Existen rostros tan humanos que dan miedo. En la casa de los Reynold todos son invitados. Pase y tomé el té con ellos. Forme parte de la familia.
Todas las noches se oyen unos chirridos desde un ático en la mansión de esa familia tan feliz. Algo que irritaba a los vecinos. Eduard, estaba al pie de armar una junta con otros para ir a la casa Reynold. El timbre no tardó en sonar, y el ama de llaves abrió la puerta. Su mirada sonriente inquietó a un perro que estaba allí cerca, y se espantó ante la anómala figura que se escondía detrás.
- Pasen por favor. Llegan a la hora del té. Los Reynold ya vendrán.
Al acomodarse tomando asiento en una mesa circular en la sala del living, la fachada los observaba.
- ¡Queremos que cesen esos ruidos!. - discute Leonard con su crapulencia hostil.
- Buenas tardes - llegan los dueños con sus rostros de felicidad. - ¿Por qué no sonríen? ¿Sonrían?
- ¡Oiga! ¡No hay motivos para sonrisas!
- ¡Vamos! - le comunica amablemente. ¡Sonrían! ¡O los haremos sonreír! - manifiesta en una payasada mirada letal.
La luz se apaga en la sala, y unas bolsas en sus cabezas que oscurecen más los sentidos de los invitados. La respiración y la gracia de los gritos se silenciaron
El ruido el noche fue superior en su inmensidad. En la mañana algunas alimañas se sienten atraídas por el olor a restos.
Nadie se lamenta, y todos dibujan en sus semblantes una alegría sin quejas, ni protestas. Como si usaran máscaras. Eduard, intentó, al verse al espejo, dejar de sonreír, pero el látex se había unificado a su piel y el dolor era tal que se arrancó parte de ello. Pudo enfretarse al observarse, cara a cara con la muerte y su horrible expresión, la que siempre tuvo.
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Editado: 25.04.2024