Todo ocurrió tan repentinamente, yo tenía dieciséis años cuando empezó toda esta catástrofe, primero empezó con una enfermedad que aterrorizó a muchos y a otros le valía; luego todo el cielo se oscureció por un mes, tanto que muchos seres diurnos murieron y otros tuvieron que adaptarse a la oscuridad para que los depredadores nocturnos no se aprovecharan de su vulnerabilidad; luego de eso, hubo días enteros de tormentas e inundaciones, huracanes, todo, muchos científicos argumentaron en que ya cruzamos la línea de contaminación y llegamos a un punto del no retorno. Apagones constantes dañaron muchos aparatos eléctricos, a veces era difícil trasportarse por las calles, hasta muchas personas empezaban a vender unas tablas estúpidas para que flotaras por horas hasta llegar a tu destino ¡eran caras y de muy mala calidad! Ya que la madera se pudría.
Las clases virtuales no funcionaron, así que el imbécil del director hizo que asistiéramos presencial, le valió un pepino si íbamos en tablas o nadando, él tenía un bote con remos, hasta los mismos profesores se enojaban, las aulas estaban inundadas, muchos que quedaban en su tabla o intentar no ahogarse para los que vinieron nadando.
He visto muchas películas apocalípticas y en ninguna de ellas había que asistir a clases.
Y como si nada pudiese ir peor, resulta que una criatura acuática había acabado con la vida de muchas personas para alimentarse, convenientemente era una nueva especie y blablabla, ya saben, esos estúpidos argumentos forzados que siempre ocurre en películas de tiburones mutantes o cocodrilos. En vez de que el gobierno nos provea vehículos acuáticos más decentes, por ejemplo: que sea una lámina de metal, por lo menos; pero lo único que hicieron esos idiotas fueron: “rezaré porque el país se encuentre a salvo e intentaremos buscar respuestas sobre la criatura, solo Dios nos ayudará” dijo el gobernador mientras estaba en su maldito yate de último modelo y con un gesto de preocupación tan mal actuada que La rosa de Guadalupe lo tiene que contratar. ¡Qué maten a la criatura que apareció convenientemente en esta época postapocalíptica, no sé, hagan algo que no sea subir los putos impuestos y poner multas por estacionar mal la tabla!
Sí, estos sucesos son desafortunados, tan confuso como cuando de noche aparecían espíritus chocarreros caminando sobre el agua como si se creyeran Jesucristo o qué sé yo. Pero no todo era malo, ya que he conocido el amor, una joven chica que me subió en su tabla cuando la mía se dañó, su cabellera larga y lisa, y ese rostro hermoso me hicieron caer rendido ante ella, al parecer, sus amigos le llamaban Nico, provenía de México. La he visto muchas veces y era bastante gruñona, mayor que yo por dos años, pero era una chica genial. Yo una vez me confesé y ella me dio su respuesta inmediata:
—No.
—¿Qué?, ¿por qué no?, ¿soy desagradable?
—No eres desagradable, me caes bien, pero no sabía que eras joto, carnal.
—¿Joto?
—Ya sabes, gay, homo o como le quieras llamar.
—Pero para ser gay tengo que enamorarme de un hombre, a menos que… —Le miré con incredulidad, me sonrió de medio lado.
—Soy vato, cabrón, mi nombre es Nicolás, no me digas que todo este tiempo pensabas que era una morrita, mi voz es grave.
—He conocido a mujeres con voz grave.
—Chale, te creo tu confusión —me dijo encogiéndose de hombros—. Mi tía Elena tiene la voz más grave que mi tío Pepe. ¿Tu confesión sigue estando en pie ahora que sabes que tengo pito?
—Mi prima siempre me dice que con pito es más rico, aunque es una mujer heterosexual, se entiende.
Él empezó a reírse y en agarrarse el estómago para no voltear esa tabla con sus bruscos movimientos, lo admito, mis sentimientos por Nico seguían intactos, incluso teniendo pene, me gustaba cada rasgo de su personalidad.
—Te perdono por creer que era una chica, pero no me cabe en la cabeza que no lo hayas notado en cuatro putos meses wey.
—Nunca te he visto desnudo o en ropa interior como para enterarme, Nico. Creo que mis hormonas y mis ganas de no morir virgen devorado por una jodida criatura acuática me hicieron enamorarme de ti.
Nico me miró con los ojos bien abiertos y parpadeando con incredulidad, parece que no se esperaba tal información. Un leve viento movió el cabello de Nico mientras se escuchaba la música del Titanic, miramos a los lados hasta encontrar a una chica morena tocando la flauta, dejó de tocar la melodía del Titanic y nos miró interrogantes.
—¿Qué? —preguntó ella a la defensiva—. Estaba practicando, no me critiquen.
— Qué conveniente —susurré.