Las personas mueren, tú mueres, él muere, ella también, hasta aquellos de allá al fondo tienen fecha de caducidad, inclusive yo.
Es algo con lo que todos lidiamos, no pasa mucho tiempo desde que escuchamos "Tal persona murió" hasta que lo volvemos a escuchar con un nombre diferente.
Yo tenía un tío, se llamaba José, murió hace dos años casi, nos tomó a todos por sorpresa, fue un repentino accidente de tránsito provocado por un problema mecánico -que no sé explicar- en el auto que lo chocó.
Extraño a mi tío, él era panadero y repostero, tenía la mejor panadería del pueblo, él personalmente horneaba todos sus deliciosos productos artesanales y los vendía en su pequeño negocio. Sus panecillos de arequipe eran los mejores que cualquiera pudiera llegar a probar. Su pan era el más firme, crujiente y delicioso que había en millas y millas a la redonda, hasta sus mermeladas -personalmente: no me gusta la mermelada- era agradable al paladar acompañada de cualquier cosa.
Extraño a mi tío José, ya nada es igual, sus empleados no hacen las cosas igual, y el tío tampoco dejó la receta exacta para hacer sus productos. El pueblo ya casi no va a su tienda y piensan cerrarla.
Ya no probaré jamás su pan, ni sus panecillos, y los extraño, hasta extraño su mermelada. Pero ya no sabré más de ellos.
Extraño a mi tío José.
¿O no lo hago? ¿Realmente extraño a mi tío José, no extrañaré sus panecillos o su pan, su esencia, más que a él como persona? Espero conservar su memoria, su espíritu.
Al final todos mueren, ¿pero qué nos importa más?
¿Extrañamos a la persona o extrañamos lo que hacía? Creo que todos morimos un poco con cada persona que se va.
Mi duelo no es más que una lucha con el vacío de los muertos.
Extraño los panes, panecillos y mermeladas de mi tío José.