No entiendo lo que sucede, sé que hay muchos por allí, allá, y en todos lados. Intento esconderme para no ser alguien más, pero soy todos, y no sé si soy yo.
Estaba en la parada del semáforo, cuando dio luz verde, y crucé, allí de frente el hombre de gafas me miraba de reojo, tenía los mismos rasgos lineales de un rostro que hasta parecía al mío. No quise precipitarme en devolver la mirada, pero insistía en observarme. Al llegar a la vereda del otro lado una clara sensación de escalofrió invadió mi ser. Me detuve unos instantes, ladee la cabeza, y proseguí para ingresar al negocio de abarrotes a fin de comprar unos víveres. Me quite el sombrero, para saludar. El hombre que estaba allí, recibió mi lista de pedidos.
Por la puerta ingresa otro ser. Una mujer de unos cuarenta años de edad. Ella se compenetra en mirarme, sin pudor de vergüenza a que le pregunte ¿si necesitaba algo?
Unos rasgos de ella me parecieron peculiares a los míos. Como si algo de ella fuera parte de mí. El mismo escalofrió fue el que me invadió al cruzar la calle de la avenida. Pague la cuenta, luego de que el dueño del local me trajera mis elementos. Pedí, unas bebidas tónicas, unos paquetes de arroz, y fideos, y una horna de queso. Al salir proseguí directo hasta la siguiente calle del otro lado. Un bello cartel publicitario de Perfume denotaba el éxito comercial, ante un hombre de traje y corbata que observaba a las personas que pasaban. Un cartel sin vida, que al mismo tiempo parecía que tenía realidad propia, distinta de su artista creador.
Mantenía unos rasgos que premiaban al parentesco, lo que generó inquietud tanto en mí, como en otros que pasaban, que al mismo tiempo generaban inquietud en la persona que soy. Todo fue en definitiva una confusión. El cartel no podía hablar, pero se comunicaba de alguna forma con aquel perfume que una atractiva dama pretendía comprar para su novio, sin saber que el hombre del letrero podría ser él. Y ella lo imaginó en un momento por cierta alucinación al parecerse, que al mismo tiempo se asimiliaba a ella.
Unos obreros la cruzan, aunque no dicen palabra alguna como suelen hacerlo en los clásicos piropos de la calle, sino que se miran extrañados ante alguien que podría ser un familiar por sus características. Y el escalofrió continuaba en ellos que mezclaban ideas
en sus mentes. Uno se alejó al cajero del banco rascándose el lóbulo derecho de la frente, por el desconcierto. Al llegar a la fila desordenada, pregunta ¿quién era el último? La mujer levanto la mano para señalarse ella misma como, luego el anciano del medio le comentó a ella, sin pretéritos que lo reduzcan a vergüenza si era pariente de tal. Y como todo inicio de conversación, generó, que otro pregunte lo mismo.
La aberración continuaba en una ciudad plagada de seres que iban y venían con rasgos que hacían a las veces de dobles. Y el pensamiento, era una única sensación de escalofrío. Nadie entiende nada, de nada. Me di cuenta, cuando luego del cuarto día de salir a las calles, y cruzar personas, que éramos tan iguales en rasgos faciales. La atrocidad fue cada vez peor. Todos eran uno de mí, y de mi todos. Y así cada cual pensaba lo mismo. Se decretó una emergencia, pues la ciencia no podía discernir lo que ocurría. Algunos hablaban de un virus, otros de conspiraciones. Los iguales deben que darse en sus casas, pero era tarde, todos somos iguales. Un científico llamo a este síntoma. El síntoma del Doppelgänger, un doble misterioso, que en definitiva era millones de uno. No sabían si era producto de la psiquis, pero todos nos veíamos como la otra persona nos ve. La sociedad está por extinguirse o deberá adaptarse a vivir en un mundo de idénticos rostros de carne y hueso, según la información que nos provee los ojos oculares al cerebro.
La locura no tarda en asesinar a quienes se parezca. Quien sean similares, eran guardados en campos de concentración para eliminar la masa de análogos. Inútil al respecto, con relación a los sucesos que se fueron premeditando. La sociedad debe resignarse a que todos seamos así de semejantes.
Se redujo la población en cierto aspecto, sin embargo las nuevas criaturas que llegaban al mundo eran el mismo producto en exacta forma, sean de sexto femenino o masculino. Habrá que adaptarse se expresó, hasta que haya respuestas. Aunque nunca las hubo. Y aquí estoy cruzando la calle cuando el semáforo da luz verde, y el hombre de lentes me observa, y la mujer observa, al otro ser, y todos somos una misma persona, un mismo objeto creado a imagen y semejanza, y resignados a vernos al espejo del otro por siempre bajo el castigo de un doble, triple, cuádruple, o quíntuple nuestro.
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Editado: 25.04.2024