Llegamos a nuestra habitación, lo primero que Damián hizo fue quitarse sus tenis y echarse a su cama. Poniéndose sus manos en el rostro, me senté en la cama de Elías mirando toda la habitación, había un silencio enorme entre los dos, solo se escuchaba su respiración y la mía. Pero no se sentía un silencio incómodo, más bien uno pacífico, uno que trasmitía paz, uno que puedes experimentarlo muy pocas veces, de pronto Damián se sentó mirándome, con esos ojos grandes. Su respiración se aceleró y se puso nervioso, chasqueo la lengua y se volvió a tirar a la cama sin decir una sola palabra, me extrañó esa acción, pero preferí no preguntar nada, habían pasado ya minutos y el seguía volteado hacia la pared.
Tomé un libro de mi mochila y salí hacia el patio del campus, caminé unos cuantos pasos y encontré un enorme árbol que me cubriría del poco sol que había esta temporada, me senté de bajo del árbol y abrí mi libro. Había muy poca gente en fin de semana en los dormitorios, me imagino que era esa gente que como yo sus padres no querían estar con ellos, o viceversa ellos no querían estar con sus padres, deje de leer por un momento y comencé a observar aquel lindo atardecer que se empezó a ver, el sol se escondía tras los salones, dejando ver unos cuantos rayos de luz, era una vista muy linda, una que nunca había visto, me sentí en paz, mi corazón y mi respiración eran pacificas como ese atardecer, si tan solo mis padres miraran esto, “vendremos cuando te cures” había dicho mi padre, pero se me vino también a la mente lo que me había dicho esa tarde Elías, “no es una enfermedad.” si fuera o no enfermedad no volvería a ver a mis padres en un largo tiempo, me dolía pensar que ellos nunca me perdonarían, pero mis amigos tienen razón, yo no soy quien debe de cambiar de mentalidad si no ellos, ellos me deben de aceptar por quien son.
Una semana me bastó para entender que amarme es primero, aceptarme es primero, ellos quedaban en segundo plano, si, podrían ser mis padres, mi familia, pero me tenía que amar yo y nadie más que yo.
—Me parece que has estado mucho tiempo acá. — la voz de Damián me sobre saltó — lo siento no quise asustarte.
—No pasa nada. — comenté.
Sonreí al mirarlo, palmé el piso para darle entender que se sentara, él comprendió y se sentó a mi lado poniendo sus pies a lo largo, apoyó su espalda aquel gran tronco que teníamos de tras de nosotros. Guardamos silencio unos minutos hasta que salieron mis palabras.
—¿Tus padres aceptaron lo que eres? — me miró desconcertado.
—¿Y que se supone que soy Santi? — me sentí un tonto.
—Lo siento, me refiero…
—Se a lo que te refieres — burló— tranquilo, mi madre no lo aceptó de inmediato, pero lo comprendió a mi padre le costó más trabajo ya que soy su único hijo.
Asentí con la cabeza.
—Se enteraron de una manera que no me gustaría revivir para nada— había comentado de la nada.
— Estaba con un chico en casa, se supone que ellos no iban a estar el fin de semana, se me hizo fácil y lleve a ese chico, lo más asqueroso es que estábamos en la sala, no nos dimos cuenta cuando el coche se estacionó ni mucho menos cuando abrieron la puerta. — reía en pausas al contar, pero su risa no parecía de gracia más bien de pena.
—¿Y te encontraron haciéndolo con él? ¿eh? — dije sin tabúes. Él solo asintió con la cabeza.
—Y pues aquí estoy — sonrió.
—Pensé que estabas aquí por ser un chico malo. — reí mirándolo incrédulo.
Las luces del campo se habían prendido hace unos minutos, el sol se había ido por completo y la noche nos regaló una noche estrellada con una luna nueva, empezó a refrescar un poco más, pero no quería moverme de ahí, y estoy seguro de que él tampoco se quería ir, no se movía ni nada, se terminó de acostar en el piso, lo imité y ambos quedamos viendo hacia el cielo negro y estrellado.
—Pero que dices, ¿no me miras? soy un chico malo. — bromeó, era la primera vez que hablaba tanto.
—Como no lo noté. — balbuceé.
—¿Qué hay de ti? — preguntó mientras se volteaba a verme.
Lo imité. Quedamos viéndonos a los ojos.
—¿Sobre qué? — dije casi susurrando.
—Sí, tú historia. — me susurró.
—Mi historia ya la conté. — él me miro. Esos ojos.
—Santi. No quiero saber por qué demonios estas aquí, eso ya lo sé, pero dime ¿quién es Santiago?
No supe que contestar.
Pero él no insistió.
Guardamos silencio un buen rato mirando hacia el cielo, no existía nada ni nadie solo él y yo en aquel campus, éramos solo nosotros, estiré mi mano hacia el cielo, imaginando tocar una de esas grandes estrellas, me sorprendí al sentir el tacto de Damián, su mano también estiraba junto a la mía, lo volteé a ver y él ya me miraba, sonreímos.
Mi corazón se aceleró, ni uno de los dos bajo la mano seguíamos así mirando hacia el cielo pegados el uno con el otro. Una vibración nos interrumpió, él saco su teléfono de su pantalón, llegue a mirar el nombre “Lilith”
Su madre le hablaba, me había dicho que le había comentado que no iría a casa.