Pasaron como tres meses después de lo sucedido, era abril del 2009 cuando mamá sintió fuertes dolores y fue llevada a urgencias por parto prematuro, aún mi hermana no estaba lista para nacer, ya sabia el sexo del bebé porque lo escuché en un tono altivo de la boca de mi papá quién maldijo a mi mamá porque no pudo darle un varón. Entre horas y horas que pasaron nació mi hermana a eso de las 10 de la mañana, y mi mente decía “reemplazo”, tal como lo plantee anteriormente, se hizo realidad, mamá empezó a dedicar más tiempo a la bebé y yo quedé a un lado. Papá no entendía mucho del afecto, pues mi abuelo era muy estricto y calculador, apreciaba más el intelecto así que debía ser destacado en todo momento y de aquello no le dió mucho.
Pasaba el tiempo y mi hermana crecía aún más, yo no la llamaba por su nombre pues me producía cierto rencor darle una connotación humana, pero escuchaba entre risas que se llamaba, Darla, un nombre lindo a mi parecer. Mis notas en el colegio cada vez mejoraba más, pero yo me sentía insuficiente, sacaba dieces, pero mamá decía que no era suficiente que debía obtener la banderilla de reconocimiento que todos los periodos entregaban por un rendimiento excelente. Sin embargo, por más que me esforzaba, hasta pasaba noches enteras estudiando aritmética y no lograba pasar de cinco, era mi dolor de cabeza, no entendía porqué existían los números, yo solo quería estudiar las letras.
Al cumplir el año de edad, Darla empezó a resultar fastidiosa, siempre obtenía la mayor atención de mis papás e incluso quería también la mía, pero yo era indiferente, no me inmutaba por sus necesidades, quería que sintiera que no era la única en el mundo, que habitaban otras personas además de ella, mis papás cada vez más eran absorbidos por ella, ella era como un imán, hasta la gente desconocida quería verla, le regalaban detalles, bombones y preguntaban a menudo por su salud, y yo solitaria, abandonada.