Relatos De Un Pulpo

Catorceavo café. Del amor, mi matrimonio, y los consejos de un padre.

 

 

 

 

 

Del amor aprendí lo suficiente. Aprendí que se ama con claridad, y con la belleza, no exterior, sino del interior de aquello que nos guardamos en nuestro sentimiento. Uno da amor al prójimo, y al mismo tiempo se da amor asimismo, sin preguntarse porque. Cuando esto ocurre, estamos entrando en una fase de comprensión mutua. Una energía que no nos corresponde, sino que esta

 

 

esparcida en el aire, y nos vincula los unos a los otros. Entonces con claridad, personas como mi mujer llegan a la vida de uno sin determinar preguntas capciosas sobre aquel ingreso.

Uno da durante toda su vida, ese amor, en partes. En secuencias determinadas. Un abrazo, una caricia a su mascota, un beso a su mujer, la llegada del sol al alba, y su despedida de un atardecer. El ingreso de la luna, y su magnífica forma de apreciarnos mutuamente, como lo he dicho.

El amor nos recuerda en efecto trazos del pasado ¿Recuerda cuando la felicidad llamo a su corazón? Yo lo recuerdo el día que con ella nos dimos en matrimonio, estaba tan hermosa como lo está hoy en día, con su mirada que cautivaba cada pulso de mis ventosas que la abrazaban en el sí de este eterno sacramento. No representa la unión, debido a que la unión ya está impuesta en nuestro corazones cuando decidimos amarnos, es solo una formalidad ante Dios, y luego ante los sistemas burocráticos, para que se sepa que somos el uno para el otro.

Mi matrimonio fue algo de lo más inesperado, un día me decidí a dar una noticia en una plaza cercana en el valle de las algas. Es un lugar bello donde nadar de la mano. Ella, me pregunto si creía en el hecho de que ser compañeros, también incluía el hecho de ser una pareja. Ser compañero, me parecía que tenía una amplitud más considerable. Y le señale nuestros tentáculos. Eso es ser compañeros. Que nuestros cuerpos se unan, y nunca más se separen. Ser compañero, es hacer el amor, y que la energía fluya en nuestros sentimientos con la alegría, y felicidad. Ser compañeros es pelear de vez en cuando, porque no todo se puede congeniar con su par. Ser compañero es decirse las verdades, y sincerarse. Ser compañero es un salvavidas que te lleva a aguas calmas, en medio de la tormenta. Ser compañero, es aprender juntos, y ser libre nutriéndonos de la vida, pero siempre de la mano juntos. Ser compañeros es mucho más que todo ello. Es vivir para siempre como si fuéramos uno en todo aspecto. Y nosotros somos los compañeros ideales. Somos lo que nos reflejamos en las retinas de nuestros ojos que viajan al corazón. Eso somos, y aquí te digo, ¿si quieres ser mi compañera por siempre? ¿Si quieres casarte conmigo? Ella se sonrojo, respiró hondo, y entre suspiro, y suspiro, me dijo que sí.

Le contaré, que ese fue uno de los mejores días de mi vida. Uno de los que vale la pena recordar cuando la tumba me espere. Un momento que vale amor.

¿Sabe? Uno califica la validez de los hechos cual sentimientos. Un hecho que nos regocija, que se abarrota de placeres, y circunstancias satisfactorias, es un hecho que descansará en la memoria. Incluso en las etapas que transcurran, siempre estará allí, como puente para una plática amena, o un recuerdo memorioso henchido de júbilo.

La boda sería a las cinco de la tarde, en el convento, del parte central de las flores. Le decimos así a un sitio lleno de flores marinas, que en su interior de ese bosque insólito se encuentra una Capilla inmensa, a la cual se proveen los casamientos por medio de un sacerdote. Tenemos los mismos sacramentos, y arreglos de estilo que los humanos. Llegamos al altar, acompañados de un familiar, y nuestra dama nos espera, vestida de un blanco puro. Un tul que cubre su rostro inmaculado, y preñado de belleza.

Tenemos ese rito del automóvil acuático, o carro, que nos espera, para irnos a nuestra luna de miel, y tomar a la mujer de los brazos para ingresar a la entrada del hogar conyugal. El arroz en el aire esparcido en las salas de la capilla especiales. Ya le he comentado que nuestras ciudades están

 

 

preparadas con sistema hidráulicos, donde el agua, no penetra, y por ello podemos contemplar una vida como la de los humanos de la tierra.

En fin, cada uno de los puntos cruciales del matrimonio hace a la pareja, como en todas las razas, etnias, y culturas.

Mi casamiento era a las diecisiete horas de un día especial del calendario gregoriano romano, y aplicado a nuestros días en todo, y todos. O las cinco de la tarde como mencioné.

Se estaban haciendo los preparativos, y no debíamos vernos con mi mujer. Por cierto su primer nombre es Reb, y luego Rea. ¡Ah! ¿Le he dicho? No, no lo creo. Soy despistado, y olvido lo que digo, y no. El mío es Oto, pero mi primer nombre es Di. Usamos los segundos nombres, no los primeros. Bien, ella se estaba dirigiendo a la iglesia en un carro nupcial, luego de una sesión de fotografías.

Mientras tanto yo estaba en mi casa, preparándome para salir listo, y de etiqueta. Con un traje estilo inglés, moño, chaleco, pantalones color negro, y un saco del porte de un Rey, en busca de su reina.

Al concluir unos detalles, me dije, ¡perfecto! y salí de allí hasta mi automóvil antiguo que tantas veces me acompaño en todo. En un principio tuve problemas para cerrar la puerta de la casa con la llave. No fue problema, solo quedó trabada en la cerradura. Forcé como pude, hasta que me quede con parte del metal de bronce en mi tentáculo sexto. ¡Caray! Cosas que ocurren, pero no tengo tiempo de llamar a un cerrajero, para que solucione este imprevisto. ¿O sí? Me tome unos minutos, y telefonee rápidamente a un conocido. Éste, llegó inmediato, entre charlas, le comenté de mi situación, y me dijo, pero te felicito, te contaré que el matrimonio está compuesto de tres tiempos. El tiempo de la felicidad, que forma parte del primer año. Allí todo es un lecho de rosas, el tiempo de la rutina, donde todo siempre es lo mismo, y el tiempo del sillón, y los deportes. Rezas en tu lecho, para que comience la temporada de futbol, en cuanto el sillón es tu nuevo aliado en una vida donde solo engordas, y recibes regaños de tu esposa. Bueno, no creo que sea ello, le respondí. Todo a su tiempo me comenta. Este conocido, era un calamar de años de vida que ya estaba cansado de su mujer, sin embargo presiento que la quería, o por lo menos pergeñaba un destello de compañerismo para con ella.




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