Estoy acostumbrada a que alguna que otra persona se burle de mis gustos por las mujeres, era común desde mi salida del clóset; mi papá me apoyó y mi madre pasó por un duro proceso de aceptación, de darse cuenta de que su hija no iba a casarse con un buen hombre y tener hijos con él, pero me sentí bien, me bajé un peso de los hombros. Tengo amigas que me aceptan tal cual, es más, algunas de ellas me coqueteaba en forma de juego y yo les seguía la corriente.
En fin, tengo una compañera de salón que siempre me molestaba por todo, desde que supo que me gustaban las mujeres empezaba a decirme en forma de burla: ¿es cierto de que te gustan las tetas? O ¿de verdad te gustan las mujeres? Esas imbecilidades que solo se inventaba una niña de primaria. Al principio todo me pareció fácil de ignorar, pero luego se volvió irritante, como ese perro que ladraba por mi barrio a altas horas de la noche, no es mortal, de vez en cuando se puede ignorar ¡pero joder!, era como un grano en el culo o como un pequeño corte en el dedo, su nombre era Estela, una chica linda que siempre andaba acompañada por grupos grandes de chicas y chicos dispuestos a lamer el suelo que pisaba a cambio de unos de esos detalles caros que ofrecía.
―Esa chica no ha parado de mirarte, Vero ―me informa Angelina haciendo un ademán para que voltee ― ¿No es la que está en el equipo de fútbol de nuestra escuela?
Volteo y mi mirada cruza con una de color negro, tan brillante y llenos de vida que era cautivador, me sonrió de una manera un tanto coqueta y eso es suficiente para ponerme un poco nerviosa, la chica tenía un cuerpo más musculado por el ejercicio, estaba sentada, pero se veía alta; volteo con un poco de vergüenza, ya que se trataba de Dakota. Mis amigas sonríen con malicia y corean un “uhhhh”.
―Nuestra Vero se ha puesto roja ―dice Melissa de forma cantarina
―Cállate, es solo que no estoy acostumbrada a que una chica me mire así.
Angelina bufa.
―Es porque tu cabeza suele estar en las nubes, hubo como cinco chicas que no paraban de mirarte embobadas, eres guapa amiga.
―¿Cinco?
―Sí ― Alistó su mano para enumerar―. La cajera del cine no dejaba de coquetearte, incluso te dio un chocolate gratis, ¡de los grandes! ―Ah, sí, recuerdo eso, pensé que solo había sido amable. Angelina mostró otro dedo―. La de la tienda de ropa interior que no dejaba de mirarte como si te quisiera meter a la cama de un hotel.
―No exageres…
―¡Reconozco una mirada de deseo cuando la veo! ―Sacó otro dedo― ¿Recuerdas la finca que nos llevó el profesor como premio de ser el salón con mejor promedio? ―Yo asentí―. ¿Recuerda a la hija del dueño de la finca? ―Vuelvo asentir― La chica de le notaba que estaba interesada en ti, hasta te invitó a que fueras a su piscina privada.
―Ella solo tenía trece, yo quince, tal vez solo quería jugar con alguien.
―¡Por favor! La niña tenía amigas invitadas a la finca e insistió estar contigo, además, no dejaba de mirarte el trasero cada vez que salías del agua para subirte al tobogán.
―¡Ella tenía trece!
―¿Y?, hay niñas con once que quedan embarazadas de sus novios y siguen siendo niñas, ella solo era dos años menor que tú, no hables como si se tratara de una niña de ocho ―Sacó otro dedo― Camila Gonzales.
―Esa no te la discuto. ―Ya que ella insistió en que asistiera a su ceremonia de graduación, incluso me robó un beso.
―¿Ves? Te dije.
―Esas fueron cuatro mujeres, no cinco ―comentó Melissa.
―La quinta es la que acaba de mirar a Vero.
―Ahhh.
―¿Cómo era que se llamaba?
―Dakota Ramírez ―informé. Ellas me volvieron a mirar con esos ojos maliciosos―. Es la jugadora más conocida de nuestro instituto.
―Si es tan conocida, ¿entonces por qué no me sabía el nombre?
―Tu odias el fútbol y todo lo relacionado con deportes.
―Ayúdame un poco Mel, esa información no me favorece en esta situación.
Melissa se encogió de hombros.
―Es la verdad.
Ese día, las clases transcurrieron con normalidad, ojalá tuviera una lista para marcar lo que siempre pasaba en la clase de matemáticas: Estela hacía su entrada insinuando mi sexualidad, listo; el profesor llega pidiendo disculpas por llegar tarde, listo; Manuel Contreras llega tarde por comer una empanada de queso antes de entrar, listo; el profesor empieza a sacar todos sus marcadores y los prueba en la pizarra para que alguno se distinga, listo. Todo transcurría con normalidad, hasta que en medio de la clase se presenta Dakota en la entrada del aula, con su uniforme de color vino tinto y cubierta por una ligera capa de sudor.
―¿Qué la trae por aquí, señorita Ramírez? ―preguntó el profesor con simpatía.
―Tengo un mensaje qué comunicarle a Verónica Pérez ―lo dijo con la mirada puesta en mí, con solo mencionarme, uno de mis compañeros dijo:
―¡Suerte con la novia! ―bisbiseó Contreras.
―¡Suerte! ―imitó otro.
Yo tragué en seco y me levanté.
―Si no le molesta, profe, hablaré con ella fuera del salón, es una noticia personal.
―Como quiera, Ramírez, con tal de que no se alejen mucho o me llamarán la atención.
―Gracias por su comprensión.
Cuando me dirijo hacia ella, siento una mirada quemante por la espalda, no tengo que voltear para ver de quién se trata, es cierto que me miraron mis amigas y compañeros, pero la de Estela era como si intentara quemar mi dorso con su mirada verde. Salí del salón y estuve cara a cara con Dakota, tenía que inclinar un poco la cabeza hacia arriba para poder mantener contacto visual.
―Me imagino que ya debes saber a qué he venido ―empieza ― Quería decirte que estoy interesada en ti.
―¿Desde cuándo? ―hablé un poco apresurada, ella sonrió.
―Desde la clase de deportes en la que me ofrecí de voluntaria para indicarles las reglas del básquetbol y del fútbol. ―Ah, sí, recuerdo que a mí me costaba mucho hacer los pases y tuvo que centrarse mucho en mí para que lograra hacerlas.