Son raras las ocasiones en las que el miedo realmente me invade.
Tengo una naturaleza curiosa, por lo que en vez de asustarme tiendo a indagar la causa de dicha sensación.
Mas que ser escéptica, soy de esas personas que le busca explicación lógica a cualquier acontecimiento "paranormal"... tras una infancia traumática en la que me di cuenta que no todo era creación de mi mente, decidí enfrentar mis miedos y superarlos.
Yo no los ofendo y ellos no se meten conmigo.
Recuerdo que ese día andaba en casa, me gustaba tomar el sol en el patio trasero de aquel Lugar. El lavadero quedaba en una de las esquinas y en la esquina opuesta la puerta que conectaba al garaje.
A la derecha del lavadero quedaba el pasillo que conectaba con la sala y la cocina, justo frente a este, una puerta daba entrada al baño.
Era un espacio pequeño, bastante iluminado de día, pero de noche daba un poco de miedo ir solo allí, puesto que, al estar cerca del patio despejado, el ambiente a veces se tornaba lúgubre y siniestro.
Ni siquiera la cortina que se dejaba caer en la noche, separando el lugar descubierto del interior de la casa, podía librarnos de ese presentimiento algo molesto de que tras ella algo obscuro merodeaba.
Pero era de día. De día nada malo sucede.
Como venía diciendo. Aprovechaba del sol mañanero y bronceaba mi pálido cuerpo cuando escuché un ruido extraño en el baño, di por hecho que era mi madre o mis hermanos que merodeaban por allí, como era su costumbre.
Seguí en mi oficio como si nada, cuando mi madre me llamó.
-Pensé que eras tú- respondí cuando me preguntó sobre el inquilino ruidoso.
Ella juntó sus cejas en un claro gesto de preocupación y yo resoplé.
-Debe ser mi hermana o el mocoso (mi hermano)- obvie ante su insistencia.
- El mocoso- dijo con reproche al utilizar el mote que le tenía a mi hermano- estudia. Y la niña salió con una compañera hace rato. No han llegado.
Bueno, eso sí era raro.
Lo ruidos seguían insistiendo y de pronto ni siquiera el bonito clima se opuso a la sensación extraña en mi pecho.
Me levanté entonces y fui a abrir la puerta del baño, pero evidentemente estaba cerrada. Algo que ninguno de nosotros hacía, ya que respetábamos la privacidad ajena.
Mamá fue por un cuchillo, ya que el baño no contaba con llaves de repuesto y yo, mientras tanto, pegué la oreja a la puerta.
No sabría describir con exactitud los ruidos que se escuchaban, en parte se escuchaba una extraña risa y por otro lado se escuchaba como cuando un vidrio se está grieteando.
Mamá llegó pronto con el cuchillo y yo me hice a un lado, ahora con evidente pánico oprimiendo mi pecho. No sabía cómo ni por qué, pero no me parecía ahora una buena idea el abrir la puerta.
Pero no era cobarde y prefería saber qué ocurría antes que quedarme con la duda.
Mi madre forzó entonces la cerradura y la puerta se abrió lentamente con un lúgubre rechinar.
No se escuchaba nada.
-Aquí no hay nada- dijo mamá luego de echar un vistazo. Entonces entró.
Presa de esa sensación extraña, yo aún me encontraba a un lado de la puerta sin atreverme a mirar. Y contrario a lo que se esperaba, la afirmación de mi madre no tuvo efecto apaciguador en mí.
Sin embargo, tras un corto y poco satisfactorio suspiro, decidí seguirla. Lo primero que noté fue el enorme espejo que colgaba de la parte superior del lavamanos, luego a mi madre en el fondo del baño en la parte de la ducha mirando hacía el techo.
Pero lo que me hizo devolver la mirada hacía el espejo, fue el rostro de mi madre reflejado en él.
Estaba estático, justo en el Lugar en el que debería estarse reflejando el mío.
Miré una vez más a mi madre quien se hallaba de espaldas a mí, aun mirando hacia el techo y nuevamente al espejo.
El reflejo de mi madre antes estático ahora se movió y sin el mayor de los apuros me sonrió de forma macabra.
Grité y me pegué a la pared cerrando los ojos. Entonces desperté.
No me encontraba en mi casa, estaba en casa de una amiga, debía ser de madrugada.
Levanté la mirada hacía un escaparate que se encontraba frente a la cama en la que dormía. En su puerta había un gran espejo en donde pude verme reflejada aún con la escasa luz de las bombillas de la calle que se colaba por la ventana.
Tras de mi reflejo estaba también el de mi amiga que dormía profundamente a mi lado y justo detrás de esta, bien pegada a la pared, un reflejo más, oscuro y alto.
No era el rostro de mi madre, pero su sonrisa era idéntica a la que me dedicó mi madre en la pesadilla que acababa de tener.
Le sonreí en respuesta y volví a dormir.
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Editado: 01.08.2018