Estaba atado en esa cama de metal frio, como si quisieran desgarrarme en cuerpo entero estirando mis tentáculos cual máquina infernal del medioevo. Esas que giraban en una rueda con un eje de polea que estiraba las cadenas, método similar al de amarrar extremidades del cuerpo. Piernas, y brazos de cada sitio, para que los caballos estiren con su fuerza hasta descuartizar desmembrando con furia la carne.
Era un laboratorio con los instrumentos quirúrgicos correspondientes. En el techo, una plataforma luminosa, que oficiaba de panel para las operaciones que se desarrollaran en aquella habitación de investigación. Apenas estaba recuperando el conocimiento. El mareo del suero inyectado en el tubo del sifón hacía excretar mi todo lo que mi intestino tenía. Aquella masa amorfa se dirigía por un tubo con un líquido espeso. No comprendía lo que ocurría, pero era tal vez a fin de realizar análisis.
En la habitación, tanto en el panel del techo, y la cama donde me tenían amarrado. Los contornos de las paredes forradas de metal, tenía estanterías con instrumentos quirúrgicos. Un lavatorio sin canilla de agua. Aquí debería ser difícil conseguir, estimo. Al final una puerta. Que parecía corrediza, con un mecanismo electrónico, y un censor con una luz roja que titilaba constantemente. Tal vez actuaba como alarma, ante intento de escape. Podría asociar al sitio como un hospital, sin embargo no lo era. Un hospital guarda a pesar del dolor que se huele en los pasillos, una cierta calidez, éste lugar era de un aspecto lúgubre. Aquí no se olía nada de nada. Como si no existiese la definición de un término al cual asociarle un significado que lo determine de la mejor manera posible. Incluso si existiese tampoco sería idóneo, pues solo por analogía quizás pudiere otorgarle una palabra a este recinto tan extraño.
Intenté con cierta capacidad motriz de mi cuerpo desaflojar mi cuerpo hasta poder liberarme de aquellas cadenas de opresión. Inútil, como si ellos supieran de antemano que mi anatomía es tan flexible, y capaz de poder alargarse y contraerse como Mrs. Fantástico en los cuatro fantásticos. Aquí sería mejor tener a la Mole para destruir aquellas mazmorras.
No fue sino, cuando se abrieron las compuertas de la entrada. Un vapor, en nombre de la neblina se escurría en la sala. No podía lograr ver, el efecto gas que se esparcía por la habitación, si la silueta del extraño. Creí, que eran una ficción, pues no lo eran, eran tan reales como las películas de ciencia ficción que nos hablan. El extraño, tenía, y debe tener, un cuerpo diminuto. Una cabeza grande, y grandes ojos. Eran los llamados grises en la ciencia ufológica. Esto no tenía que ver con el hangar 18, ni con Roswell, tampoco con los avistamientos de distintas partes de mundo. Ni siquiera con los osnis. Que no son voladores, sino submarinos. Retomaré la historia. El extraño color gris, desnudo de cuerpo se acercó a mí. Su brazo fino como una varilla se estiró, y su mano de dedos largos y finos cuyas yemas parecían ventosas se posaron en mi cabeza. No, tenía forma de poder liberarme, y poder defenderme, tampoco me estaban torturando, pero la desesperación a los pulpos nos juega en falso, al instante de sostener un estado confuso que dé lugar a emplazamiento. Fueron segundos que colocó su mano, o eso que llamo mano, y sus ojos se emblanquecieron, para retornar a su color oscuro brilloso. Dijo con unas señas, miradas a su compañero algún mensaje en código. Su colega apretó un botón de la mesa del lado derecho. Y las cintas metálicas se abrieron quedando mi cuerpo totalmente liberado, aunque por la contusión apenas podía moverme. Luego quitaron los cables con mesura de cierto profesionalismo médico, y el tubo en mi sifón. Las muestras fueron depositadas en un frasco grande sellado en metal. Quien quitaba los cables, me señaló que me incorporara de la cama en posición vertical de mi cabeza. Ellos apenas se dan cuenta que soy un pulpo, que no existe el termino acostarse, o levantarse que llevan los humanos, u otras criaturas.
Tomaron la respiración, y con una aguja hipodérmica inyectaron un líquido verde en mi cabeza. Me sentí liberado física, y mentalmente como si regresaran las fuerzas.
Luego, me pidieron que los acompañara. Intenté hacer una pregunta. En vano pues, uno de ellos hizo un gesto negativo. No me comuniqué en nada más en ese entonces. Era su huésped, y tal vez por costumbres las preguntas serían una falta de respecto. Huésped en términos amigables, para no decir que estaba preso por alguna causa que aún desconocía, como el proceso de ese hombre llamado Kafka, que nunca supo el porqué de sus encierro, hasta incluso creía que él, era culpable, pero, ¿de qué? ¿De qué? No lo sabemos. Tampoco sabía por qué éste quien habla estaba aquí, y mucho menos de mis compañeros, y temía lo peor.
Al traspasar las puertas, me llevaron por un pasillo, muchos más fúnebres, que el anterior. Era unas luces en cada techo que parpadeaban sin cesar. Hicimos un recorrido largo. Era tan funesto todo que sentía las ganas de vomitar, sin que mi estómago hiciera su tracto digestivo. Si dos de mis corazones latían con fuerza, y por ello la respiración de ms branquias se alteraron. El otro solo apenas bombeaba sangre a mi cabeza para que pudiera pensar en donde me encontraba, y con quien. Y tenía mi chip de audición desajustado. Podía atrapar en mi cabeza como un golpe estruendoso de sonidos ininteligibles. Una compuerta se abrí en los laterales de aquel recorrido. Me señalaron que ingrese, y que permanezca allí, hasta nuevo aviso. Al abrirse no podía ver bien lo que ocurría, debido que la neblina se esparcía. Al pasar la línea de entrada, la puerta se cerró automáticamente. El humo se disipó, y allí mis compañeros sentados cada uno en una banca fija clavada a la pared. Era una cárcel típica. Quise decir algo, pero Simón, asintió de forma negativa. Estábamos presos, y hasta previo aviso debíamos esperar a que alguien nos brinde respuestas.
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Editado: 27.03.2024