Cuando niña mi abuela siempre me decía que las personas podían desaparecer físicamente de este plano, pero que de alguna forma de la cual ella no tenía la respuesta se quedaba su esencia.
Tras su cama en un estante de madera reposaban las fotos de algunos de sus ancestros y junto a estas la de uno de sus hijos que murió en un accidente, diariamente les ponía un vaso de agua y alguna flor. Yo como niña curiosa al fin le preguntaba por qué hacía eso y ella me decía que para que supieran que no los olvidaba, y que aún los seguía queriendo con la misma intensidad.
Le gustaba mucho hacerme historia de espíritus en los bosques y fantasmas que aparecían en las noches. Una tarde sentadas en la cocina de la casa donde había vivido toda su vida, me contó que su padre luego de fallecer se había despedido de ella.
—¿Cómo?— fue mi pregunta al no encontrarle lógica a sus palabras.
—A él le gustaba mucho el tabaco, todas las tardes luego de la comida se sentaba en aquel sillón— dijo señalando una viejo mueble que se encontraba en el patio— y se fumaba su puro. Días después de su muerte,luego del horario de la comida estaba sola en la cocina cuando sentí el fuerte olor del tabaco, miré y pude apreciar el humo en el aire justo como si alguien estuviese fumando. Salí un poco asustada ya que no había más nadie en casa y me encontré a mi padre sentado allí, mirando en mi dirección como si hubiese estado esperando a que saliese. Se levantó de su asiento y caminó en mi dirección , yo estaba paralizada, se acercó y dejó un beso en mi frente antes de continuar su camino y desaparecer para siempre, dejando solo un rastro de humo.
Como se imaginarán yo lo tomé como otro de sus cuentos fantasiosos y no le hice mucho caso.
Ahora estoy aquí 15 años después parada frente al estante de madera y observo a mi abuela, a quien enterramos hace dos días, fumándose un cigarrillo con una sonrisa en los labios.
¿Se habrá venido a despedir?