¿Por qué si nos habían dicho que el Sol estaba inmóvil debíamos de creerlo? Esa no era nuestra verdad, de niños lo veíamos cruzar el cielo, ocultarse y reaparecer del otro lado al día siguiente. La Luna haciendo lo mismo, seguía al Sol ciega por su brillo. Ciertos días del mes estaban juntos, tanto así que solo al Sol se podía notar; y era cuando las noches eran las más oscuras, porque la Luna acompañaba al Sol al otro lado del mundo.
Breves momentos ellos se reunían, el Sol no esperaba, y a ella no le importaba, sabía que era su igual, y se rezagaba en el firmamento, esperando ilusionada su próximo encuentro.