Desde el cementerio escribo. Aquí la ventisca no amaina. Las hojas de los árboles se balancean, se mueven y caen, son llevadas por el viento sin un destino definido. La luminaria se enciende desde abajo, ilumina al árbol desde su tronco, le da una apariencia más espectral de la que debería tener. El viento se intensifica ahora, el sonido aumenta más y más. Las hojas secas se arrastran por el suelo, hay sombras, relieves, raíces que emergen. Y hay también una fría presencia tras de mí. La siento asomarse tras mis hombros. Quiere leer lo que escribo.