Llevábamos más de seis horas en carretera, Leila me pidió que buscase algún lugar para pasar la noche. Revisaba en el mapa de mi teléfono cuando me giré para tomar una coca-cola de la pequeña nevera y al volverme contémpleme a un señor orillado en la carretera. Me pareció extraño que hubiese alguien en la carretera a esas horas y tan alejado del lugar más cercano que quedaba a 20 km. Le pedí a mi amiga que nos detuviésemos, tal vez necesitaba ayuda, pero cuando paramos ya no había nadie y Leila aseguraba no haberlo visto.
—Seguro se te está pegando la ceguera al ojo sano—se burló y la ignoré quitándole importancia.
Más tarde parqueamos junto a un motel que era lo único que había por aquellos lares, El observador era su nombre, la alegría me invadió al saber que no dormiría en el coche. En recepción nos atendió una señora mayor que no paraba de mirarme, algo lo que ya estaba adaptada, no es que veas a una chica con un parche en el ojo a lo pirata diariamente.
La señora nos acompañó a una de las habitaciones y nos entregó la llave para después marcharse. En lo que Leila se bañaba yo salí a comprar golosinas en la máquina del pasillo, y cuando volvía al dormitorio sentí nuevamente la mirada de alguien sobre mí. Me giré y achicando mi único ojo trate de agudizar la vista para identificar algo entre la oscuridad, me concentré en un enorme árbol que quedaba justo frente a nuestro cuarto, pero no hallé nada.
Una vez en la habitación mi amiga y yo devoramos lo que había comprado y luego me adentré en el baño para darme una rápida ducha. Cuando terminé ya mi compañera estaba rendida, como siempre su deslealtad hacia mi reinaba , yo buscando comida y ella durmiendo.
Luego de un rato acostada me volvió la sensación de ser observada, decidí ignorarla ya que seguro seria mi imaginación.
Una hora más tarde seguía incomoda por la sensación, me levanté de la cama y fui al baño para lavarme la cara. Cuando volví a la cama noté que en la pared frente a esta habían dos cuadros exactamente iguales, solo variaban en tamaño. En los cuadros se mostraba un árbol justo como el que estaba fuera y frente a este el rostro de un hombre. Me quedé observando fijamente las pinturas y no entendí el porqué de que hubiesen dos iguales.
El señor en la pared era bastante inquietante y aunque eran iguales el del cuadro más grande intimidaba, parecía como si me observara directamente a mí y la horrible cicatriz que se podía apreciar es su mejilla era algo diabólico y tóxico. Lo miré fijamente durante un rato he incluso me pareció verlo pestañear , claro que esto era producto de mi paranoia.
No me pude dormir hasta que Leila se giró y tiró sus extremidades sobre mi cuerpo.
A la mañana siguiente mi amiga me despertó con unas cuantas tostadas y unas cajas de leche, nos sentamos las dos en la cama y mientras desayunábamos me contó una historia.
—Mientras pedía el desayuno me puse a conversar con la mujer de recepción y me contó que el nombre de este lugar no había sido escogido al azar. Resulta que hace años se hospedó un campesino quien había sufrido un accidente con un pico y una de sus mejillas había quedado destrozada haciéndolo lucir una horrible cicatriz. El señor al tener tan desagradable apariencia llamaba la atención de muchos de los curiosos que andaban de paso, ganándose fijas e inquietantes miradas.
—Anda como yo por no tener un ojo —dije con ironía— ¿Qué tiene de interesante la historia?
—Pues que unas semanas después empezaron a aparecer cadáveres sin ojos en el motel, y con el paso del tiempo notaron que los cuerpos que aparecían eran de las personas que se quedaban mirando fijamente al campesino, pero cuando salieron en su busca para apresarlo ya no lo encontraron. Según dicen muchas personas han visto a un señor parecido al campesino rondando el motel, nadie sabe si en verdad es él o es su espíritu que ahora busca nuevas almas.
— ¿Y cómo saben la apariencia del campesino?
—Pues al lado de cada ventana hay una pintura de él para que las personas lo puedan reconocer y así no quedárseles mirando—giré la cabeza en dirección a los cuadros de la noche anterior y se me heló la sangre al notar que solo era un cuadro, el más grande era una ventana— Dicen que si se para en tu ventana y te le quedas mirando por mucho tiempo lo mejor será que te despidas del mundo, pues el observador vendrá a por tus ojos.