Lunes, 30 de diciembre de 2019
Mi cuerpo está frío y observó mis dedos temblar. Me veo a mi mismo corriendo en aceras mojadas y defectuosas. Llueve y las gotas caen en mi ropa, en mi rostro, en mi corazón. Estoy aterrado y los nervios son inmensos, controlan mi cuerpo y mis pensamientos, no puedo pensar objetivamente. Me encuentro impulsivo y desesperado, es tanto así que resbaló en la calle, me da la sensación de que me he torcido el pie. No puedo permanecer quieto, ni siquiera el dolor de la caída me detiene. Me levanto y cojeó. Sigo el camino y estoy paranoico, no puedo calmarme. Avanzo un poco más y estoy cerca de casa, al verla crecen mis esperanzas. Abro la puerta con brusquedad y al entrar me tiró sin pensarlo en el sillón. Intento secarme pero no lo consigo, las gotas de lluvia siguen apareciendo en mi ropa como si me encontrará afuera. Temblaba y no paraba de llorar. No podía escapar de la lluvia, el nerviosismo y la ansiedad. Incluso refugiándome en una casa, la lluvia seguía dentro de mi. No podía escapar. De mi jamás me iba a librar.
Desperté bruscamente y me topé con los hermosos ojos de Lucy.
—¿Estás bien? —susurro Lucy a mi lado.
—No —respondí mientras intentaba sentarme. Me encontraba nervioso y no dejaba de temblar.
Lucy permaneció callada y se acercó, me abrazó y entrelazaba nuestras manos. Me transmitía su calidez, su cariño. Este pequeño gesto me calmó un poco. Sin darme cuenta volví a dormir y esta vez fue agradable, no me sentí atormentado.
Desperté aproximadamente a las ocho de la mañana. El clima seguía frío y gris. Estuve un rato más en la cama, y fijé mi vista en un cactus. Era pequeño y adorable. Me hacía pensar en el amor, se ve bello pero si lo tocas, duele.
Estoy melancólico, creo que incluso deseo llorar, arroparme con la manta, esconder la cabeza y olvidarme de todo. No entiendo muy bien por qué, pero es mi único anhelo hoy. Sigo nervioso y pienso en muchas cosas a la vez. Estoy cansado, ¿cansado de qué? Cuánto cinismo de mi parte. Seguramente solo estoy de mal humor, o no lo sé.
Creo saber por qué estoy así, no quería aceptarlo, no quiero aceptar que me siento abatido de que está sea mi última estadía aquí, que no podré ver las pinturas y el cactus de Lucy al levantarme, no tendré un desayuno delicioso. No escucharé reír ni podré ver al abuelo. Lucy no me abrazará ni me consolará. No iremos juntos a la tienda ni leeremos por la tarde. No veré sus ojos todos los días. No estaré aquí, no seré parte de esta familia, no es mía. Me duele saber qué es así. Sólo fui un invitado. Ahora regresaré a casa y veré a mamá y al calvo y, solo llamadas de un padre forzoso y avergonzado de su hijo. No me quiero levantar, no puedo aceptar la realidad.
Desayuné con Lucy y su abuela, tomábamos chocolate caliente y reíamos al oír la historia de la abuela. Era un momento tan agradable, no quería que se acabará. Pero se terminó y me quedé con Lucy. Desde la ausencia de su hermana ella se ve muy triste y distraída, perdida en si misma. Observaba un punto fijo de la habitación y no parpadeaba. Hacía dibujos invisibles en la mesa con sus dedos. Estaba mucho más callada y eso me preocupaba. Por mi parte los últimos días estuve intentando animarla, pero ya no estaré y me asusta que suceda algo con ella. Yo deseo su bienestar.
Ah, a veces todo es tan triste.
—¿Qué soñaste ayer? —pregunto de repente y fijo sus tristes ojos en mi —parecías asustado.
Su pregunta me puso nervioso, era una reacción inmediata al recordar ese sueño. Me sentía mal con sólo pensarlo.
—Es... Una estupidez, a penas puedo recordarlo —dije sin querer entrar en detalles—. Corría y buscaba una casa, no estoy seguro.
Lucy asintió y no dijo nada más. Nuevamente me preocupe.
Después me encargue de empacar mis cosas. Al terminar me despedí de su abuela y Lucy me acompaño hasta el supermercado central.
—¿Desde aquí te guías, no?
—Si, si —dije y la observé, era hora de irme.
Ella no dijo nada, sólo me abrazó y me sonrió. Yo hice lo mismo y presencie su silueta alejarse, si, alejarse de mi. Estaba solo otra vez. Caminé hasta casa, estaba un poco lejos y me sentía cansado. Como era costumbre subí la calle empinada. Abrí la puerta, encontré silencio y me encerré en la habitación.
[...]
Dormí por varias horas y me levanté asustado por el ruido, sonaba música muy fuerte. Salí de la habitación, baje las escaleras y me dirigí al estudio de mamá. La música venía de ahí. Pensé en tocar, pero no quería ver a mamá, ya presentía que estaba melancólica y, probablemente despechada. Encontrarla encerrada era señal de problemas.
Me alejé de ahí y busqué comida en la cocina, me preparé un sándwich y subí otra vez a mi habitación. Después de comer revise mi teléfono y tenía mensajes de un número desconocido.
«Quiero hablar contigo, veámonos en la próxima fiesta del barrio. Puedes llevar a Lucy»
Al leer el mensaje me quedé petrificado, me costó reaccionar. Presentí quién era la persona del mensaje.
Entonces pregunté: «¿Adrián?»
Obtuve una respuesta rápida: «Sí»
He mencionado un par de veces que odio las fiestas, pero en esta ocasión me emociona pensar en estar ahí. Estoy asustado, pero debo ir. Tengo la necesidad de hacerlo, no puedo negarme, sería perder una oportunidad. No me imagino hablando con Adrián, soy tímido y él me intimida o me enfurece. ¿De qué querrá hablar conmigo? ¿Acaso me estoy ilusionando, me gusta la idea de que se interese en mi? No me importa si hablamos, yo solo quiero verlo, verlo de verdad. Quiero quitar su máscara, descubrirlo. Lo veo como un juego, es divertido para mi. Ojalá supiera seducir y obligarlo a que me diga todo de él. A veces no sé exactamente por qué me interesa, intento eliminar eso, pero no lo consigo y sólo crece más y más mi curiosidad.