Era apenas ya medio día en la pista de skate y podían oírse las malas bromas de uno de mis colegas, su nombre es Daniel y debo decir que estas malas bromas que decía siempre eran tan malas que me causaban risa. Siempre intento de que a mí no me doliera el estomago de tanta risa, un objetivo que siempre era frustrado, pues al percatarse él de que intentaba contenerme la risa, nuevamente iniciaba contando un par de estas, todo bien hasta que un típico presumido se presenta haciendo un par de trucos en su patineta intentando formar una expresión de impresión entre uno que le viera para sentirse orgulloso, inmediatamente me dijo Daniel que le bajara los sumos para que se fuera, yo accedí sin ninguna especie de negación, los presumidos siempre eran un poco irritantes, pues daban un ambiente un poco, ¿pesado?, no sabría decir la palabra correcta ahora.
No tuve la necesidad de intercambiar palabras con dicho sujeto, solo la bajé (mi patineta), comenzando a tomar impulso veloz dirigido a una de las pistas redondas que se encontraban un poco al frente donde estábamos todos, y claro, para tomar prestada su atención pasé frente suyo con una sonrisa amistosa, sin embargo para lo que quería hacer me faltaba velocidad y eso ambos lo sabíamos; (refiriéndome a mí y mi patineta) Desde que hice un enlace de vida con mi patineta siempre era más fácil ser sutiles en todos los aspectos, en este, ella aceleró, con eso nos deslizamos por la curva de un inicio a la del otro extremo, con aquella velocidad nos alzamos al aire y realizamos un 720º en el primer impulso y en el segundo otro, una locura, con la velocidad podría incluso hacer un 900º, pero llamaría la atención, por lo que me contuve, sin embargo fue suficiente para dejar boca abierta al presumido, entonces solo comenzó a patinar sin esperar nada de nadie con tranquilidad.
Me despedí de todos, era hora de irme, había conseguido otro nuevo trabajo de medio tiempo, queriendo mantenerlo no pretendía llegar tarde hoy, así que emprendiendo el camino sobre ella (mi patineta) comencé a cruzar calles. El aire podía sentirse con gran calma, y ella (mi patineta) podía sentirlo al igual que yo, la calma del camino nos daba una esperanza de que el día continuaría bien, entonces, cuando estaba a punto de dar vuelta a una esquina, aun poco lejos del trabajo, pude sentirlo, ambos lo sentimos, esa sensación como de una luz encendiéndose cada vez más y más me llamó, alguien nuevo llegaría y estaba bastante cerca, no tuve que hablar para que ella cambiara de dirección de un momento a otro con una velocidad un poco moderada, colocando mi pie bajo la tierra un par de veces para evitar dar sospechas de que mi patineta se impulsaba por sí sola, cuando en verdad era lo que pasaba, nunca hacía mal mantener la sutilidad.
El llamado nos llevó a un hospital, donde a entrada de este me bajé de ella y la colgué a mis espaldas, entonces entramos al hospital con velocidad, nos atrasaríamos si usábamos el elevador atravesando la sala con cuidado de no tropezar con alguien, comencé a subir escaleras para llegar a dónde todo pasaría, el sexto piso, en una sala de partos.
Al estar frente la puerta, respiré profundo para mantener nuestro perfil bajo, oculto de cualquiera que pudiera vernos al entrar, por lo que una vez dentro, me coloqué a una distancia moderada donde todo pasaba, los gritos de la madre comenzando perder la fuerza para traer a su criatura al mundo, el padre confiando y dedicando palabras de ánimos a su amada de que lo lograría, los doctores a su alrededor alentándola a que no se rindiera a que faltaba poco, ella con esperanza tomó un gran aliento, pujó con fuerza, una que fue suficiente para que aquella luz que me llamó se adentrara en la criatura, un niño nació, sonreí con una gran felicidad, pues a pesar de que esto es lo mío no podía estar presente en todos los momentos donde todas mis luces de vida encontraran su destino.
Ese día yo y ella nos pudimos percatarnos de dos cosas, una, que aquella criatura llevaría una feliz, con una familia que le amaría sin importar nada, que a pesar de las dificultades, su espíritu jamás se quebraría ante nada, y dos, que al llegar me despedirían y sería en cuarto trabajo que pierdo en el mes.
Élet, el mensajero de la vida