Capítulo 4
Pequeña gran bruja.
Es alta, esbelta, aunque tiene el rostro redondo, además tiene ojos idénticos a los de su tío. Está cruzada de brazos y las niñas la miran con una disculpa en sus ojos. Pareciera que Monique está a punto de llorar.
—niñas, ¿acaso no puedo dejarlas solas por un momento? —las reprende Gaspar.
—lo lamento—dice Gisela—no estoy molesta, solo un poco frustrada. Pensé que traerían algo más que esto—señala el bulto de comida que las niñas traían cuando las vi.
Me da rabia. Aun sabiendo que ellas tres se arriesgaron al ir con todos esos chicos, que pudieron atraparlas y hacerles quien sabe que, se molesta porque “pensó que llevarían algo más que eso”
—no puedes ser tan inútil—espeto.
Parece que apenas se han dado cuenta de mi presencia, pero ella no titubea y me hace frente. Casi parece que puedo leerle la mente «te ves muy ruda, pero fui yo quien te ha derribado».
«Sí, claro, por la espalda y con una roca» pienso.
—bien, has despertado, ya es hora de que te vayas—habla con una sonrisa que parece todo menos amable.
Se ha colocado frente a mí. Diablos, debe llevarme unos centímetros de altura. «Ya no eres tan valiente ¿he?» se burla la voz en mi cabeza. Digo, soy alta, pero ella es más alta que yo.
—no me iré si Gaspar o una de esas niñas no me lo pide, Gisela.
Parece sorprendida al escuchar su nombre de una extraña, pero no me interesa, he soportado demasiado como para soportarla a ella también. Si había sentido algo de empatía por ella ahora me arrepentía rotundamente de haber sentido algo de compasión. Parecía de ese tipo de personas que merecen una lección de vida.
— ¿tío Gaspar? —Vacila— ¿tú le has dejado quedarse?
Gaspar se aclara la garganta antes de decir:
—ella puede quedarse tanto como lo desee—asegura.
No puedo evitar hacer una satisfactoria sonrisa cuando ella deja de mirarme y se sienta frente al fuego, en el lado contrario al de las niñas.
—entonces, ¿Qué harías tú, de comida, con una lechuga, dos tomates y una zanahoria? Oh, y claro, unos pedazos de pan viejo—sonríe de nuevo—si deseas quedarte lo mínimo que puedes hacer es la cena.
«Eres un dolor en trasero» pienso, pero dejo ese pensamiento cuando veo mis armas abandonadas a un lado de las mantas. Gisela sigue mi mirada y se lanza tras mi pistola, pero apenas da un paso cuando yo ya he recuperado el cinturón con mis instrumentos.
La muy idiota trata de quitármelas, pero para entonces le he derribado deslizando una pierna por debajo de las suyas. Apenas tiene tiempo de recobrar el aliento cuando yo ya me encuentro apuntándole. A pesar de que he pasado la mayor parte del día inconsciente, adolorida y con dolor de cabeza, me rio.
No puedo evitarlo, simplemente me suelto a carcajadas mientras una furibunda Gisela me mira con las mejillas encendidas. Por el rabillo del ojo logro ver que las niñas se han abrazado a Gaspar, pensando, probablemente, que mi objetivo sería dispararle a él.
— ¿Dónde rayos has aprendido a “pelear”? —Consigo hablar—creo que Monique podría derribarme con facilidad antes que tú.
No dice nada, esperando a que yo continúe, pero no lo hago.
Un movimiento, apenas perceptible, pero ahí está. Nadie se ha dado cuenta del conejo que se encuentra robando dichosamente los vegetales que hay en el bulto.
Nadie, a excepción de mí.
Disparo al intmarlón, que cae sobre el suelo dejando una gran mancha sanguinolenta. No es muy pequeño, ni muy grande, así que servirá. La verdad es que hasta yo quedo sorprendida por haberle dado, cuando mentalmente rogaba por no fallar.
—Bonn’ apetite.
Podrían pensar: «qué asco, conejo» pero si dejas de lado que fuiste tú quien le ha quitado la piel, las tripas y otros órganos, puede llegar a saber bien, incluso te olvidas de que fuiste tú quien lo mato.
Después de hacer berrinches durante un rato, Gisela obedeció a su tío y fue a conseguir agua. Antes de ocuparme de hacer la comida, Gaspar le quito la bala al animal y lo puse a hervir para poder quitarle la piel… De acuerdo, el proceso da bastante asco.
Victoria no pudo soportar ver tanta sangre, así que para calmarla un poco le mostré como cortar las verduras con mi navaja mientras el conejo se cocía en la olla. Me parecía extraño hacer algo tan mundano como cocinar después de dos meses de sobrevivir a base de legumbres enlatadas, sopa enlatada y agua.
Para nuestra suerte me quedaba una lata en la mochila (de hecho, me quedaban tres, pero no les daría ese dato), así que ya estaba por crear una comida completa con verduras, carne y legumbres enlatadas.
Ya es noche, y aunque el frio nos rodea, el ambiente y el caldo caliente nos mantienen a una temperatura agradable. Ángel, Victoria y Monique ya han terminado con su plato de comida y veo que quisieran un segundo plato, pero Gaspar se los impide, alegando que hay que guardar la comida. Pensar en que tal vez no recuerden cuando ha sido la última vez que comieron algo aceptable me hace un nudo en el estómago.
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Editado: 25.12.2023