La casa que Braulio me compró era mucho más cómoda para mí dado que solo tenía un piso, era espaciosa y perfectamente podría dedicarme a mis escritos y composiciones a la vez que podía recibir a mi sobrina por unos días si mi hermano llegara a requerirlo debido a sus congresos fuera de Santiago o en el extranjero. Sin embargo, abandonar la “segunda Estrella de la Muerte” me dejó una extraña sensación que no pude dejar en el viaje a mi nueva residencia.
Mis papás lograron comprar la “segunda Estrella” cuando yo apenas tenía nueve años y fue grande la alegría de ellos porque cumplieron el sueño de la casa propia, mas yo no lograba asumirlo dado que no quería abandonar mi “verdadero hogar”, con el nogal que cada tarde escalaba con Braulio imaginando que estábamos en guerra y usábamos los binoculares para “prepararnos si venía el enemigo”, menos aún quería dejar el patio de cuarenta y ocho metros de largo donde jugábamos fútbol o hacíamos carreras de bicicletas. La que compraron, en cambio, tenía un patio de apenas doce metros, mi cama fue reemplazada por un camarote que lo odiaba a la hora de subir la escalera debido a mi tendinitis en la rodilla derecha y la osadía que significaba cambiar la ropa de la cama –pese a que lo hacía con mi mamá-. Aquel nivel de unilateralidad no lo había experimentado nunca y, a raíz de ello, empecé a tomar distancia de mis papás, tanto en el hecho de nunca contarles sobre mis proyectos literarios y musicales, cuando registré mis historias y, sobre todo, mis problemas personales.
Por otro lado, Braulio se hizo con la actitud que tanto criticábamos de nuestro padre y en un corto plazo le salió bastante caro: su energía y pasión al estudiar fonoaudiología al tiempo que participaba en la parroquia pasaron al recuerdo en tanto se vio bastante absorbido por el trabajo –pese a que nunca le faltó- y los viajes a congresos. Cuando estuvo a punto de encontrar la estabilidad que tanto deseó por veinte años, su mujer quedó embarazada y desapareció en tanto dio a luz a Rebeca, todo bajo el argumento de que no quería estar sola con la pequeña mientras Braulio estaba obsesionado con el trabajo. Irónicamente, mi hermano siempre me reprochó el hecho de que “nunca dejaba mis ñoñerías para empezar a tener vida social”, proyectil que se le devolvía a raíz de amar más el trabajo que a su familia, sueño que siempre anhelé cumplir y nunca pude lograr.
— Tío, no entiendo cómo puedes leer todos estos símbolos y líneas –Rebeca examinaba la partitura de mi fuga.
— ¿Tu maestra no te ha enseñado a leer partituras? –me sorprendí.
— Nopi, apenas tocamos twinkle twinkle little star a memoria en flauta, pero no hemos leído estas cosas –se mostró bien afligida.
— Mira –extendí mi mano para que me diera el documento-. Los círculos son las redondas, éstas duran cuatro tiempos, puedes interpretarlo contando mentalmente una palabra de cuatro sílabas, por ejemplo, lo que te toma decir “elefante”.
— Ah –sonrió-. ¿Y las otras?
— El círculo con palito es la blanca –señalé una nota-, dura lo que demoras diciendo “perro”; el mismo círculo con palo, pero oscuro, es una negra y dura un “sol”. Ya las otras son la corchea y semicorchea, pero esos son un trabalenguas.
Ambos reímos
— ¿Y lees línea por línea? –me miró con curiosidad-, porque veo que indicas varios instrumentos.
— Se leen todos al mismo tiempo, pero para ello requieres de una orquesta –sonreí-. ¿Recuerdas los vinilos que ponía en la otra casa?
— Siempre me hizo gracia el aparato con el cuerno –rió.
— El tocadiscos –sonreí-. Bueno, lo que escuchabas de esos discos fue interpretado por una orquesta.
— Yo quiero participar en una orquesta para tocar tus partituras –sus ojos brillaron de ilusión-. Pero antes, sigue contándome de Mariana.
— Eres bien pilla –le apreté suavemente la nariz y reímos.
«Pese a que era día sábado, la universidad seguía funcionando como jornada hábil y había chicos que asistían a talleres o iban para consultar por libros en la biblioteca. Mariana me había dicho que nos juntáramos para ver el trabajo de Geografía en lo que iba a buscar unos libros, revistas y artículos que solo estaban en la facultad y no podía pedirlos para llevarlos a casa.»
— ¿Una cita en la universidad? –Rebeca me daba unos suaves codazos-. La chica se las sabía muy bien.
— Humanidad, incomprensible humanidad –rodé los ojos.
«Decidimos instalarnos en el sexto piso, correspondiente a la facultad de pedagogía, por lo que me ubiqué en la segunda mesa del Pabellón B mientras que Mariana iba llegando detrás de mí con tres grandes libros y varias revistas, ante lo cual se los tomé para dejarlos en la mesa y ella se sentó rendida debido a las escaleras.
— Al fin –exhaló abundante aire-. No sabes lo complicado que es tener que pedir un libro en la biblioteca de ésta universidad.
— Bueno, tengo experiencia entre la de la otra universidad como también en la Biblioteca Nacional –ambos sonreímos-. Mi curiosidad curiosa demanda mucha lectura.
— Ñoño hasta la médula –movía la cabeza.
— Prefiero el concepto de “amante de la literatura” –le guié un ojo.