Relatos de una ciudad dormida

La pared

   La pared se ríe de mí. Cuando apago las luces y me acuesto, la pared empieza a reírse sin parar y no me deja dormir. Nadie más puede escuchar su risa, solo yo la escucho. 

   Hice el amor con mi pareja hace dos semanas, y la pared no dejaba de reírse. Al otro día se rió durante toda la noche. Mi pareja ya no estaba e intenté conversar con ella:

   —¿Que te causa tanta gracia?

   —Hola —me respondió a secas.

   —Hola. Dime, ¿por qué te ríes tanto?

   —Porque tu no te ries. 

   —¿Y qué tiene que ver eso?

   —Puedo ver la carne y los huesos, y también puedo ver el estropajo negro que tienes en tu pecho. Me causa gracia como se mueve y cómo te come por dentro. 

   —¿Tienes ojos?

   —No.

   Me levanté de la cama y encendí la luz. Pude ver sus labios a la perfección, así como sus dientes oxidados y su lengua putrefacta que iba y venía. La pared no tenía ojos, ni nariz, ni orejas, ni cuello, ni cabello; pero si tenía esa boca, que salía de la nada para reírse de mí.

   La pared se comió a mi madre, la mordió y dejó solamente sus piernas. La pared ahora lloraba cuando me iba de la habitación y no me dejaba dormir en la pieza de mi madre. No volvimos a hablar después de eso, se mostraba tímida y yo estaba destrozado. 

   Mi pareja me dejó, y la pared no se rió en toda la noche. Me metí a las apuestas y perdí la casa de mi madre. Me mudé hace unos días y la casa fue derrumbada para construir un edificio ahí. 

   Ahora la gente se ríe de mí, cuando les cuento que la pared de mi antigua casa se reía de mi. A veces la extraño, por lo menos con ella podía conversar un poco.




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