Capítulo 11
Beglets
Edmund es gentil, sus labios presionan los míos suavemente los míos y no se mueve, solo se queda ahí unos segundos y se retira después de presionar un poco mas nuestros labios. Me dejo caer en el suelo, cayendo de rodillas mientras él me toma en brazos.
Mis pulmones arden, he dejado de respirar desde el momento en el que me ha acorralado, mi alrededor se sacude, y solo así me doy cuenta de que estoy hiperventilando en los brazos de Edmund. Me está hablando.
—Descuida, no pasa nada—susurra, mientras acomoda la manta a mi alrededor, ha anudado las puntas de modo que al levantarme me quede como una capa—está bien tener miedo.
Lo único que puedo pensar es en protestar «¿miedo a qué?» no sé si se refiere a lo que acaba de pasar lo o a lo que está por suceder. Él acaricia mi cabello y mi espalda de manera gentil, pero siento que está mal que me toque así, lo siento sucio y lascivo.
Quiero pedirle que se aparte pero no me permito herir sus sentimientos, es decir ¡me ha besado! ¿Qué se supone que deba hacer o decir? ¿Gracias? Me parece una burla teniendo en cuenta la situación. Me remuevo en donde estoy y me aparto, incapaz de verlo a la cara.
— ¿podemos regresar? —le pido con voz casi suplicante, ni siquiera puedo reconocer mi voz.
Me mira un par de segundos antes de levantarse y posteriormente ayudarme a ponerme en pie. Da un paso para comenzar a caminar, pero se detiene abruptamente y me mira con timidez. Su mano se acerca lentamente a la mía y la toma con un leve apretón. Me estremezco.
—Tu…—vacila— ¿estás bien con esto?
Mi reacción es neutral, no me siento bien, no me siento mal. Asiento en respuesta.
El viento está comenzando a arreciar y levanta los mechones aun húmedos de mi cabello, azotándome el rostro, Edmund intenta apartarlo, pero giro el rostro antes de que me toque.
—Está bien—me dice con una pequeña sonrisa triste—ya he esperado mucho, podemos ir paso a paso.
Dejo que Edmund me guie por entre los árboles, mientras que, con la otra mano, aferrando la manta, cubro mi boca, y antes de estar a medio camino puedo escuchar el llanto del bebé de María. No es solo llanto, es un berreo que me hace querer taparme los oídos y se hacen más fuertes conforme avanzamos.
Puedo ver un pequeño sendero que nos lleva hacia los fugitivos, distingo las figuras de Gisela y Bruma, y más al fondo la de Ramses y Gaspar, mirándonos mientras caminamos hacia ellos. Edmund sigue tomando mi mano inerte, estando a solo unos metros de ellos puedo darme cuenta de que Gisela mira fijamente nuestras manos entrelazadas, así que me escondo detrás de Edmund, como si esto evitara que el resto de los fugitivos nos viera.
Apenas estamos llegando cuando Gaspar se adelanta hacia nosotros, tiene una cantinflera en la mano y se me hace agua la boca de solo pensar en el líquido deslizándose por mi garganta. Presiono mi mano aún más contra mis labios ¿una persona puede darse cuenta de si has sido besada?
—Debemos hablar—nos dice, aunque en realidad siento que se dirige más hacia mí.
— ¿Qué es lo que tiene el niño? —le pregunta Edmund.
—Hambre—responde sencillamente—María no puede alimentarlo.
Y claro, esa es la señal de que Edmund no quiere saber más del asunto.
—Iré a decirles a los demás que nos vamos—dice—apresúrate.
Él se retira soltando mi mano. Siento la palma humedecida, pero no sé decir si es mi sudor o el de él. Escondiendo de nuevo mi mano, le hago un gesto a Gaspar y comenzamos a caminar por el sentido contrario al resto.
—no se los había dicho—continua—pero María está más grave de lo que parece, la primera vez que la revisé no dije nada porque pensaba que lo podría controlar, pero su… he—sacude la cabeza—cuando dio a luz no fue atendida como debía, la bolsa seguía dentro de ella y esta estaba pudriéndose, tiene una fuerte infección, y combinada con la falta de alimento y con que le debe dar pecho al bebé la está debilitando demasiado, Elizabeth—se detiene, haciendo que me gire a verlo—está muriendo, tiene demasiada fiebre a pesar de que está temblando, si seguimos así no creo que pase del día de mañana.
Trago saliva. ¿La misma maría que me ha tratado con cariño? ¿La misma María que perdió a su esposo? ¿La misma persona cuya esperanza la llevó a escapar estando embarazada? No, me niego a creerlo.
—tienes que hacer algo Gaspar—imploro—mantenla por el día de hoy, ya veremos que hacer una vez que regresemos con Victoria.
Suspira.
—puedo intentar bajar la fiebre—propone—pero no te aseguro nada, el cuerpo humano es un misterio.
Por fin desde que he llegado puedo sentir la cabeza despejada, y escucho a Gisela hablarnos.
— ¡Elizabeth! ¡Es hora! —grita.
Me giro a verla y esta voltea el rostro, como si estuviera molesta. Miro a Gaspar por última vez, y me sorprende cuando me entrega una pastilla. Me limito a verlo.
—Para lo que sea que te haya pasado—explica—, te he visto cojear desde que has llegado al campamento.
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Editado: 25.12.2023