Renacer (luz de Medianoche 1)

Vástagos del infierno

Capítulo 25:

Vástagos del infierno

 

—¡Ey! —Me detengo y volteo en busca de la voz.

Desde que salí de la habitación no he visto a ningún chico o chica por la academia, en mi mente ya me había hecho a la idea de ser la única estudiante que no tiene a donde ir, mas no es así. Victoria lleva un jean rotos en las rodillas y una franela blanca con un símbolo dorado que no conozco, una o dos tallas más de las que debería usar, y zapatillas deportivas. Su corto cabello se ondea en la suave brisa. Se mueve como una bailarina en mi dirección.

—Hola —saluda con una flamante sonrisa y gran entusiasmo—. Pensé que era la única en este enorme lugar.

—Pues ya somos dos —digo.

He dormido toda la mañana, ya es casi medio día.

A pesar de que me siento sola sin las chicas, me siento de maravilla. El té que prepara Dimas es maravilloso, dormí sin interrupciones.

Retomamos el paso, y en definitiva somos las únicas chicas en este lugar. A menos que haya alguien en el comedor.

—¿Cómo te integras con los argeles? —me atrevo a preguntar.

—Muy bien —exclama—, aunque el único momento donde todos conviven es las clases de combate, del resto cada casa está por su lado. Eso es algo me parece un poco ilógico, ¿tú que piensas?

—Qué es lo más estúpido que he oído —digo con sinceridad—. Es decir, todos son argeles, ¿por qué simplemente no dejan eso de los pequeños grupos a un lado, y hacen un grupo donde no existan las diferencias ni entre ellos mismos ni con los demás en la academia?

—Pienso igual, pero es un poco difícil hacerlos entrar en razón.

—¿Ya lo intestaste?

—Oh, sí, y no me fue nada bien.

Sí, supongo que no lo fue. Los argeles tienen una vida estructurada bajo rivalidades de un pasado del que ni siquiera existen testigos, y aun así no consiguen continuar una vida sin prejuicios.

El silencio de la academia es inquietante, es una sensación que cala hasta los huesos y te paraliza la sangre. Victoria se mueve relajada hasta la entrada del comedor, en cambio yo siento como el silencio me asfixia en un ambiente completamente abierto. Respiro, y observo el lugar sin que ella se dé cuenta, no hay nada ni nadie. ¿Será que me he vuelto un poco paranoica con todo lo que ha sucedido?, un segundo me siento perfecta y al siguiente me desmorono ante mil sensaciones contradictorias en mi cuerpo.

—¿No vienes? —Victoria mantiene la puerta abierta. Doy una fugaz mirada al pisar el último eslabón. Nada.

Al cruzar la puerta, nos damos cuenta de que no somos las únicas estudiantes en la academia.

En el centro del comedor se encuentra un chico alto y delgado de cabello negro hasta los hombros recogido en una coleta. A su alrededor hay tres chicas, entre ellas la vampira Diana, vestida de negro de la cabeza a los pies, lo único de color es su cabello rojizo y sus ojos brillosos. ¿Por qué se ha quedado?

Una de las otras chicas también es un vampiro, de piel chocolate y cabello rizado, sus ojos son de color avellana. La otra chica es morena y de cabello oscuro como el mío, sus ojos son marrones y lleva gafas. Los cuatro levantan la vista al unísono y clavan sus ojos en Victoria y en mí.

La extraña sensación de hace unos segundos es reemplazada por sus intensas miradas.

—Con ustedes dos son solo siete los estudiantes que permanecerán en la academia el fin de semana. —Ambas nos sobresaltamos por la voz, sobre todo yo.

Detrás de nosotras está el señor Ismael, el líder de los lobos en la academia.

—Cualquier cosa que necesiten estaré en mi oficina. —Se da la vuelta y sale del comedor.

—Paula ya me había dicho que él se quedaría a cargo —digo.

—Espero que Geraldine vuelva pronto, ella y el cambiante prácticamente nunca están.

—¿Cómo sabes eso? —le pregunto.

Esta chica parece estar más actualizada con la información de Luz de medianoche que yo.

—Me lo explicaron mis compañeras de habitación. Geraldine siempre está fuera de la academia, y de vez en cuando los demás van también a la ciudad. Esta vez le tocó ir a Mauricio, es el representante y responsable de los cambiantes en la academia.

¡Oh! Y yo ni enterada.

Tomamos una bandeja y la llenamos de comida, a pesar de que la academia está prácticamente vacía hay comida como si el comedor estuviera repleto de adolescentes. Caminamos una al lado de la otra.

Diana nos muestra sus filosos colmillos al pasar a su lado, dejándonos muy en claro que no nos quiere cerca. Así que nos movemos hasta las últimas mesas.

Casi dejo caer mi bandeja al ver a Dimas con los brazos extendidos y las manos entrelazadas sobre la mesa, con el rostro cabizbajo. Camino hasta su mesa y me siento en la silla frente a él. Victoria toma asiento en la silla contigua y él alza la vista.

—No esperaba verte aquí —le digo.

Él se encoje de hombros.




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