Relatos del Bosque Rojo

Las Manos de Plata

“No recordar el nombre de la ciudad en la que naciste debe ser malo. De alguna u otra forma, tiene que estar mal. Porque si recuerdas el nombre de tu padre el mercader, y de tu madre la hija del Visir, deberías recordar el nombre de la ciudad en la que naciste”.

Eso fue lo que un día me dijo un campesino, cuando no supe decirle cómo se llamaba el lugar que me había visto abrir los ojos. Pero fui sincero con él, como me lo había pedido, y como mis buenos modales me lo indicaban. Así que pude sentir pena por no contestarle su pregunta, pero no por faltarle al respeto.

Había llegado a tal lugar tras una serie de desafortunados eventos causados, en su mayoría, por mi extrema falta de vocación por cualquier oficio. ¡No es que fuera un holgazán vicioso bueno para nada! Nada de eso… solo que nunca logré encontrar un trabajo que realmente me hiciera feliz.

Sin pensarlo dos veces, diría que la causa directa de esto, era que el ser quisquilloso con detalles, generalmente absurdos, a la hora de hacer un trabajo había sido siempre mi maldición. Me explico, si se trataba de pescar, me incomodaba el sonido particular del agua cuando un pez saltaba fuera de esta. Si se trataba de trabajar el barro, me molestaba que este entrara debajo de mis uñas, y después tener que limpiarlo. Si se trataba de vender algo en el mercado, me molestaba que la gente no quisiera pagar el precio que yo proponía inicialmente. Y así podría continuar hasta el hartazgo.

Pero el verdadero problema radicaba en que, antes de poder solucionar nada, un ataque de ansiedad y pánico se apoderaba de mí y me enfermaba de verdad. Los médicos me habían revisado muchas veces, pero aun no podían explicar por qué reaccionaba de tal manera, y tratándose de algo ajeno a su profesión,  lo único que me aconsejaron hacer, fue intentar apagar el fuego antes de que se encendiera la primera chispa.

Entonces procedía a ponerme cera en los oídos al pescar, a cortarme las uñas antes de tocar el barro, y a poner un precio desorbitado al comerciar mis productos para que así no me molestara disminuirlo luego cuando me lo pidieran. Pero todo fue en vano, al deshacerme de los primeros inconvenientes, aparecían otros. Al estar sordo captaba de alguna manera u otra el ardor del sol sobre mi nariz, al cortarme las uñas empezaba de algún modo a estornudar como desgraciado, y al subir el precio de mis productos, me robaban toda la mercancía.

Fue tanta la impotencia que me invadió, que tras probar cientos de plantas curativas y seguir el consejo de mil sabios sin obtener resultado alguno, llegue a pensar que mi mala fortuna solo podía ser causada por los espíritus malignos de la ciudad. Bueno, a decir verdad, tampoco es que les hiciera mucha gracia a los seres de carne y hueso, así que no tenía más opción que probar suerte en otra ciudad.

De camino a la Ciudad de los Elefantes, me detuvo un comerciante de alfombras, y tras mostrarme toda su mercadería, me preguntó por mi nombre y la razón de mi viaje. Como no tenía nada mejor que hacer, y al parecer la mala suerte se había desprendido de mí hace ya bastantes horas, me tomé la molestia de contestarle a sus preguntas con un resumen más o menos detallado de la historia de mi vida laboral.

Desde el momento en el que le dije que no podía permitirme comprar un caballo, y menos una alfombra, el buen hombre comprendió que yo apenas y poseía dinero, y por lo mismo, y después de escuchar atentamente mi relato, me ofreció enseñarme lo básico de su oficio para que yo pudiera ayudarle y empezara así a ganarme mis propias monedas con las que podría sobrevivir.

La Ciudad de los Elefantes podía esperar, así que accedí a su propuesta y me quedé con él en su morada por muchas estaciones, aprendiendo a trabajar como lo haría un hombre de bien.

Cada vez que lográbamos terminar de hacer una de aquellas alfombras, una inmensa dicha me inundaba, que me obligaba a ver al producto terminado con orgullo.

“Aquella es la recompensa real, tienes que aspirar a sentirte así con cualquier trabajo que hagas.” Me dijo, cuando un día le comenté como me sentía al ver todo el trabajo realizado.

La base de mi contento, sin embargo, era el hecho de que al fin había encontrado una actividad en la que no existían detalles molestos, que me impidieran llevarla a cabo. Si de verdad había tenido una maldición, al alejarme de mi ciudad natal había desaparecido.

Un día entonces salí a dar un paseo a orillas del río Nuhr, con la intención de descansar un poco de las arduas jornadas de trabajo que había tenido los últimos días. Logré desde allí ver un par de caravanas que llegaban a la ciudad, al igual que múltiples pájaros multicolores que cruzaban el cielo, pero lo que más me llamó la atención, fue un solitario pescador que se hallaba sentado al borde de una pequeña barca, agarrando su única caña con ambas manos y moviendo sus pies descalzos de aquí para allá dentro del agua.

“¿Quieres que te lea la fortuna muchacho?” Me preguntó, cuando pudo notar que me había acercado a él.

“Oh… ¿entonces no vende pescado?” Le contesté, sorprendido por su oferta, sabía del negocio de interpretar las cartas y mirar a través de esferas de cristal, pero jamás me había planteado la posibilidad de que los peces también formaran parte de este.

“No, todos los pescadores de verdad están descasando ahora, su horario de trabajo es de madrugada. Mis servicios, sin embargo, como no requieren de la captura de peces comestibles, puede realizarse a cualquier hora”. Al principio no supe que más podía decirle al extraño sujeto, pero luego me vi vencido por la curiosidad, y accedí a pagarle los dos Eamilas por su servicio.

El “pescador” entonces sacó el hilo de su caña del agua y le puso una carnada, obligándome a esperar desde ese momento unos diez minutos hasta que al fin pudo capturar algo. Del gancho zafó la diminuta criatura, y procedió entonces a acercar su barca a la orilla y a desembarcar con el pez en sus manos para mostrármelo. Se trataba de un animal sumamente delgado, con escamas grisáceas, ojos saltones, no más grande que un pulgar y de apariencia fantasmal.



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En el texto hay: tragedia, flores, aventura misterio

Editado: 24.02.2021

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