Las gotas de lluvia rebotaban fervientemente en el parabrisas del conductor, quien esperaba con paciencia que alguien decidiera subirse a su coche en la salida de aquel hospital.
<<Boludo, este tiempo de mierda me arruinó el mes, encima que me estaba yendo para el orto, ni un viaje hoy… Tendría que haberle hecho caso a mis compañeros…>> pensó, desilusionado. La llovizna aumentó su potencia, el hombre se sirvió una taza de té caliente y volvió a dejar su termo en el maletero del asiento del pasajero mientras contemplaba impaciente el umbral gris que comenzaba a envolverlo de repente.
—La puta madre, se está poniendo helado— exclamó en voz alta, antes de darle un buen sorbo a su taza. La intensidad de la lluvia no disminuía, y las esperanzas del taxista a tomar algún viaje salían expedidas a través del aliento congelado que se escurría desde su boca. Así, decidió encender su auto y marcharse de aquel desolado páramo.
Salió por la ruta más cercana, yendo en contra del feroz aguacero, subiendo un poco el volúmen de la radio. Siguió en línea recta, perdiendo su mirada dentro del laberinto gris que se le aproximaba. De repente, logró divisar una figura entre el vacío. <<Que raro que alguien ande por acá>> pensó, bajando la velocidad del vehículo y acercándose a la orilla. La mujer se percató de la presencia del conductor, y no dudó en pedir auxilio. Al acercarse más, el hombre contempló como la joven cargaba a un chico aproximadamente de su misma edad. Detuvo el coche con lentitud, acercándose a la pareja. La chica enseguida se subió en el asiento trasero, agradeciéndole al hombre.
—¿Che, estás bien? ¿Qué le pasa al pibe?— preguntó mientras comenzaba a avanzar por la carretera.
—¿Puede llevarnos a Mena con Concolocorvo?— preguntó la chica entre largos jadeos.
—¿Estás segura? Puedo retroceder para ir al hospital.
—Tenemos que llegar a ese lugar, por favor.
El hombre, aún sin entender la situación no hizo más que hacerle caso a la joven. Quizás la petición era un tanto absurda, pero al mirar por el retrovisor y cruzar miradas con ella, entendió que la situación era algo fuera de lo común. Algo no estaba bien con ellos dos, y por alguna razón, se arrepentía de haberlos dejado subir a su auto.
—Podés sacarte eso si quieres— dijo, refiriéndose al impermeable amarillo que recubría sus cuerpos.
—No te preocupes, vos seguí con lo tuyo— respondió ella.
—Bueno. No te voy a cobrar, te aviso.
—Gracias.
—Y, ¿qué onda con el pibe? Está re palido.
La chica no responde y se limita a viajar con la cabeza agachada, acariciando el cabello estéril de lo que parecía ser una marioneta inerte.
—En unos minutos ya vamos a llegar. Así que quedate tranquila— continuó intentando romper el hielo, pero su pasajero permanece ahí, cabizbaja, con el movimiento monótono de sus manos y unos silentes susurros que recita de forma casi imperceptible.
—Lo bueno es que no hay mucho tráfico hoy. Por más que estemos en Circunvalación vamos rapidísimo.
—¡Pero callate la boca, viejo ridículo!— exclamó sin escrúpulos. —¡Está bien que no me vayas a cobrar, pero no seas tan rompe huevos!
—¿Qué te pasa, boluda? ¿A quién te comiste vos?— responde elevando la voz. —Encima que te estoy ayudando, no sos capaz de respetarme. Y encima no se que mierda está ahí atrás, no se si es un tipo o un pedazo de carne, y que encima está soltando mal olor.
El auto se detuvo con lentitud y se acopló a la orilla de la carretera.
—A ver, dejame ver— dijo, quitándose el cinturón e inclinándose hacia el asiento trasero.
—Salí de acá— respondió la chica con agresividad.
—Mostrame que mierda tenés ahí o te llevo a una comisaría.
—No te acerqués, viejo de mierda.
—Dale, boluda. Hay un olor a mierda impresionante.
Un haz plateado viajó a gran velocidad y se incrustó con fiereza en el ojo derecho del conductor. El hombre soltó un grito y permaneció congelado ante el sorpresivo ataque. La chica propinó unas fuertes patadas en la cabeza del taxista, buscando matarlo a golpes. Él se lanzó hacia atrás, abrió la puerta y se dejó caer en él pavimento mojado. Su ojo continuaba supurando una enorme cantidad de sangre a causa de la navaja, y su boca expedía el mismo fluido junto con algunos dientes rotos y saliva. La chica salió del auto, dispuesta a asesinar al chofer y sin dejar caer a aquella figura inerte que apoyaba gentilmente sobre uno de sus hombros.
El hombre tomó aire y removió él cuchillo, de cara al suelo y conteniendo él grito, para evitar qué la chica sé alerte. Ésta, susurrando frases en una lengua inentendible, soltó una bocanada gutural y sé arrojó encima del conductor, pero no contaba con qué el sé voltearía y descargaría una potente patada sobre su pecho, empujándola hacia atrás y tumbándola al suelo. La chica intentó levantarse, pero el conductor se le arrojó encima y le clavó la daga en el cuello.
Se alejó de ella con lentitud, sufriendo varios espasmos nerviosos y una taquicardia qué hacía retumbar todo su cuerpo, no a causa de los relampageantes dolores que torturaban su cabeza, sino a causa de la acción que acababa de cometer. Caminó con torpeza y cayó al pavimento, casi inconsciente, observando cómo la chica gozaba de sus últimas bocanadas de vida. De un momento a otro, ésta dejó salir un alarido gutural desde su boca y extrajo el arma blanca con una brusquedad indescriptible. Se puso de pie y dejó caer su neopreno junto con el chico. Allí fue cuando el hombre se percató de que aquello estaba fuera de sus rústicos conocimientos.
Los tatuajes simbólicos alrededor de todo el cuerpo de la joven se teñían del verde y espeso líquido que se escurría desde su cuello. La estrella invertida en su estómago simulaba hablar entre los pliegues de grasa del mismo a medida que ella avanzaba clamando en aquella lengua extraña. Sus pezones negros como el carbón danzaban algún ritmo que intentaba ser hipnotizante y seductor entre las gotas de lluvia, como si de algún ritual se tratase. La coraza inerte y pálida que yacía abrazando el suelo y supuraba hilillos negros terminó por confirmar las sospechas del conductor, quien intentaba acercarse al automóvil antes de qué la chica lo alcanzace.