Mi instancia en Bogotá fue afable, duré el año y medio exitosamente y cuando fue el momento de volver, todo tenía un color que ya no distinguía, las calles no eran iguales, el tiempo se había llevado todos los recuerdos existentes, las personas ni siquiera me parecían conocidas. Opté por llamar a André, pero no atendió el teléfono, la línea era inexistente, me sorprendió el hecho así que llegué a casa de mamá, y Darla ya muy crecida aún vociferaba en las paredes de la casa. La acogida no fue la que esperaba, pensé que habían extrañado mi presencia y me engañé. Estaba allí sentada en la mesa de la sala de estar cuando ví en el periódico a un hombre muerto, era André, la noticia decía “hombre falleció de paro cardíaco la noche de ayer”, yo asombrada boté lágrimas cuidadosa de no chillar.
Ese mismo día fué el funeral, toda su familia estaba allí, hasta una ex mujer de él, todos llorando a André, pero yo en mi postura, tranquila, sin lágrimas a la vista, pero rota por dentro, había durado con André unos tres años, un periodo largo para alguien como yo. Con él se fueron también las flores, la vivacidad del día se escondió, la noche se hizo más larga y tempestuosa, ya la vida no tenía sentido para mí, ni siquiera mi carrera me parecía provechosa, desde ese entonces empecé a pensar que mi condena era la soledad, no podía atarme a nadie, nadie podía atarse a mí. En los años que transcurrieron me enamoré infinidad de veces, pero no me permitía comprometerme con nadie. André fué y ha sido el único hombre que puede decir desde la tumba que lo amé. Que nos amamos fervientemente.