Año nuevo ¿Vida nueva?
Sus pasos son torpes y generan un sonido estridente a lo largo del pasillo. Marcela se tropieza dos veces y se ríe a viva voz aferrándose a la botella de vino, la cual sostiene en alto. La aprieta como si su vida dependiera de ello y tras pestañear varias veces intentando dejar de ver tan borroso, busca con su mano izquierda el manojo de llaves en su bolso.
La tarea es complicada y le toma cerca de cuatro minutos. Al paso que va, terminará dormida en el pasillo, pero la mujer no se rinde. Son cerca de las 4:00 de la madrugada y a pesar de que horas antes fue fin de año, parece que el edificio donde vive quedó vacío. «Tan vacío como yo», piensa en lo que parece que es un momento de lucidez.
Por fin da con las llaves y tras múltiples intentos, logra abrir la puerta. Para ello, se colocó la botella de vino debajo del brazo y se ayudó con ambas manos. Aquel licor era preciado, el único regalo que había recibido por Navidad. Aunque se lo entregaron algo tarde, si vamos al caso y a ciencia cierta, viéndolo desde el exterior, no tenía gran importancia. Se lo había obsequiado un amante ocasional. Por la etiqueta, se notaba que se trataba de un vino barato.
Sin embargo, a Marcela eso no le importaba. La carencia de afecto en la que se veía envuelta, la llevaron a aferrarse a aquel objeto como su bien más preciado. Estaba en un país ajeno, lejos de sus seres queridos, intentando buscarse un lugar en el mundo. Por desgracia, a pesar de que tenía un techo y comida suficiente, la sensación de abandono no se marchaba.
Estaba sola. Ingenuamente, ella pensó que un cambio de aires alejaría sus problemas, pero aquello que la hundía se coló en su maleta, se adhirió a sus huesos. Marcela reprime el llanto cuando ingresa a su apartamento mono-ambiente y se topa con su desastre. Ropa esparcida por el suelo, un cactus desecado y platos con restos de comida.
Nadie la espera en casa, si dijese “hola” no obtendría respuesta, ni siquiera en la madrugada del primer día del año. Ella se tuvo que conformar con los besos con sabor a tabaco de su amante ocasional y de las promesas vacías de ese hombre que tenía como refugio las drogas. «¿Para qué buscar más? Todo termina siendo la misma mierda de siempre».
Marcela lanza su bolso en la mesa de plástico que tiene en su estancia y tras quitarse los zapatos de tacón, abre la botella como puede. Toma un trago largo y luego termina tosiendo de forma continua. «¿No es un excelente modo de iniciar el primero de enero?». Pone el vino rojizo en la mesa, lo observa durante unos segundos que parecen eternos y una idea brilla en su mente.
Toma el objeto con fuerza y seguidamente, sin más, lo deja caer al suelo. El sonido que hace al romperse le saca una sonrisa y se siente maravillada al observar el líquido rojizo extendiéndose por las baldosas blancas. «Quizá el vino no será lo único que correrá por este suelo», piensa poniéndose de rodillas y tomando un fragmento de vidrio en sus manos.
Marcela se lo acerca a la muñeca y se muerde el labio probando el sabor de su propia sangre. Llora de forma compulsiva sin atreverse a dar el paso y se tiende en el suelo. No le importa hacerse daño, no le importa mojarse con el vino. La idea de que parezca que se trata de su sangre le resulta algo gracioso.
Y con aquel remolino de ideas dando vueltas en su mente, la mujer se queda dormida. ¡Feliz año nuevo!