Relatos breves para noches de Insomnio

A paso largo

Debido al lugar en el que vivimos, gozamos de lugares preciosos a los que vamos de vez en cuando para despejar la mente el cuerpo y el espíritu.

El pequeño pueblo en el que residimos tiene muchos lugares a los que se puede ir y armar una buena tarde de caminatas y compartir momentos en familia.

Sucedió que una tarde en la que no teníamos nada que hacer, resolvimos salir de paseo sin un rumbo fijo. Mi madre, mis hermanos y yo tomamos gorras para protegernos del sol y nos encaminamos a los campos apartados del pueblo.

La tarde fue tranquila, hablamos de cosas sin sentido, visitamos a una amiga de mamá que vivía un poco alejada de la zona urbana y tras café, pan, queso y el inminente robo de plantas de diferentes tipos a su jardín por parte de mi madre y su amor por las flores, decidimos ponernos en marcha de regreso a casa.

Mamá se caracteriza por andar siempre a paso lento, distrayéndose con plantas de monte que le parecen divinas, lo cual hace que nuestros paseos sean más largos de lo normal.

De ida no fue la excepción y hubiésemos llegado aún más lejos si la casa de su amiga no se hubiese atravesado en el camino. En fin, de regreso la cosa no iba mejorando, mamá se detenía a comprobar que ningún tipo de flor se le escapara de su inminente olfato para jardinería y nosotros mientras tanto intentábamos apurarla para llegar rápido a casa.

No crean, bañarse luego de las 6 de la tarde en este lugar te garantiza el congelamiento de músculos que no creerías que existen.

Para ese momento debían ser como las 5:30 maso menos y mi madre nada que se apuraba. Hasta que en un momento determinado dejó escapar la confesión del siglo.

- Marica. Tengo ganas de mear- comunicó sutilmente en mi dirección.

Oh sí, mi madre y yo tenemos ese nivel de confianza en el cual ella me trata como si yo fuese más su amiga que su hija. Aunque si les soy sincera yo aún no puedo.

-Aguante. O alargue el paso, así al menos llegamos más rápido- lo cual les da a saber que yo no respondo como la damita delicada que se supone que debo ser.

-Se me va a salir- replicó ella con un gesto gracioso y juntando las rodillas de manera peculiar.

-No sea puerca. No hay papel y alguien la puede ver- obviamente sabía de sus intenciones y no quería que tomara la carretera como baño público.

-Si me meo le toca a usted lavarme los calzones- atacó.

Esa era su forma de chantajearme, así que paré en seco.

- ¿Trajo papel? - le pregunté, aunque sabía la respuesta.

-Sí, sí.

-Vale yo vigilo este lado y los chinos que vigilen el otro- varios segundos después armamos un escuadrón de vigilancia. Mis hermanos miraban hacia abajo en caso de que se acercara algún carro o moto y yo hacía lo propio en la otra dirección.

El plan era perfecto, lo malo era que cuando mi madre orinaba en circunstancia similares se demoraba un buen rato. O sea, ella aguantaba hasta que no podía más, así que fijo unos dos o tres minutos se echaría en su descargue.

Afortunadamente no había moros en las costas y sin pensarlo mucho mi progenitora se bajó los pantalones.

Lo que ninguno de nosotros esperaba era que un muchachito apareciera por uno de los potreros que daba a la carretera arreando ganado.

Como si mi madre tuviese un sexto sentido, notó que alguien ajeno a nuestro grupo cómplice la observaba y rápidamente se subió los pantalones.

Eso fue lo único que hizo falta para que echara a andar camino arriba sin detenerse y con apuros. Ni siquiera nosotros caminando a paso rápido pudimos alcanzarla.

Intenté decirle que el intruso hacía mucho que se había quedado atrás y que por fortuna no creo que reconociera su cara, pero ella simplemente no se detuvo.

Cuando finalmente mis hermanos y yo llegamos a casa, mi madre ya se encontraba en el baño dándose una ducha sin siquiera rechistar por el agua fría.

Semanas después llegué a enterarme por un descuido suyo de que ese día no había alargado el paso por la pena de haber mostrado su trasero a un muchacho cuya identidad hoy en día desconocemos, sino por el hecho de que cuando ella se subió los pantalones no pudo detener su agüita amarilla y de todas formas había desocupado vejiga camino a casa.




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