cosas tan importantes sucedían en Zahara.

Alguien empezó a gritar que había visto una nube de humo elevarse de la vía a un kilómetro de distancia. Los rieles se encontraban en una parte baja del valle, siguiendo de cerca el curso del río. Así que el tren no se veía aún.

Entonces todos oyeron el silbato y un gran grito de la multitud. Y antes de que la banda encontrará la página correspondiente en su libro de música, y antes de que la gente cante de nuevo, el tren se había detenido y los soldados estaban bajando, entre gritos y carcajadas, con toda la energía y la curiosidad de una manada de caballos salvajes a la que se lleva por primera vez a un rodeo.

Jack Addams saltó del último vagón, vestido con un traje de civil. Saludó a sus vecinos, alegremente, y se volvió para ayudar a una dama a bajar del tren.

La estación era sacudida por música, risas, gritos, besos y lágrimas… hasta el momento en que la mujer, aferrada a la mano de Addams, bajo de este. Instantáneamente, su presencia provocó un asombroso cambio en la atmosfera. Todos se aquietaron, las voces se convirtieron en murmullos y la gente se volvió repentinamente tímida, como si un extraño estuviera merodeando por esos lugares. ¡Era extraño! ¡Era inexplicable!

La mujer era hermosa… la más hermosa que el pueblo hubiera visto nunca. Alta, casi tan alta como Jack Addams, y esbelta muy esbelta. Tenía el cabello tan negro, que lanzaba los reflejos azulosos a la luz del sol. Sus ojos eran brillantes y grandes, verdes y amarillos como los de un gato. Su cutis pálido era liso y sus facciones perfectas. Sus labios, labios gruesos y húmedos, sonreían con expresión calmada. Más tarde, los hombres de Zahara habrían de jurar que poseía los labios más candentes y los ojos más helados que jamás hubiesen visto.

Jack Addams la presentó como su esposa. La esposa de Jack Addams había muerto algunos años antes, dejándole una hija pequeña. Él había hablado de volverse a casar, pero nadie soñó jamás que volvería de la guerra con una esposa… ¡y qué esposa!

La joven señora Addams parecía muy preocupada por una enorme caja plana que los mozos estaban descargando del último vagón. Convenció a su esposo que dejara de saludar a los amigos, para encargarse de colocar aquel extraño y voluminoso paquete en la carreta en que trasladarían a su casa. Y no se movió de la carreta, hasta que Jack Addams montó difícilmente aquella caja e inició el recorrido a su hogar ya cargado. El pueblo se sintió muy aliviado cuando la extraña mujer se alejó de allí.

La nueva señora Addams fue recibida en la casa por la hija de Jack, Anne, de doce años; por el hermano de Jack, Andrew, y por una vieja ama de llamada Lucy.

Milla, que era el nombre de la señora Addams, los saludó con una reverencia de cabeza fría. Y poco después de su llegada, pareció sufrir un extraño a ataque de inquietud e incomodad. Mientras charlaba, sus labios comenzaron a temblar de pronto y su rostro se puso muy pálido. Se llevó las manos al pecho y pareció que no podía respirar del todo bien. Dijo que se sentía cansada y pidió que la llevaran su enorme paquete y que le quitaran su sabana que la estaba protegiendo.

Jack y su hermano llevaron la caja al dormitorio de la planta baja, mientras Anne iba en busca de las herramientas para abrirla. Milla caminaba de un lado a otro de la habitación, muy impaciente, mientras iban desprendiendo las tablillas que formaban el gran protector y retiraban las varias capas de tela acolchonada que cubrían el contenido de la caja. Llena de impaciencia y un gran extraño deseo de velo. Milla retiró la última parte del empaque para revelar el contenido.

Un espejo.

Era un espejo desproporcionado. El pesado marco dorado que lo rodeaba estaba elaboradamente detallado con pequeños raspaditos de pequeñas cabezas unidas por una guía de hojas doradas. Los rostros de aquellas cabezas diminutas, que parecieran muy bien detalladas. Tenían expresiones muy vivas y parecieran todas las expresiones del ser humano. Algunos rostros sonreían. Otros miraban con una expresión distraída, otros con apatía; algunos sonreían malévolamente y otros pareciera que lloraban con desesperación. Resultaba grotesca, lo bien de cada cara pareciera que tienen vida propia y natural. Los ojos, las orejas delicadamente formada, la variedad era muy intrigante. Era como si cada cabecita hubiera sido tallada en un molde tomado de un rostro viviente y mágicamente empequeñecida.

Jack sintió que un escalofrió le recorrió en toda la espalda al mirar el espejo. Su mujer, sin embargo, lanzó un suspiro de alivio cuando comprobó que su tesoro había llegado sin sufrir ningún daño.

—Cuélguelo inmediatamente, Jack —suplicó —. ¡Estoy tan cansada!

Jack la miró, sin comprender muy bien lo quería decir. Sabía que hablaba otro idioma, que era su lengua materna y con frecuencia le resultaba difícil, aparentemente, expresarse en inglés.

Jack y su hermano lograron levantar el espejo hasta dejarlo vertical. Entonces lo montaron sobre una base improvisadamente construida, para que quedara apoyado contra un muro del dormitorio. Era tan enorme, que con todo y marco. Se extendía desde el techo hasta el piso.

Una vez que estuvo en su sitio, Milla se colocó de pie al frente al espejo, contemplando con ansiedad su hermoso cuerpo. Jack y su hermano se quedaron de pie a un a cierta distancia, con el rostro lleno de admiración.



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Editado: 18.11.2021

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