—...Y entonces usted lo empujó de la azotea —concluyó el abogado acusador, interrumpiendo el testimonio de la acusada.
—¡No! No lo hice...no lo hice —repetía balbuceante—, yo no lo hice.
La acusada parecía no estar en pleno uso de sus facultades mentales.
—¿Entonces cómo pasó exactamente? —preguntó desconfiado el abogado.
La acusada levantó la mirada un momento, parecía perdida, como observando algo que no existía, fijamente en la nada.
—Estábamos en la azotea —comenzó a narrar—, nos estábamos divertiendo. Miguel acababa de obtener un ascenso en su trabajo y un aumento en su sueldo, se veía feliz —sonrió nostálgica—, nos envió un mensaje que decía "10pm, en la azotea. Vamos a celebrar", y yo fui contenta.
—¿Y qué pasó en la azotea?
—Hicimos una parrilla, yo llevé la carne, Miguel la cerveza, José llevó los vegetales. José llevó un amigo, alguien que yo no conocía.
—¿Quién era ese sujeto?
—José nos lo presentó como un conocido suyo, Andrés. El tipo era buena onda, llevó la música en uno de esos parlantes de los ochentas.
—Proceda con lo que pasó después, sea breve y clara —pidió el juez.
—Nos embriagamos y comimos, nos divertimos. Yo siempre fui una chica decente y tranquila, pero esa vez me desaté y me embriagué, parecía chico —añadió riendo—, debieron ser esos caramelos que llevó Andrés.
—¿Caramelos? —atajó interesado el abogado.
—Sí, caramelos. De esos ácidos que te deshacen en la lengua, estos eran extra ácidos, casi estaban amargos, tenían un corazón impreso.
— Falso LSD. 25I-NBOME —añadió el abogado.
—¿Qué, 25I...qué es eso? —La chica no entendía que era eso.
—Señorita —empezó el abogado—, usted consumió una droga piscodélica muy volátil y peligrosa.
—¿No era un caramelo ácido?
—No, no era un caramelo ácido. Prosiga con su relación, por favor.
—Bien, comí ese caramelo droga, estaba tranquila. De pronto me sentí mareada, todo me daba vueltas y el cielo se volvió morado ¡lo juro que se volvió morado! —Se veía exaltada.
—¿Qué pasó después?
—Vi algo moverse a mi derecha, volteé y era algo horrible, parecía una persona pero con cabeza de pulpo, tenía también brazos largos y con largas garras, daba mucho miedo. Se me acercó y yo lo empujé antes de salir huyendo, el monstruo cayó por la azotea. Empujé a un monstruo, no a Miguel.
—Creo que ya tenemos todo lo necesario, señor juez —concluyó el abogado.
—Sí, me retiro con el jurado a deliberar el caso, se leerá el veredicto mañana.