Capítulo 4:
Extraña muerte de un lobo
Hay algunos jóvenes dispersos por la academia, otros sentados al pie de la escalera de la biblioteca. Intento reconocer algunas de las caras de los chicos en el pasillo, pero ninguna se me hace conocida. Este lugar es muy grande y hay demasiadas caras que memorizar; en cambio, para ellos mi rostro ya es más que conocido. Sus miradas me observan avanzar sin fuerzas. Algunas murmuraciones llegan a mis oídos, aunque no logro entenderlos.
Anastasia me sostiene por la cintura, el ritmo de su caminar hace que mis piernas se muevan más rápido. Una vez en el vestíbulo las murmuraciones sobre la muerte de un chico, hombre lobo, se detienen abruptamente. Al parecer mi presencia no es bien recibida, el conflicto radica en que soy la única argel en esta parte de la residencia. Subir los escalones me aleja de sus venenosas miradas.
—¿Qué pasó en el comedor después que me desmayé?
Anastasia va un escalón más adelante.
—El comedor es un desastre. Paula estaba enfurecida y se llevó a su oficina a Romina y Karla. Todavía deben estar allí.
Al pisar el último escalón, una figura toma forma ante mis ojos. Un muchacho está esperando reclinado contra la puerta de trazos azules. Sin darme cuenta mi mente va directamente a Santiago, el vampiro. Pero no es él. Quien sea que es lleva el bolso dorado de Anastasia colgado de su hombro, y tres libros en sus brazos.
Ella camina a grandes zancadas hacia él, pasa sus brazos por encima de sus hombros y se sumergen en un tierno y devorador beso, como si el mundo girara solo para los dos. Mis piernas siguen dando pasos torpes. Me detengo y no encuentro donde posar mis ojos. Sin querer en cada desvío por el pasillo termino por dar un vistazo a la intensidad de sus cuerpos. Desvío la mirada de nuevo, las paredes del pasillo han cambiado de color, siendo reemplazadas por un tono amarillo. Regreso la mirada hacia ellos y, en vez de encontrar a Anastasia y su novio, en su lugar mis ojos escudriñan a otra pareja que se besuquea con salvajismo. No tengo acceso a sus rostros, pero ella tiene el cabello oscuro y corto por encima de los hombros. Oigo una mezcla de risas y ellos apenas se distancian.
—¡Dess!
El rostro de ella se desvanece. Es difuso, así como la encrucijada de sentimientos que me asaltan el corazón: miedo, amor, tristeza…
—Dess. —Pestañeo un poco desorientada. De vuelta a la realidad me sorprende la abreviatura de mi nombre. Lo que sea que haya pasado ha ocurrido en cuestión de segundos. Alguien más me llamaba así. Muevo lentamente la cabeza y me enfoco en Anastasia—. ¿Te encuentras bien?
El muchacho detrás de ella es muy apuesto, de contextura delgada y rostro perfilado, ojos casi angelicales en un tono miel. Cabello claro y largo, algunos mechones caen por encima de sus ojos.
—Sí, solo me distraje —intento que mi voz suene firme pero mis labios tiemblan con cada palabra. ¿Quién era esa chica?
—¿Recordaste algo?
—No estoy segura.
—Soy Ronald Romero —se presenta el muchacho, salvándome de dar explicaciones.
—Hola.
Sus labios se curvan en una sonrisa, y se la devuelvo lo mejor que puedo. Me siento forzada a seguir de pie cuando solo deseo recostarme.
—Es un gusto conocerte, Dess —dice él—. No pareces ser un argel.
Aquí vamos otra vez… si tan solo supiera por qué estoy aquí. Trato de no mostrarme descortés. Me comienza a molestar que todo mundo intente descifrar qué soy en voz alta.
—Pues yo estaba pensando que quizás es un vampiro —argumenta Anastasia. Él niega no muy convencido, pero su novia continúa—: Mírala, está tan pálida. Es como si solo se hubiera alimentado de sangre toda su vida.
Mi mente forma instantáneamente un vaso de sangre que va directo a mis labios, y siento que se me revuelve el estómago. ¡Qué asco! Me creo más la idea de ser un argel, la idea de sangre como desayuno, almuerzo y cena no es nada agradable.
—No lo creo, es demasiado torpe para ser un vampiro. —Anastasia le recrimina con la mirada, pero a mí no me importa. Ya no es un secreto para nadie. He recibido una buena paliza por tonta. Si tan solo no hubiera alentado a Karla con mis últimas palabras, quizás, solo quizás, no hubiera terminado en la enfermería—. Si fuera así, Romina ya se hubiera dado cuenta.
—Cierto —afirma ella alisando uno de sus rizos con sus dedos.
¡Bien!, vampiro descartado. Pero sigo siendo un maldito misterio.
—¿Puedo unirme a ustedes? ¿O hablarán de esas cosas de chicas de las cuales no quiero enterarme?
Ella me mira como pidiendo permiso.
—Yo no tengo problema —digo.
Ambos sonríen, sus ojos brillan con el amor empalagando el ambiente. Ella abre la puerta, y él me hace pasar primero.
Me dejo caer en el sofá. Él deja los libros en la mesa y le entrega a Anastasia una bolsa oscura, no me había fijado que la tenía hasta ahora. Deja el bolso de su novia a un lado y se sienta frente a mí.
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Editado: 27.07.2021