Ese día mi madre andaba emocionada porque haciendo varios ajustes en las tejas del techo, había encontrado la manera de hacer que las ratas y los ratones no escaparan por las esquinas de las paredes.
Recuerdo que estábamos hablando, yo le mencionaba algo sobre algún chico lindo que había visto, y ella aun con la vista clavada en el techo asentía enérgicamente.
-oh por Dios- dijo tranquilamente señalando el techo y en ese mismo instante levanté la mirada para observar lo mismo que ella.
Una enorme rata se trasladaba con apuro desde uno de los extremos superiores de la pared hasta una esquina.
Hasta ahí, todo normal. Estaba acostumbrada a ver ratas y ratones en casa, ya que esta no era muy nueva y su construcción no gozaba del mejor estado.
Pero de pronto mamá apareció con un palo y calmadamente mientras llevaba este al rincón de la pared, explicó con ahínco y emoción su dichosa modificación mientras chuzaba sin sutileza al roedor.
No soy muy buena viendo este tipo de cosas, por lo que me disponía a salir de allí cuando noté con horror que mi madre chillaba mientras corría a la puerta y la cerraba.
Fue solo un instante de confusión cuándo tuve la desdicha de sentirla.
Algo impactó en mi cabeza y mecánicamente llevé mis manos a ella, gritando de paso, puesto que sabía que era la rata lo que ahora cargaba encima.
No sé si eran los gritos de mamá o los míos, tal vez era una mezcla de los dos, el caso es que la rata asustada comenzó a abrirse rápidamente paso desde mi cabeza a mi espalda... por debajo de la camisa.
Grité.
Chillé.
Me retorcí llevando mis manos a mi espalda como podía. Mi madre golpeaba con palmadas nada sutiles el bulto en mi espalda; o eso intentaba, porque en realidad me golpeaba era a mí, sumándole más trabajo a mi fallido intento de librarme del animal.
Casi como si un ser superior hubiese acogido mis plegarias de clemencia, que seguramente enviaba mi mente inconscientemente en medio del ajetreo; mi mano dio con el bulto, lo agarré con fuerza sobre la camisa y grité como poseída cuando pude ver la cabeza del roedor.
Mi madre entonces entusiasmada, dejó entrar a la gata que teníamos en la casa, la cual se
acercó con paciencia infinita al animal entre mis manos, pero la rata al reconocer al felino chilló haciéndome chillar a mí y de paso a mi madre, mientras forcejeaba con sus diminutas garras por librarse de mi agarre.
Se soltó momentáneamente y nuevamente nos sumimos en alaridos mi creadora y yo.
Desafortunadamente, el roedor aún se movía entre mi ropa y me vi nuevamente obligada a atraparla sobre la camisa.
Chillando, alardeando y visiblemente asqueada, le acercaba yo mi mano a la gata para que se tragara de una vez por todas al bicho, pero mi mascota como si disfrutara verme sufrir se tomaba todo el tiempo del mundo en olfatear al animal, el cual sintiéndose en peligro no dejaba de retorcerse.
Recuerdo que seguí estrujándola con violencia, hasta que de repente me desperté estrujando algo con mi mano.
Suspiré aliviada cuándo reconocí mi teta entre ella y no una rata como temía.
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Editado: 01.08.2018