«El día martes fue un completo desastre que dejó huellas permanentes por un largo tiempo. Le iba a entregar el ensayo a la profesora antes de que comenzara la clase, pero la falta de corchetera me hizo recorrer media facultad para lograr que me prestaran uno y así lograr mi cometido antes de las nueve y media de la mañana. Viendo que no tenía pancartas ni plumones a mano para la presentación, Mariana se acercó para indicarme lo que debía y no debía decir, lo que se me olvidó producto de un bloqueo que tuve luego de que la docente “destrozara” mi trabajo bajo el argumento de que no conocía a los autores y puso en duda la bibliografía. Jamás en los años de colegio y mi primera experiencia universitaria había tenido ese tipo de cosas y siempre lograba defender a brazo partido mi trabajo sin pasarme de la raya, pero ahora vi que el escudo que estuve manteniendo desde el ingreso a clases me estaba pasando la cuenta. Fue el día más asqueroso que tuve en mi casi cuarto de siglo.
Mariana estuvo tan enojada -porque prácticamente nadie salvó ileso de críticas por parte de la profesora-, que nos mandó hacer un mapa con tantas especificaciones que fue imposible de terminar a tiempo. Siendo casi las seis de la tarde –horario nada fácil para volver a casa-, decidí irme en cosa de un soplo, pero en tanto iba llegando a la entrada me detuve de súbito al considerar que era una acción cobarde de mi parte, una traición a la generosidad de la chica que incluso me ayudó el fin de semana. “No me puedo ir así”, pensé en tanto volteé para mirar al cuarto piso. “Creo que mi rodilla y mi disnea deberán aguantar un viaje incómodo”.
Subí la escalera hasta el sexto piso y me quedé cerca de las mesas para ocultarme de la vista de los chicos y verificar que todos se fueran. Cuando ya no había nadie conocido merodeando por ahí, bajé a hablar con Mariana.
— Hola, Mariana –toqué la puerta y entré.
Ella no respondió, guardaba los pocos trabajos en su mochila.
— Perdón, pero colapsé –bajé la mirada-. Me sentí mal con todo lo del ensayo y la presentación. Ya prácticamente terminé asumiendo, no tengo más que decir.
Tragué saliva.
— Encima me dio ataque de colon –rodé los ojos-. No es bonito decirlo, pero fue así y no di más. En el peor de los casos, ya sé que perdí ese quince por ciento de la nota y nomás me queda jugármela con el resto.
— Mira. ¿Sabes qué? Te voy a decir algo que lamentablemente es así: no te esforzaste –alzó la mirada, todavía dándome la espalda-. No te esforzaste y se ve reflejado en tu nota. Y así como te lo digo a ti es como para que se lo digas al resto de tus compañeros. No se esforzaron. Porque cuando uno realmente se esfuerza, no solamente, si se saca un tres… “Profe, yo no me merezco ese tres”. Vas y reclamas. “Profe, sabe que estuve paveando”, “profe, miré, lo que yo intenté expresar fue esto y lo que intenté hacer fue esto”. ¿Y cuál es la actitud de tus compañeros? “Bueno, será… Aquí viene el uno...” Van a ser profes, o quieren ser profes. Y no pueden serlo con esa actitud, porque es una cuestión obvia. No puedes. ¿Qué clase de profes van a ser?
Volteó y yo seguía en la entrada, tieso como una columna.
— Sinceramente, lo que me molesta es su flojera humana y por eso los regañé al principio. No creo que haya sido… -aclaró la garganta-. Si después vienen con que “Ah, Mariana nos asustó” o lo que haya sido y después vienen con… Es la realidad y lo más probable es que, de los que estaban en esta sala, quizá ninguno, quizá ni yo, termine siendo profe.
No supe reaccionar ante sus palabras.
— Lo más probable es que la única persona a la que puedo felicitar en estos momentos es a ti porque, de todos los que estaban presentes en esa sala, ninguno tuvo un mínimo reconocimiento al respecto. Nada –trató de ocultar una lágrima fugitiva-. Encima les gusta el conventilleo y quizá, en estos momentos, estén hablando a mis espaldas y hablando mal de la profe. Pero oigan, insisto, si usted tiene algún problema, venga y háblelo. Aquí estoy yo y a la profe la puede encontrar también.
Intenté mantenerme firme.
— Es que eso me da rabia –apreté los puños con mucha fuerza-. Sinceramente, menosprecié tu ayuda, te fastidié desde el martes, me ayudaste harto con el ensayo, me diste algunas indicaciones de lo que debía y no debía decir en la presentación y nomás, de tonto, me bloqueé porque la profe puteó mi trabajo antes de presentar. Vomité nomás para salir del paso y desligarme, pisoteé la oportunidad de presentar algo decente o, por lo menos, para retribuirte la ayuda que me diste. Ya me perdí ese quince por ciento y de tonto.
— Mmm… –se quedó pensando-. ¿Qué harás para mejorar? Ustedes piensan que yo me enojo y todo, pero la pedagogía me apasiona. Yo adoro ir a clases y pensaba “¿Qué pasa con ustedes?”, me veía reflejada en ustedes y me da pena.
— “Ustedes” no –acoté-. Al menos yo sé que te gusta enseñar, estás en una parada bien distinta a la que he visto en otros casos y la verdad es malo que todo eso que haces no sea valorado. Yo no sé si te dije, pero con la experiencia en la otra universidad, no quería nada con pedagogía…
Aclaré la garganta.
— De hecho, quería licenciatura dado que, en lo que fui asesorándome por mi proyecto literario, los profes me decían que tenía más capacidad para esa carrera. –proseguí-. Con decirte que traumé a la profesora de Prehispánicos, en la otra universidad, con un testamento de dudas y planteamientos que tenía. Aquí he podido ver que el enfoque es distinto y me motiva harto, he podido entender cosas que en antes no y, si bien la pedagogía no es mi norte aún, no me cierro a la posibilidad. Geografía, que no fue muy agradable, me está gustando aquí y me frustré harto con lo de hoy. Tampoco es que vaya a echarme a morir y dejar que la profe me raje sin más.