Relatos sin desidia

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"Las comparaciones son odiosas", eso es lo que se repite constantemente en mi familia. Cada vez que escucho esa frase, apenas puedo contener la risa, sabiendo que pronto comenzarán a compararme con mis primas y mis compañeros de clase.

¡Por Dios, somos adolescentes!

Tenemos derecho a cometer errores, a ganar peso, a perderlo, a meter la pata, a suspender, a aprender de nuestras caídas, a enamorarnos, a sufrir desamor. No somos máquinas perfectas. Tenemos derecho a tropezar en el camino. Los adultos, alguna vez fueron adolescentes, deberían entender nuestra perspectiva.

Créanme, adultos, cuando les digo que todos los adolescentes somos conscientes de que siempre habrá alguien que parezca mejor que nosotros, alguien más inteligente, más fuerte, más atractivo, alguien que cumpla con todas sus expectativas.

Y, al menos en mi caso, detesto que me recuerden una y otra vez algo que ya tengo claro.

Porque, aunque no lo creáis, esas cosas hacen daño. Vosotros colocáis una carga en nosotros que no podemos soportar. Lo que esperáis de nosotros es que seamos una versión perfecta de vosotros, pero eso solo logra que nos sintamos terriblemente mal cuando no conseguimos ser suficientes para vosotros.

Así que, por favor, ¡basta ya! Basta de comparaciones, de palabras hirientes y manipuladoras. Ningún adolescente merece vivir con esas cargas, sin importar cuán mal se comporte.

 
 
 
 
 
 




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