Tras días en el mar, ya no creía en que cualquier avión lo rescatara, sin embargo, ante el mínimo ruido, miraba al cielo escudriñándolo frenéticamente.
Cada vez que miraba al agua en cualquier dirección veía la aleta dorsal de una bestia que buscaba saciarse de su carne, atraída por su sangre esparcida en el agua a su alrededor.
El azul del cielo y del mar era todo su mundo, el vaivén de las olas al impactar y mover balancear su balsa era su ritmo.
El hambre y las alusinaciones lo saciaban en sus días.
Los cadáveres flotantes que ocasionalmente pasaban por ahí, eran su única compañía. Su compañero había muerto desangrado por la amputación de una de sus piernas hace días.
Después de unas cuantas semanas a la deriva, vió a lo lejos un buque enorme que se acercaba, se regocijó de felicidad al ver que venían a su rescate; pero todo en él se oscureció al ver el sol naciente en la superficie del buque.
Tomó su arma y la puso bajo su mentón, lanzó su última plegaria al cielo por piedad por lo que estaba por hacer, jaló el gatillo y no hubo más que vacío.