Relatos de Medianoche

El Lugar de los Sueños Muertos

Baje del autobús con mi rostro casi en el piso, observando en qué nos convertimos. Seres rectos, grisáceos, con fecha de nacimiento y la fecha del día en que el sol ya no alumbra. Miré a mi alrededor, muchas flores habían, algunas de ellas estaban muertas, pero otras, muy alegres con tonos que suelen encantar al corazón. Avancé saltando sobre las losas, siguiendo a la multitud que iba delante. Seguí mirando y escuché el llanto de una madre, que rozaba con las yemas de sus dedos, aquel lugar donde yacen los sueños muertos. Pronunciaba su nombre, actualmente no recuerdo cual era, pero con él se adhería la palabra “hijo”. Palabra que repetía una y otra vez. Palabra que se clavaban en mi alma. Y ese instante recordé, que yo también, iba a ese último encuentro.

Mi subconsciente que no es nada consciente a veces, revivió las visiones que guarde de los muertos. Recordé sonrisas, quejas y lo mucho de lo caro que la vida estaba. Y en mis paseos visuales, algo llamó aún más mi atención. Encima de uno de esos compartimientos oscuros, yacía un globo con forma de corazón, adornando los bailes del viento, rodeado de rojas y blancas rosas; pero si no fuera por la zona pensaría “¡qué lindo!”. Lástima que mi gran apreciación, solo generó más ganas de llorar. Ganas, tal vez, de buscar una respuesta para aquello que quizás, no exista.

Enderece al frente mi mirada… Y la vi, una amiga ya calmada; aunque con la mirada perdida, con un rostro sin expresión. Iba junto a su compañero de combate, dando pasos descuidados, absorta completamente en sus pensamientos. “¿Por qué era tan injusto?” deducía yo. Ella había demostrado esfuerzo y dedicación. Se había arriesgado por todo y todos; pero al final, terminó aquí. Pasó días y noches cuidándola y mantuvo siempre la esperanza, confiando que se levantaría del decumbente lecho y mostraría que no hay imposible para los que creé. Les demostraría a familiares que no estaba vencida. A enemigos que la verían viva para que se retorcieran en su miseria mental, al verla completamente sana. ¡Lástima que la vida suele ser malvada!

Caminando por el espacio despejado lleno de arena y pasando por dos agujeros muy profundos, busque con desespero la sombra bajo el toldo azul. Y habiendo terminado la travesía de perseguir ese cajón marrón que fue colocado en el centro, todos nos colocamos a su alrededor, alrededor del cuerpo inerte. Un cuerpo que, con muchos sueños, hoy se une a los olvidados. Nadie quiso acercarse, pero un valiente abrió la caja para vislumbrar ese hermoso rostro que no se quejaría más de lo caro de la vida. Hay estabas ahora, una muy querida amiga y hermana. 

Sus ojos cerrados, sus labios un poco doblados como si sonriera. “¿Por qué se descuidó?” pensé un momento. Su hija contaba las muchas peleas que tenían por la comida. “¿Por qué la gente no entiende que con la salud no se juega?”, discutía conmigo por la necedad de la gente y más, por este país que se ha convertido en un país de muerte. Y no porque lo sea, sino por esas calañas que así lo han querido.

Observando el infinito esfuerzo y dedicación dentro de ese cajón, la tranquilidad de ella, se escapó. Los gritos desesperados hicieron su aparición, reclamándole a la mujer del cofre por qué los abandonó. Es horrible esa sensación. El no tener las palabras adecuadas para calmar aquel dolor. Verla ahí abrazándola, separadas por ese pedazo de madera. Separada de aquella que se regocijó de tenerla en su vientre, cuidándola, dejándola crecer a tal punto de sentirse satisfecha, pero ahora se dicen adiós, aunque no quieran.

Se inundó todo mi ser al ver tal sufrimiento porque yo sé mejor que nadie lo que es el sacrificio. El perderlo todo por amor. No entiendo los caminos misteriosos de Dios; aunque trato, en verdad trato de comprenderlos. Pero en este momento, me prohíbo sentirme bendecida. Él no posee favoritos y, aun así, mi esperanza él mantiene viva. Que palabra puedo decir ahora cuando la mía yace viva y la de ella, inerte.

Empezamos a llorar todos en demasía cuando una hermana no de sangre, entonó como los ángeles una canción con su nombre en sus letras. Y aún más nos desparramamos, cuando familiares narraron sus vivencias, nos reímos sin dejar nuestros manantiales oculares detenerse. Poco a poco, pasó el tiempo y llegó el momento de la despedida. Cerraron la puerta, los gritos ya calmados, aparecieron otra vez. Se aproximaron los recuerdos y legados que quedan plasmados en una lápida. Nadie anhela ese momento cuando solo el nombre y ese número final se acerca. ¡Cómo lo detestamos! ¡Cómo quisiera que nuestros padres fueran eternos! Y sé que la mía morirá en su momento y, si digo la verdad, tengo miedo a aquel día; pero mientras el tiempo transcurre más me acerco.

La toman, y comienzan a bajarla despacio, entrando en el otro hueco. La joven mujer, no quiere apartarse de su presencia. Recuerda la promesa que le hizo, no dejarla sola, y del que siempre estarían juntas. Y no es que la deje, comienzan otras promesas a salir. Promesas de visitas y cuentos, de extraños y de amores, que muchas veces no se dicen mientras se viven.

Cierran el lugar y el último grito se escucha en su eco. La soledad comienza a saludar; aunque no estamos solos, nos abandonamos en compañía permitiendo la invasión del temor, de saber que algún día también estaremos allí o sino envueltos en cenizas, eso lo dijo, por cierto, un vecino. Le dimos nuestro último adiós. Rozando con nuestras manos el lugar de los sueños muertos. Aunque conociendo ya la verdad, no se puede decir adiós sino hasta luego... Nos veremos pronto, Nadira.




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