Relatos varios

El milagro (3/3)


    Atravesó el terreno siguiendo la estela de lágrimas de aquella que, en su desesperación y sin saberlo, había conseguido sacarlo de su sopor.
    
    Todo lo que le rodeaba se difuminaba en una neblina, a menos que él hiciera el esfuerzo de aclararla mediante su voluntad. Pero en ese momento nada de aquello le interesaba.
    
    Llegó hasta la puerta de una vivienda y, todavía atraído por una angustia que le convulsionaba el pecho, empezó a rodearla hasta dar con una ventana desde la cual pudo ver el interior.
    
    Vio a la persona que lo había convocado a los pies de una cama donde yacía su madre enferma. 
    
    Él aún no lo comprendía, pero la capacidad de percepción de su gente abarcaba más allá de los sentidos, y así fue que se hizo cargo tanto del hedor a muerte de aquella habitación como del intento de la hija por ocultar su dolor.
    
    Sintió más que vió, cómo la angustia era empujada profundamente hacia abajo mientras era solapada por una mezcolanza de cariño, esperanza y un intento de humor, que servía de combustible para las dos primeras.
    
    También se vio asaltado por los sentimientos de la madre y se maravilló de cómo se hacían eco poco a poco de los sentimientos de su hija hasta estar ambas en sintonía.

    La relación existente entre la simplicidad de los hechos, la complejidad de las emociones y la ilusión de las personas le hizo creer en el género humano. Por lo que en aquel momento, y a riesgo de consumirse y desaparecer, apoyó una mano en el cristal de la ventana y deseó que la madre se recuperara.
    
    Cuando se despertó se dio cuenta de que volvía a estar en el pozo y que estaba débil, pero no le importaba, ya que volvía a sentir una emoción que llevaba tiempo sin manifestarse: satisfacción.
    
    No sabía si había conseguido curar a la mujer, pero se sentía satisfecho de haberlo intentado. Se sentía contento por haber dado un paso y haber mostrado ante si mismo determinación, por lo que se levantó y volvió a acudir a la casa.
    
    Durante el camino pensó en cómo aquello abría un nuevo abanico de oportunidades, de cómo podría volver a sentirse útil y de la enorme cantidad de bien que sería capaz de hacer si conseguía llevar a aquellas personas hacia su pozo.
    
    Dada su debilidad, no podía ir demasiado rápido, pero no le importaba ya que sus pensamientos y esperanzas daban alas a sus pies. Por lo que tuvo tiempo de pensar, planificar y construir enormes castillos en su mente, que consiguió mantener intactos hasta llegar a la ventana de nuevo.
    
    Allí, todo se derrumbó. 
    
    La madre se había recuperado y no sabía por qué había acabado con la vida de su hija.
    
    Las emociones que le llegaban comprendían tal abanico que para muchas no tenía nombre. Percibía la resignación y la desesperación, la angustia, la pena y la presión que se instala en el pecho cuando no ves una salida.

    Lo que él sintió fue horror. 
    
    Un horror que lo devolvió en un parpadeo a su pozo, donde se preguntaba por qué.
    
    Todas las preguntas que se había hecho andando sobre sus propios pasos quedaron sustituidas por un "¿por qué?".
    
    Y mientras se lo preguntaba, otra moneda caía a sus pies.
 




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