Mi abuela siempre me contaba de su época, de que muchas personas hacían fiestas nocturnas y ebrios se presentaban en su vecindario cuando acababa la fiesta. Unas historias fascinantes que en el día de hoy se puede considerar como suicida, ya que nuestra generación entra en pánico cuando empieza a ocultarse el sol, como si tuviéramos fobia.
Cuando el sol se oculta no ves a ningún individuo vagar por las calles, era un protocolo, incluso mis padres empiezan a cerrar las ventanas, aquellas que en vez de vidrio poseía un metal que no dejaba ver lo que había en el exterior. Tal vez esto sea un infierno para las personas que vivieron en la época de mi querida abuela; mas sin embargo, en mi punto de vista, me estuve acostumbrado un poco a esta vida en la que tememos a la noche, en la que nos convertimos en heliocentristas. Nunca me explicaron exactamente el porqué teníamos que escondernos como si nos persiguiera una pantera, por otra parte, mi hermano parece saber lo que ocurría en el exterior cuando empezaba el crepúsculo ante la desaparición del sol.
Nuestra sociedad es regida por la gerontocracia, quienes mantenían unas reglas y tradiciones para mantenernos a salvo de manera generable.
Una vez tuve tanta curiosidad que intenté abrir una ventana, pero estaba tan trabada que no pude hacerlo, en cambio, pude escuchar cosas extrañas que provenían de afuera, sonaban como ruinas colapsando o enormes galletas romperse, también pude percibir una vibración inusual. Mis padres me dijeron que los geologos se harían a cargo de informar sobre eso, pero no ocurrió nada.
En el día: mis padres trabajaban y mi hermano mayor se quedaba a cargo de cuidar a mi abuela y a mí. El nombre de mi hermano es extraño, ya que mi padre lo llamó Krieg, que según, significa guerra en alemán; la verdad es que no entiendo porqué le pusieron ese nombre, el mío es un poco más normal, ya que me llamo Dan, así como mi abuelo Dan Muchosre Galos. En fin, mi hermano me suele regañar cuando no hago mi tarea o cuando le pregunto a mi abuela sobre la noche, Krieg me recordaba mucho a mamá en su forma de reprenderme, mi hermano se enojaba tanto que terminaba mordiéndose la legua y le daba una insoportable glosalgia.
Me aburro en las vacaciones, ni siquiera de día me dejan salir, a pesar de que el día no representaba mucho peligro para nosotros. Por suerte, era una época de clase, así que pude hablar y jugar con mi amiga Patricia, jugábamos con su cronómetro, otras veces ella me cuenta sobre sus hermanos y sus dos madres, ya que su padre practica la bigamia.
Retomando lo anterior con respecto a mi curiosidad, una vez salí de compras con mi madre, ella deseaba comprar un cinematógrafo y algo de ropa nueva para mí; recuerdo ver un montón de personas agrupándose en un mismo lugar, yo le pregunté a mi mamá en porqué se agrupaban y ella me miró con un poco de incomodidad. Había forzado una sonrisa en su rostro y me respondió:
—Debe haber oferta de un cosmético, por eso están así.
Después de esa charla, parece que hubo muchas ofertas, porque cuando salía, muchas veces me encontraba una cantidad abismal de personas agrupadas, murmurando entre ellas con angustia. Una vez vi una agrupación fuera de mi colegio, pero los maestros y padres no dejaron que los niños se acercasen. Si así es nuestra sociedad, quiero ser un ácrata como mi abuelo Víctor.
Al parecer, lo únicos que saben lo que en realidad está ocurriendo eran los chicos de secundaria como mi hermano y los adultos, todo era tan extraño. Los niños vivíamos en una burbuja sin saber lo que sucede a nuestro alrededor y esta burbuja no fue creada por nosotros, sino por las personas grandes.
Tal vez nos enteremos cuando crezcamos.
Mis padres usaban auriculares para escuchar las noticias en su móvil, ya que el televisor tiene esos canales bloqueados por ellos mismos, por si yo tuviera la curiosidad de saber lo que está ocurriendo. A veces colocaban microcintas con películas para que me entretuviera. Mi abuela escucha las noticias monoaural en una radio del sótano, y como a mí me daba miedo ese lugar, tenían la confianza de que nunca iba a bajar. Estuvieron muy equivocados conmigo.
La curiosidad suele ganarle a mi miedo, así que me escabullía para poder saber lo que estaba escuchando la abuela. Me daba miedo la idea de ser descubierto y la emoción era incomparable.
Escuché sobre desapariciones, pederastia y muertes, pero no comprendía mucho de qué trataba.
Una vez cuando mi hermano se encargó de cuidarnos, le pregunté con mucha insistencia que terminó en una discusión, que él me dijo con ira:
— ¡Los niños como tú desaparecen si ven la noche, los chicos como yo y los adultos mueren, se los lleva el necróforo! —lo había dicho con tanta brusquedad que no pude evitar lagrimear.
Lo que es más frustrante es que no podamos gozar de la noche como en el día, ni siquiera había supervisión de policías, pero los delincuentes también tenían miedo, ¿por qué todo se volvió de esa manera? ¿Por qué mi abuela no vivió eso en su juventud y nosotros sí? No entendía y no estaba seguro de poder entender en un futuro.
En el día de mi cumpleaños, mi mayor deseo fue ver la noche, pero mis padres y hermanos no me iban a saciar mi curiosidad de saber cómo eran las calles por la noche. Ese día me sentí un poco insatisfecho. ¿La noche sería como el día? No lo sé, cuando el cielo se tornaba naranja no me dejaban mirar por la ventana para ver la esfera nocturna que llamamos luna.
Descubrí en dónde pone mis padres las llaves de los candados de las ventanas: estaban en un cajón bajo sus camas. Busqué la llave de la ventana de mi habitación, toda esta aventura me parecía una fantasía. Finalmente pude abrir mi ventana mientras que todos dormían.
Vi un cielo oscuro siendo iluminado por lo que parecía ser la luna, no la pude dejar de mirar junto aquellas estrellas. El ambiente expulsaba un aire frío que me hacía sentir tan vivo. Nunca pensé que la noche sería tan hermosa e hipnótica.